Cómo hacerle frente a la crisis del COVID-19 con la Agenda 2030
La recuperación tras la pandemia actual tiene que ser diferente y centrada en la sostenibilidad ambiental y social. Nos tendría que conducir a una economía baja en carbono, resiliente a los efectos del cambio climático y que no deje a nadie fuera.
Por Gema Sacristán, directora general de Negocio de BID Invest
La pandemia del coronavirus ha desatado una crisis sanitaria global, trastocando la vida de millones de personas de la noche a la mañana, y nos ha sumido en la peor recesión económica de los últimos 90 años. Para el Fondo Monetario Internacional (FMI), el “Gran Confinamiento” no tiene paralelo, y contraerá las economías desarrolladas a -6% y las emergentes a -1% este año. En ese grupo, América Latina y el Caribe sufrirá uno de los peores golpes de su historia, según coinciden el FMI, el Banco Mundial y el Grupo BID. Este último prevé un escenario base en el que el PIB de la región cae hasta en 5.5%.
En la región, los más afectados serán definitivamente las poblaciones más vulnerables: las personas que viven en la pobreza o pobreza extrema, así como los trabajadores del sector informal, cuyas actividades dependen de forma significativa de los contactos interpersonales. Un reciente informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) estima que esta crisis aumentará la pobreza en el corto plazo, así como del empleo informal, al que varios recurrirán como estrategia de supervivencia.
Además, el avance de esta enfermedad ha desnudado aún más las diferencias sociales de la región-cuya prevalencia nos recuerda las movilizaciones que se dieron desde el último trimestre de 2019-, por lo que enfrentar esta crisis nos demandará una mayor cohesión social.
Por si todo ello no fuera poco, el “Gran Confinamiento” nos está llevando a un punto de inflexión en la Agenda 2030, que integra los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), advierte un reporte del Pacto Mundial de la ONU. Algunos de estos efectos pueden ser positivos, como la reducción del tráfico y la mejora de la calidad del aire resultantes de la cuarentena, algo que ya se está viendo en varias ciudades de la región, y que puede contribuir a reducir los efectos del cambio climático (ODS 13).
Pero, en general, es casi seguro que el COVID-19 afectará negativamente el avance de varios ODS. Por ejemplo, veremos un retroceso en la mejora de la salud (ODS 3), en el mayor acceso a la educación (ODS 4) -en tanto las escuelas cierren y las clases online no sean accesibles para todos- y la generación de trabajo decente (ODS 8). A ello hay que agregar que el COVID-19 afecta a las mujeres de forma diferente que a los hombres (ODS 5): al encontrarse éstas en la primera línea de defensa, les afecta de manera desproporcionada (son más de la mitad de los médicos y el 90% de los enfermeros), sus ingresos dependen más del sector informal, y quedan expuestas a una mayor posibilidad de violencia doméstica durante los periodos de cuarentena.
Si bien hoy es prioritario que las naciones destinen mayores recursos a detener la pandemia, es crítico que esta respuesta no esté desvinculada de los ODS. Pese que varios de éstos están siendo impactados,
Es momento de recordar que aún tenemos 17 metas para alcanzar el desarrollo sostenible con las que 193 naciones están comprometidas a cumplir en los próximos diez años. Estamos ante la gran oportunidad de destinar recursos para responder a la emergencia y planificar el futuro bajo ese mismo norte.
Hay varias formas de integrar los ODS a la reactivación económica. Por ejemplo, la mayor inversión en equipos de salud y la compra de pruebas para el coronavirus es la oportunidad para no perder ese rumbo y mejorar la cadena de suministro del sector, expandir el acceso universal a la salud e impulsar la investigación epidemiológica en la región (ODS 3). Para seguir reduciendo los efectos del cambio climático (ODS 13), la mejora actual de la calidad de aire motiva a los negocios a repensar sus actividades bajo un paradigma de producción más sostenible, como sugiere un reciente análisis del BID.
Tampoco olvidemos el trabajo pendiente en los sistemas de agua y sanidad (ODS 6), la creación de empleo decente (ODS 8), la mejora de la seguridad alimentaria (ODS 2), la promoción de ciudades sostenibles (ODS 11), la transición hacia la energía limpia (ODS 7) o la creación de alianzas para avanzar esta agenda (ODS 17), por dar algunos ejemplos. Invertir en ellos será esencial para nuestro desarrollo en los próximos años. De lo contrario, no podremos erradicar la pobreza (ODS 1) en la siguiente década, algo que ya está en riesgo: un estudio de la Universidad de las Naciones Unidas indica que esta crisis aumentará la pobreza en 580 millones de personas en el mundo, mientras que la CEPAL estima esa cifra en 45 millones en la región.
La recuperación tiene que ser diferente, centrada en la sostenibilidad ambiental y social, que nos conduzca a una economía baja en carbono, resiliente a los efectos del cambio climático y que no deje a nadie fuera. Para ello necesitamos del trabajo conjunto del sector público, privado y sociedad civil.
En particular el sector privado, como principal fuente de empleo e inversión, juega un papel fundamental. De forma inmediata, las empresas deben esforzarse en proteger a sus empleados y apoyar las medidas de contención, aportando mecanismos de teletrabajo, distanciamiento social y apoyo en materia de salud básica. A medio plazo, podrán aprovechar las lecciones aprendidas e implementar formas de trabajo que contribuyan a reducir emisiones y, a la vez, fomenten el empleo. Y a mediano y largo plazo, empresas e inversionistas tienen la oportunidad de reconstruir sus cadenas de valor e invertir en consolidar la producción y el consumo sostenible (ODS 12) en industrias inclusivas e innovadoras y en infraestructuras resilientes (ODS 13).
Por supuesto, la banca multilateral de desarrollo jugará un papel importante en forjar este cambio, incluido BID Invest, al ser el mayor financista del desarrollo en América Latina y el Caribe a través del sector privado. Esta pandemia va a suponer un cambio de paradigma global, comenzando por nuestros comportamientos y patrones de consumo. El mundo no puede volver a permitirse otra crisis de estas proporciones. Mucho menos en América Latina y el Caribe.