El rol de la ciencia y la innovación en la recuperación del COVID-19
Gustavo Crespi, Especialista Principal en Ciencia y Tecnología del BID
Las pandemias son episodios raros y los economistas sabemos poco sobre sus posibles consecuencias económicas. Un estudio de Jordan, Singh y Taylor (2020) analizó las 15 pandemias más importantes empezando por la Peste Negra que entre 1347-1352 provocó 75 millones de muertos, hasta la del H1N1 del 2009 que provocó más de 200.000. Los autores encontraron que los efectos económicos fueron devastadores en la pérdida de capacidades productivas. Diferentes a las guerras, que proporcionalmente destruyen mucho más el capital físico e infraestructura, las pandemias destruyen las capacidades productivas de las personas, ya sea por la muerte o por la pérdida de empleos. Como resultado, la rentabilidad de la inversión cae, los consumidores restringen sus gastos y la recuperación se demora. Los mencionados autores encuentran que los efectos depresivos en la inversión a causa de las pandemias podrían ser persistentes y extenderse hasta por 40 años.
Actualmente los Estados son más fuertes y han intervenido con acciones de mitigación y lo más importante, es que contamos con mayor conocimiento, medicinas y tecnologías que nos llevan a ser no tan pesimistas con los efectos del COVID-19 en la economía. Sin embargo, no podemos obviar que las pandemias generan un terreno fértil para otro tipo de cambios tanto a nivel político como productivo. A nivel político muchas veces las pandemias han coincidido con transiciones de era (la Edad Media vs. el Renacimiento) o de regímenes políticos (los totalitarismos de los años 30). A nivel económico, las pandemias generan sectores ganadores y perdedores que afectan la estructura productiva. La pandemia del COVID-19 nos está llevando a una nueva normalidad que nos enfrentará a una serie de desafíos productivos y sociales, los cuales sólo se podrán abordar con un mayor uso de conocimiento científico, tecnología e innovación para solucionar nuestros problemas. En general, podemos decir que esta “nueva normalidad” nos enfrenta a tres grandes desafíos.
En primer lugar, vivimos en un mundo con mayor incertidumbre. Estamos ante un virus del que sabemos poco y que no tiene un tratamiento efectivo verificado. Si bien se viene trabajando en el desarrollo de una vacuna, aún no sabemos cuándo podremos contar con ella, ni cuán efectiva sería y si es que alguna vez tendremos una. No olvidemos el caso del VIH, dicha vacuna se está buscando hace más de 30 años. Varios estudios publicados sugieren que luego de la primera ola de la pandemia en Europa, solamente un 5% de la población de estos países adquirió inmunidad. Entonces, con un 95% de los habitantes susceptibles y el virus todavía circulando, es altamente probable que existan rebrotes que lleven a episodios de apertura-cierre de las actividades económicas. En este contexto, soluciones tecnológicas que faciliten el monitoreo de la salud de los trabajadores en sus puestos de trabajo, que vigilen el distanciamiento social en los espacios públicos, que ofrezcan nuevos y más efectivos métodos de testeo serán centrales para que los rebrotes impacten menos la economía y ocasionen menos pérdidas de vidas. Las instituciones de fomento de la ciencia y la innovación de varios países de la región están desarrollando soluciones en estas líneas las cuales pronto estarían disponibles. En el caso de Perú, tanto CONCYTEC como INNOVATE Perú, este último en el marco de un programa con el BID, llevaron a cabo convocatorias desafiando al ecosistema de innovación a presentar soluciones…y el ecosistema respondió, con lo cual existen posibles soluciones a estos problemas que se encuentran ya sea en desarrollo o a la espera de aprobación por parte de las autoridades correspondientes.
En segundo lugar, nos enfrentamos a grandes cambios en el comercio internacional, lo cual va a reconfigurar las cadenas globales de valor y provocará una mayor digitalización de éstas. Los problemas de suministros de insumos críticos para salud, por ejemplo, sugieren que vamos a movernos a un escenario de cadenas de valor más cortas, porque será necesario asegurar el suministro de estos insumos críticos con proveedores locales. El resultado de todo esto es que la economía de cada país va a tener sectores ganadores (insumos para la salud, dispositivos médicos, tecnologías de información, producción de alimentos) que van a coexistir con sectores menos favorecidos (manufactura, comercio, turismo, transporte). Esto genera la necesidad de una política de innovación que facilite y estimule la reconversión de las empresas que operan en los sectores menos favorecidos hacia los sectores ganadores, generando innovaciones de productos y procesos para entrar en estos mercados. Por ahora el país carece de los instrumentos de política necesarios (tales como asistencias técnicas especializadas, crédito a largo plazo para la modernización empresarial, programas a escala para el desarrollo de nuevos encadenamientos o conglomerados productivos) para apoyar a las empresas en esta necesaria transición.
Pero no todo es reconversión, también existirán nuevas oportunidades de inversión, por ejemplo, a través de estimular innovaciones de parte de las empresas que operan en los sectores ganadores y que están enfrentando una mayor demanda que puede ser usada como trampolín para una diversificación productiva. En muchos casos, la principal restricción para que esto ocurra tiene que ver con marcos regulatorios que no acompañan y que ahogan la innovación. Tal es el caso, por ejemplo, del marco regulatorio para el registro y aprobación de dispositivos médicos. Tal vez la agencia reguladora más conocida del mundo es la Food and Drug Administration (FDA) de Estados Unidos, cuya misión es “mejorar la salud pública ayudando a acelerar innovaciones que hagan a los servicios médicos más efectivos, seguros y accesibles”. Este es un buen ejemplo de una agencia reguladora que acompaña los cambios tecnológicos al mismo tiempo que protege la salud pública. ¿Y cómo lo hace? A través de un trabajo en conjunto con los potenciales innovadores, de acompañamiento en los procesos de aprobación, mediante procesos de aprobación temporales y simplificados en condiciones de emergencia sanitaria, etc.; procedimientos que deberíamos empezar a aplicar acá.
Un aspecto de esta “nueva normalidad” es el aumento de la participación del Estado en la demanda agregada. Esto abre la posibilidad de utilizar las compras públicas como impulsoras de la innovación para el desarrollo de soluciones a los nuevos desafíos de bien público que el Estado peruano está enfrentando en diversas dimensiones de la salud, la educación y la política social. Sin embargo, el marco regular de adquisiciones públicas típico de la región no incorpora las mejoras prácticas ni los mejores estándares para permitir que esto ocurra. La clave para una innovación exitosa es la co-creación entre usuarios y desarrolladores. Sin embargo, los procesos regulares de adquisiciones, que están pensados en la compra de productos mayormente estandarizados, impiden esta necesaria colaboración. El resultado es que el ecosistema de innovación no puede ayudar al Estado a resolver sus problemas o mejorar sus servicios públicos por ejemplo mediante ampliar su base de proveedores. Es importante adoptar las mejores prácticas como aquellas contenidas en la Directiva de la Unión Europea 2014/24, estableciendo los mecanismos para regular esta interacción y al mismo tiempo se mantengan altos estándares en términos de transparencia y libre competencia.
La pandemia también significó la aceleración de los procesos de digitalización en el espacio productivo. Tal como lo menciona el CEO de Microsoft, Satya Nadella, el mundo ha sido testigo de un proceso de dos años de transformación digital en solamente dos meses y esto no tiene vuelta atrás. Aquellas empresas que no se digitalicen quedarán relegadas o excluidas de la recuperación económica, un gran desafío para muchas MYPES peruanas. Según una reciente encuesta del INEI, antes de la pandemia menos del 3% de las empresas usaban medios digitales para comercializar sus productos. Vamos a un mundo digital que se va a devorar el mundo analógico, pero no todas son amenazas. Un problema que enfrenta la economía peruana y que ha tenido efectos serios durante la pandemia, es su alto nivel de informalidad. Perú destaca por la elevada informalidad empresarial que alcanza al 40% de las empresas y que representa el 18% del PIB[1]. Este alto nivel de informalidad impide a las MYPES el acceso a mercados e insumos públicos necesarios para desarrollarse. Sin embargo, diferente al mundo analógico, el mundo digital está conformado por transacciones de mayor trazabilidad. A través de la digitalización se abre la oportunidad de formalizar las actividades productivas probado que se les provee a las MYPES informales con las capacidades mínimas para hacerlo.
En tercer lugar, el COVID-19 es un problema basado en la ciencia y su solución de fondo requerirá de respuestas científicas. Todo lo que hoy conocemos del COVID-19, y lo que vamos a conocer en el futuro cercano, es gracias a la investigación científica. Recientemente la revista Science[2] publicó un artículo que sugiere que, si gracias a una mayor inversión en ciencia logramos adelantar solamente un día la disponibilidad de una vacuna, se generarían, sólo en Estados Unidos, ahorros por US$18 mil millones. Considerando que el desarrollo de una vacuna cuesta entre US$800 millones y US$1.000 millones, tendríamos un retorno de 18 a 1, o la posibilidad de desarrollar y probar 18 tipos de vacunas diferentes, recuperando la inversión con que solo una de ellas funcione. Y este ejemplo es adelantando solo un día.
Si bien los sistemas científicos de la región cuentan con fortalezas relativas en ciencias biológicas y de la vida, presentan altos niveles de fragilidad que afectan su capacidad de respuesta. Esto se da fundamentalmente en tres áreas: (i) en las capacidades físicas y humanas de la red de laboratorios de investigación; (ii) el todavía relativamente bajo grado de multidisciplinariedad y adopción de nuevas formas de hacer ciencias tales como la ciencia abierta o digital; (iii) los marcos regulatorios para la investigación científica, en particular en lo que se refiere a productos biológicos, en general desactualizados; y (iv) el marco institucional para el fomento de la ciencia, que no favorece una coordinación efectiva entre diversos actores para abordar estos problemas.
Prácticamente todo el debate en materia de políticas públicas para enfrentar la pandemia se ha dado alrededor del conflicto entre salud y economía, sin tener en cuenta que precisamente el desarrollo de capacidades científicas y tecnológicas es lo que nos permitiría resolver este conflicto, al atenuar los impactos de la enfermedad en la salud y al mismo tiempo habilitar las condiciones para la reactivación económica. Gestionar la nueva normalidad representa un gran reto para los gobiernos, y para ello la ciencia, la tecnología y la innovación tendrán un rol fundamental. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) seguirá acompañando al Perú en ese proceso, reconociendo que será un aprendizaje que deberemos hacer de manera conjunta.