Sobrevivir al invierno altoandino
Por: Jaime Fernández Baca, especialista de la División de Cambio Climático del BID; Rita Sorio, especialista de la División de Protección Social y Salud del BID, y Jose Garcia Calderón, consultor URBes
Si alguna vez viajaste de madrugada, en invierno, por una de las carreteras que atraviesa el altiplano andino, es posible que al amanecer hayas encontrado los primeros rayos del sol reflejándose en un fino manto de escarcha que cubre las praderas y campos. Sin duda, un bello paisaje para el viajero ocasional, pero para las familias que habitan estos parajes puede ser la culminación de una noche interminable, debido al intenso frio de la puna que se filtró en sus casas.
Esto sucede casi todos los años en las zonas altas de los Andes cuando, entre mayo y septiembre, se dan las heladas meteorológicas. Durante las heladas, las temperaturas nocturnas pueden llegar a los -20oC e incluso menos en años excepcionalmente fríos. El cambio climático podría aumentar la intensidad y frecuencia de las heladas. Según el Centro Nacional de Estimación, Prevención y Reducción del Riesgo de Desastres (CENEPRED), en Perú alrededor de 600,000 personas viven en zonas expuestas a las heladas meteorológicas, concentrándose la mayor parte en la sierra sur, especialmente en Puno, Cusco y Huancavelica.
Previsiblemente, las familias que se encuentran en condiciones de pobreza y pobreza extrema en zonas rurales alejadas son las más perjudicadas por las heladas. Viviendas sin las condiciones de aislamiento térmico adecuadas, la lejanía de los servicios básicos de salud y la prevalencia de anemia y desnutrición crónica infantil son la combinación de factores que intensifican la vulnerabilidad de esta población a los eventos climáticos extremos. Según el Ministerio de Salud, las bajas temperaturas de invierno en las zonas donde se producen las heladas incrementan en aproximadamente 50% las infecciones respiratorias agudas (IRAS) en menores de 5 años. Otro grupo vulnerable a estas enfermedades son los adultos mayores de 60 años, quienes presentan la mayor tasa de mortalidad. A estos factores, se suma la vulnerabilidad de esta población a la pandemia del COVID-19, que además ha colapsado los servicios de salud, ya de por sí escasos en el ámbito rural.
¿Qué acciones pueden tomarse para proteger de manera integral la salud y medios de vida de las familias que seguirán viéndose afectadas por las heladas? En el Plan Multisectorial ante Heladas y Friaje 2019-2021, el gobierno peruano priorizó una serie de acciones articuladas en diferentes frentes incluyendo, entre otros, el acceso a servicios de salud, la asistencia para la protección de cultivos y animales, y la provisión de viviendas seguras acondicionadas térmicamente. Desde el 2019, se incrementaron los presupuestos asignados a los sectores encargados de implementar los diferentes componentes del Plan
Entre los actores que participaron en este esfuerzo multisectorial, el Ministerio de Desarrollo e inclusión Social (MIDIS) ha sido clave en el mejoramiento de la vivienda rural. Desde el 2017 el MIDIS viene implementando el Programa “Mi Abrigo”, a través del Fondo para el Desarrollo Social (FONCODES), para mejorar las viviendas que no cuentan con las condiciones de asegurar una temperatura adecuada durante las heladas. Las viviendas se acondicionan siguiendo un modelo estándar de aplicación de técnicas de aislamiento y retención del calor en las paredes, pisos, ventanas y puertas.
A fin de incrementar la resiliencia frente al cambio climático de las poblaciones más vulnerables, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) viene acompañando al Programa “Mi Abrigo” con asesoría técnica para identificar oportunidades de mejora de los aspectos técnicos y logísticos del proceso de acondicionamiento de viviendas. Como parte de esta asistencia, se identificaron oportunidades para responder mejor a la diversidad de realidades que se encuentran en los territorios altoandinos. Un aspecto analizado es la provisión del material empleado para el acondicionamiento de viviendas, el cual no necesariamente está disponible en el lugar, sino que debe ser transportado desde las capitales de distrito, provincia o incluso región.
Una solución propuesta por el estudio consiste en el empleo de técnicas y materiales locales que reemplacen los materiales manufacturados para reducir los costos y tiempos requeridos. Un ejemplo son los colchones de fibras vegetales de ichu, cabuya o totora como aislantes térmicos en paredes. Otra técnica es la utilización de revoques de barro, en lugar de yeso y cemento, dado que la tierra tiene un mejor comportamiento térmico, además de mantener la cualidad paisajística. Cabe mencionar que en las zonas altoandinas los cambios de temperatura entre el día y la noche suelen ser pronunciados, con una diferencia que puede llegar hasta los 30 grados en 12 horas (-20°C / +10°C).Por ello, el acondicionamiento busca que la vivienda retenga el calor del día para usarlo en la noche.
En suma, la aplicación de un único modelo de vivienda bioclimática puede resultar insuficiente para un territorio tan heterogéneo como el andino, donde el clima, relieve, ocupación, accesibilidad a los recursos y tipos de vivienda varían según cada piso altitudinal y localización geográfica. En este sentido, en el marco de la asistencia técnica del BID, se desarrolló una guía para el acondicionamiento térmico de viviendas que ofrece una serie de alternativas tecnológicas para cada componente de la edificación que se pueden combinar de manera modular. Un modelo resultante puede combinar tecnologías modernas con técnicas ancestrales de construcción y aislamiento térmico. Así, existen diversas oportunidades para la innovación en técnicas y materiales de aislamiento adaptadas a la realidad rural.
La protección de la salud de las familias más vulnerables es uno de los resultados positivos del mejoramiento de las condiciones térmicas de sus viviendas rurales, que les genera las condiciones básicas para mantenerse productivos. Las labores de acondicionamiento y mantenimiento de las viviendas, realizadas través de núcleos ejecutores, también generan empleo temporal para las comunidades locales, lo cual, sin duda, contribuirá a mejorar su calidad de vida e impulsar una recuperación sostenible tras la pandemia.