Porqué las empresas y sus líderes deben implicarse en la lucha contra la violencia a la mujer
El 1ro de Junio de 2018, tras una larga agonía, fallecía en la cama de un hospital Eyvi Agreda víctima de un brutal ataque. Semanas antes, Carlos Hualpa Vacas, su feminicida le había rociado combustible y prendido fuego cuando ella circulaba dentro de un bus en Miraflores (Lima). Luego, además, conocería que el feminicida había trabajado con anterioridad en la empresa que yo lideraba.
Julio de 2021, una colaboradora de una operación en la selva es evacuada a Lima de emergencia al recibir la noticia que su hijo había sido abusado sexualmente en el entorno familiar. La familia cuidaba al niño mientras ella trabajaba esos días fuera. Nunca más regresaría a la operación, más bien renunciaría a la empresa y dejaría la ciudad para alejarse de su entorno.
Diciembre de 2021, de visita en una operación en Cajamarca, charlando con los equipos, hablamos sobre acoso sexual. La típica charla donde uno se llena la boca diciendo todo lo que la empresa hace sobre el tema. Al final de la charla se nos acercaría una chica y, en confianza, nos diría que venía siendo acosada por teléfono por alguien del lugar.
En el Perú, 7 de cada 10 mujeres adultas ha sufrido algún tipo de violencia (psicológica, física o sexual) en algún momento de su vida. Por si esto fuera poco, según el MIMP, en lo que va del año se han reportado 122 feminicidios, 16 mil casos de niñas, niños y adolescentes víctimas de violencia sexual, y más de 6 mil niñas y adolescentes víctimas de violación.
La realidad es que la empresa no vive aislada de este problema, convive con él (como estos ejemplos lo demuestran), aunque algunas veces no quiera verlo o, peor aún, enfrentarlo. Porque el hecho cierto es que con mucha probabilidad una mujer víctima de violencia este entre nosotros de una forma u otra y, si no lo está ella, quizás si lo esté su victimario. Suena duro decirlo pero, con estas estadísticas, se trata de la cruda realidad.
La mujer, además de enfrentar los problemas de salud mental y físicos asociados con la violencia en su entorno, sufrirá potencialmente también de ausentismo, mayor riesgo de accidentes, pérdida de productividad, abandono o pérdida del trabajo. Pero inclusive si no sufre de violencia directamente, ella estará constantemente expuesta a un entorno de inseguridad, injusticia, desigualdad y, en ese camino, a una menor expectativa de desarrollo y crecimiento.
Ahora, imaginemos si, a esta realidad país, una mujer debe enfrentar además un ambiente de trabajo tóxico (machismo, discriminación, acoso sexual). Sería doblemente trágico. Por tanto, creería que si realmente queremos hacer la diferencia y posicionarnos en contra de la violencia, debemos empezar por nuestra propia empresa.
Necesitamos garantizar un espacio seguro donde ir a trabajar y, sobre esa base, construir una cultura de no discriminación, equidad e inclusión, de no violencia. Un lugar donde todos, mujeres y hombres, trabajemos en cambiar la triste realidad de violencia en el país, a partir del respeto, igualdad y trato justo. Ojalá también, un espacio donde esa mujer violentada pueda ser acogida. Y por supuesto una cultura que trascienda a la empresa e involucre a todos sus stakeholders.
En el Perú sólo el sector privado tiene cerca de 4 millones de trabajadores. Hablamos de 4 millones de familias potenciales, por tanto una capacidad de las empresas de generar un cambio real, contra la violencia y en favor de una cultura de equidad de género, que puede traer un impacto exponencial en la vida de millones de mujeres, niños y niñas, adolescentes, en consecuencia de la familia y la sociedad peruana.
La muerte de Eyvi Agreda, una tragedia nacional, me impactó muchísimo y marcó un antes y después en mi mirada y acción contra la violencia de género. Porque me di cuenta que como padre de dos niñas y líder de una organización de miles de hombres y mujeres, era mi responsabilidad hacer algo al respecto.
Otro Perú será posible sólo si nos compramos esos pleitos que nadie quiere enfrentar, pero que todos sabemos que no sólo son una causa justa, sino además necesaria para la transformación del país en su camino hacia la sostenibilidad. Porque si cambiamos la cultura, y eliminamos la violencia, estaremos cambiando la esperanza de vivir, crecer y desarrollarse de millones. La causa de la mujer es eso y mucho más. Las empresas y sus líderes pueden y deben implicarse, la violencia no espera.