El dios Sol
Desde que el presidente estadounidense Nixon rompió la paridad del dólar con el oro, en 1971, la moneda de cualquier país del mundo debe su valor básicamente a la percepción de qué tan sólida es su economía. Si un país mantiene estables sus precios, crece y no despilfarra sus recursos, además de tener instituciones sólidas y líderes políticos sensatos, su moneda será fuerte.
Tampoco es una maldición que una moneda se debilite frente a otras. Más bien, es un mecanismo de descompresión que permite que otras partes de la máquina que es la economía de un país se equilibren.
Pero cuando una moneda cae estrepitosa y sostenidamente significa que todo ha salido mal, al punto que hasta sus ciudadanos la abandonan porque saben que, teniéndola, a mal palo se arriman.
Los peruanos de la generación X y hacia atrás hemos vivido en carne propia ambos extremos, y asistimos hoy, algo incrédulos, a una veneración general de nuestro sol, demandado incluso por nuestros vecinos latinoamericanos.
Superada la incertidumbre de la pandemia, así como lo peor de la crisis política de los últimos años, nuestra moneda parece responder nuevamente a nuestros fundamentos, que son el reflejo de tres décadas de buen manejo económico, con candados establecidos en nuestra Carta Magna para que seamos un país económicamente bien portado, con sólidas instituciones clave detrás.
Estamos lejísimos de ser el país de las maravillas, pero sí podemos decir que, en cuanto a políticas macrofiscales, hemos sido un alumno muy aplicado.
Al ser un país pequeño y abierto al mundo, nos movemos como un pequeño velero con una dirección definida, pero sujeto a los vaivenes del viento. Y ese viento sopla especialmente fuerte a nuestro favor cuando los precios internacionales de los metales industriales están altos. Y esto sucede con el cobre, en particular, pues esa materia prima representa cerca del 33% de todo lo que le vendemos al mundo.
El precio del cobre y el tipo de cambio se han movido mayoritariamente juntos, subiendo o bajando a la vez. Esto ocurre porque altos precios de cobre se traducen en ingresos para el sector exportador que luego se trasladan al resto de la economía, y estos ingresos aumentan también, en el corto plazo, la oferta de dólares en nuestro país, y viceversa.
Sin embargo, estas variables se “desanclaron” y registraron movimientos opuestos entre abril de 2020 y setiembre de 2021, para luego volver a retomar el rumbo en conjunto. Ese divorcio respondió primero al inicio de la pandemia (el dólar fue un refugio ante la incertidumbre económica), y luego a un pico de temor acerca del rumbo del Gobierno (refugio ante la incertidumbre política).
Pero recordemos que el sol peruano es también la moneda más estable de la región, aún con los vaivenes descritos. Y eso responde otra vez a nuestra disciplina macroeconómica. Es muy poco probable que veamos que nuestro sol se apague. Se nublará por ratos, pero cuando las nubes se vayan tendrá todo para volver a brillar. Y dependerá de nuestros líderes el aprovechar al máximo cada vez que esté brillando.