Quilombo político = quilombo económico
Temprano en el año 2018, un amigo argentino se sorprendía de cómo nuestra política, con todos sus sobresaltos, no impactaba sobre nuestra economía. Acababa de renunciar el presidente Kuczynski, luego de veinte meses de una polarización aguda entre el Gobierno y la oposición. Parecíamos un país ingobernable, pero en lo macroeconómico no había sobresaltos y todo marchaba bien.
“Che, no entiendo cómo el quilombo político que tenés no le mueve un pelo a tu economía”, me decía mi amigo, sorprendido. Y era entendible su sorpresa porque para los argentinos quilombo político equivale a quilombo económico.
Le expliqué a mi amigo que, si bien nuestra política podía estar en crisis, había un amplio acuerdo en cuanto a los pilares económicos del país, definidos en el ya famoso capítulo económico de nuestra Constitución. La pelea en el ámbito político no ponía en duda dichos pilares. Entonces, la inestabilidad política no se traducía en una pérdida de confianza por parte de empresarios o inversionistas.
Hoy en día eso ha cambiado radicalmente. Con la llegada al poder de Perú Libre y Pedro Castillo ocurrió un punto de quiebre en la confianza empresarial que se ha visto afectada sensiblemente y no puede levantar cabeza hasta el día de hoy.
La confianza empresarial -medida como la expectativa de los empresarios de cómo estará la economía en los próximos tres meses- está en terreno pesimista de forma continua desde abril de 2021, mes en el que se dio la segunda vuelta electoral. Sucede que las empresas (y también las familias) empezaron a temer seriamente que las reglas que han servido de base para nuestro crecimiento cambien para mal, y ese temor aún no se ha disipado.
Lo anterior, sumado a fenómenos climatológicos -antes el ciclón Yaku y ahora el Fenómeno de El Niño- y al ciclo de subida de tasas de interés han derivado en una economía en franca desaceleración.
El PBI registró una caída de 0.4% interanual en el primer trimestre, y se espera un desempeño similar en el segundo; la inversión privada cayó 12% en el primer trimestre y se espera que caiga en 2.5% en todo el 2023; y el consumo privado se desaceleró creciendo solo 0.7% en el primer trimestre. El empleo -que debió haber crecido en los últimos años- solo ha recuperado niveles anteriores a la pandemia y se ha precarizado (hay más subempleo e informalidad). Hay más pobreza.
Ojo, nunca es bueno exagerar y hablar de nuestra actualidad económica como una tragedia. No es el fin del mundo para nosotros. Pero tampoco podemos negar que somos un país cuyo PBI y sus perspectivas caen mientras ocurre lo contrario con la economía mundial y la de nuestros países vecinos.
Es necesario tomar en cuenta, además, que en el resto de los países las autoridades monetarias también han subido sus tasas de interés y que, del mismo modo, sufren alteraciones climáticas. Esto nos dice que, en nuestro caso, la diferencia la está haciendo el factor político.
En el primer artículo de este blog comenté acerca de cómo la economía peruana, al ser pequeña y abierta, se movía como un pequeño velero al son de los vientos externos. Esos vientos hoy en día aún soplan hacia adelante, pero el peso que cargamos por nuestros propios errores ha estado compensando ese viento, y nos está impidiendo avanzar. Es más, nos hace retroceder.
Teníamos esperanzas en que el mensaje a la Nación del pasado 28 de julio nos diera nuevos bríos, nueva fe. Pero lo que oímos de la presidenta fue un discurso muy extenso sin anuncio importante que impactara en los “espíritus animales” de nuestro país. Fue básicamente una lista de actividades realizadas por los distintos ministerios, pero muy escasos proyectos futuros con real capacidad para mover la aguja.
A pesar de las 62 menciones de la palabra “inversión”, no se comunicó medidas significativas concretas y de inmediata ejecución que permitan acelerar el crecimiento económico. No se mencionó el sector pesquero -que lleva meses en situación negativa por la imposibilidad de iniciar la primera temporada de pesca-; le dedicó muy poco espacio a las microempresas y no se anunció una medida nueva o adicional para reducir la pobreza.
Parece que lo principal que tiene para ofrecer este Gobierno es cierto nivel de predictibilidad en lo económico y en cuanto al manejo técnico del Estado. Y eso no parece ser suficiente ni para calmar el descontento social existente, ni para despertar nuevamente a la inversión privada y devolverle dinamismo al consumo.
Mi impresión es que, mientras no exista certeza de que no se cambiarán las reglas de juego básicas de nuestra economía (léase, el capítulo económico de la Constitución) ni el próximo año ni en el próximo Gobierno, los “espíritus animales” no van a poder despertar real y sostenidamente.
Lamentablemente, con su juego político, las actuales bancadas del Congreso -que actúan blindando al Gobierno y buscando repartirse el poder para asegurar su subsistencia- no hacen más que deslegitimarse y perder apoyo popular progresivamente, impidiendo despejar la incertidumbre que aún tenemos sobre el futuro.
La política y la economía ya no van hoy por cuerdas separadas. Tenemos que tomar consciencia de ello. Hoy en día el quilombo político genera quilombo económico. Es imperativo que solucionemos nuestro quilombo político si queremos salir de esto, por el bien de todos los peruanos.