Las conversaciones
La última novela de David Toscana, El peso de vivir en la tierra, comienza así:
“Cuando un compañero de trabajo le comentó a Nicolás que había muerto Jim Morrison, él mostró un poco de interés. Hace cuatro meses murió Stravinski, le respondió. ¿Por qué entonces no me dijiste nada? Aborrecía el empeño de la gente por ser los primeros en dar alguna noticia, sobre todo noticias puntuales: un resultado deportivo, un accidente, una muerte, muchas muertes. Apenas en esa semana le habían preguntado: ¿supiste que tembló en Chile?, ¿que aterrizó aquí en Monterrey el avión secuestrado de Braniff?, ¿que nacieron nonillizos en Australia?, ¿que asesinaron a veinticinco mexicanos en California?, ¿que murió Armstrong? Con esta última noticia Nicolás preguntó si era el astronauta; pero no, se trataba de un trompetista. Nicolás hizo una apuesta consigo mismo y dijo: ¿supiste que murió Iván Illich? El compañero se quedó en silencio. Entonces le preguntó si sabía que habían asesinado a Fiódor Pávlovich Karamazov o que Ana Karenina se había suicidado… y para cuando preguntó si sabía que Yuri Zhivago había quedado tendido exánime a media calle, su compañero se había marchado”.
Las conversaciones son como la ligazón, el pegamento, los campos donde se producen las relaciones. Pueden ser verbales o no verbales, solo basta una intención, un tema común y dos o más personas. Lo que pasa en la novela con Nicolás y su compañero de trabajo es exactamente lo opuesto, y es una buena analogía de lo que pasa en estos tiempos.
En la era del vértigo tecnológico, de la angustia por lo último, de la hiperconectividad y del exceso de información hay pocos lugares donde refugiarse, donde ser humano. Uno de ellos son las conversaciones, esa actividad que conecta a los seres humanos mediante el intercambio de palabras. Hay palabras fuertes como gozo, muerte, dios, pecado, amor, odio, venganza. Hay palabras cargadas de sentimiento, por ejemplo, los sustantivos propios Madonna, Messi o Trump. Hay otras que, bien hiladas, generan ideas que pueden cambiar el mundo, como las conversaciones entre Niels Bohr y Albert Einstein, donde uno y otro ponían a prueba sus experimentos mentales; o las negociaciones entre Churchill, Stalin y Roosevelt, que definieron el futuro del planeta por los siguientes cincuenta años. Dicen algunos que no hay frase más potente que “amor, ya te deposité”.
El progreso se ha basado en la creación de ideas, teorías, en descubrimientos y en la innovación tecnológica. Al parecer, todo el esfuerzo en este sentido se ha enfocado en facilitar la vida humana: medicinas para curar y para extenderla; máquinas para ahorrarnos el trabajo físico; sensores de todo tipo para no usar nuestros sentidos; inteligencia artificial para que no pensemos en solucionar problemas. Es como si nuestra especie estuviera abocada a convertirnos en un pedazo de carne sin enfermedades ni carencias físicas, ni necesidades o deseos por satisfacer. Incluso, sin angustias o ansiedades.
En esta carrera hacia la satisfacción plena y, por extensión, al reposo absoluto, nos quedan las conversaciones, una actividad que se produce en la pequeña porción de cuerpo donde residen el alma, los sueños, los mundos imaginarios, los sentimientos y la voluntad. Desde ahí la boca emite sonidos, la vista mide el espacio, el oído nos alerta, la nariz nos prepara para lo inevitable, la lengua y la piel reaccionan al presente inmediato. El cerebro es el hogar de los mundos que compartimos a través de las conversaciones.
En las conversaciones podemos definir quién es la otra persona, qué tan profundo es su razonamiento, qué tan amplio su mundo, cómo concibe la realidad; a través de las preguntas que nos hacemos, en las respuestas que nos damos, en la inferencia del pensamiento detrás de las preguntas y de las respuestas, y del impacto que ellas producen en nosotros.
He podido clasificar cuatro clases de conversaciones. La primera es la que llamo las Repetitivas, en las que transmitimos lo que escuchamos o sacamos de las noticias, las redes sociales, los líderes de opinión, influenciadores, expertos, en las tendencias de moda y libros que funcionan como pequeñas biblias. Las repetimos porque es fácil hacerlo: se requiere poca energía, son divertidas y están hechas a la medida de nuestros gustos y preferencias. Son el tipo de conversaciones circulares impulsadas por el desarrollo tecnológico, los intereses ideológicos y económicos. La segunda son las Normadas, esto quiere decir, las que están parametradas por normas explícitas o implícitas y que algunas veces requieren de conocimiento técnico; entre ellas podemos identificar las legales, las religiosas, las de negocios, o las conversaciones académicas. La tercera son las que llamo conversaciones Críticas, donde nos exigimos mucho más porque requieren de lógica, conocimiento, argumentación y aceptar a veces que la contraparte contribuye más; son conversaciones donde se busca presentar y defender una idea y en la que todas las partes se ven beneficiadas con el aporte. La cuarta y última son las conversaciones Creativas, las que permiten soñar, las que construyen realidades nuevas. Se dan en una pareja de enamorados cuando proyecta su futuro, en dos emprendedores que imaginan un negocio, entre científicos cuando especulan sobre la materia, o entre filósofos cuando explican de nuevas formas por qué existimos. Se dan en la imaginación de un escritor cuando hace conversar a sus personajes, en la mente del lector cuando imagina esas conversaciones.
En tiempos que apuntan al reposo del cuerpo, su extensión en el tiempo y a su satisfacción plena, quizás sea interesante valorar los desequilibrios propios de nuestra naturaleza, esos que nos hacen caminar para buscar comida, tocar puertas para encontrar trabajo, seducir para reproducirnos. Desequilibrios que estimulan nuestra inteligencia, que definen nuestro nivel de insatisfacción, que gatillan la curiosidad, la imaginación que produce ideas dignas de compartir en conversaciones críticas y creativas, precisamente a lo que Nicolás y su compañero renunciaron en el momento que decidieron empeñarse a contar “las novedades” de lo que a uno le interesaba y al otro no.
NOTA: Este texto fue publicado en Jugo (https://jugo.pe/las-conversaciones/). Si no lo escuchaste, lo comparto también aquí.