La Universidad Flexible
La universidad normalmente vincula su propósito a la transformación de sus estudiantes. Sin embargo, para propiciar esa transformación es fundamental que la institución educativa entienda que los estudiantes no son iguales y que, por lo tanto, debe ser capaz de adaptarse con flexibilidad para hacer posible que cada uno de ellos tenga opción de culminar su carrera. Esa tarea requiere apertura.
A pesar de la abundante evidencia contraria, todavía persiste el mito de que los estudiantes que ingresan a la universidad son, en su mayoría, jóvenes de clase media, de 17 o 18 años, que deciden estudiar una carrera profesional como el siguiente paso natural luego de finalizar su educación básica, solteros y solteras, estudiantes a tiempo completo, que se gradúan en aproximadamente cinco años. Muchas veces, aunque se entiende que los alumnos y alumnas hoy ya no responden a ese arquetipo, las instituciones de educación superior mantienen su organización, su estructura, y sus procesos para atender a ese tipo de estudiantes. Esto propicia un desfase serio entre los servicios que las universidades ofrecen y las necesidades de sus alumnos y alumnas, lo que les genera frustración, limitado sentido de pertenencia y abandono. Cuando la propuesta académica no se ajusta a la realidad del estudiante, se pone en riesgo la posibilidad de que la institución educativa haga una diferencia y genere transformación.
Lo cierto es que los alumnos y las alumnas de la universidad peruana son, en su mayoría, estudiantes de primera generación que transitan por la experiencia universitaria sin tener demasiados referentes. En una exploración cualitativa con enfoque centrado en el usuario realizada por la UTP, se entrevistó en profundidad a decenas de universitarios peruanos. La gran mayoría trabajaba para pagar su educación y se sentía abrumada por cumplir con sus deberes académicos. Algunos de ellos también eran padres o madres. Por lo tanto, muchas veces no iban a clases simplemente para tener tiempo de dormir, descansar o atender las necesidades de sus hijos. En general, eran conscientes de las brechas académicas que arrastraban desde la secundaria y percibían ese déficit como un obstáculo para su éxito. Sabían que necesitaban dedicar más horas para “ponerse al día” y cerrar esas brechas, pero no tenían tiempo, por lo que se sentían atrapados en un círculo vicioso. El vivir lejos de la universidad también era percibido como una limitación. Muchos estudiantes viajaban hasta tres horas diarias para llegar al campus y reconocían que eso limitaba su capacidad para involucrarse en actividades de trabajo en equipo o eventos fuera de sus clases. La mayoría de los entrevistados sentían que sus instituciones no eran flexibles para adaptarse a sus necesidades. Por ejemplo, pensaban que las sesiones de apoyo o consejería que sus universidades brindaban únicamente de modo presencial durante el día o, incluso, la asistencia obligatoria a clases, no se ajustaban a su estilo de vida y, de algún modo, los hacía sentirse marginados. En general, los estudiantes sentían que nadaban cuesta arriba y que sus instituciones no pensaban en ellos y les ponían limitaciones para que puedan persistir.
Entendiendo esta realidad, es fundamental que la universidad peruana reconsidere el modo en que hace las cosas. Teniendo en mente a los estudiantes actuales, las instituciones podrían organizarse, por ejemplo, para proporcionar horarios de clase flexibles, con una oferta integral de cursos tanto de día y de noche, que se acomoden mejor a sus rutinas y necesidades diarias. Además, idealmente, deben edificar sedes descentralizadas para que el tiempo de transporte sea menor para estudiantes que desean experimentar la vida de campus. Al mismo tiempo, es fundamental ofrecer educación de calidad en modalidades no presenciales que posibilite la permanencia de muchos estudiantes con limitaciones de tiempo. Algunas instituciones podrían grabar las clases y ponerlas a disposición de quienes no puedan conectarse a algunas sesiones por motivos laborales o familiares. En general, las universidades tienen hoy el desafío de adaptar todos sus servicios y actividades para que cada uno de sus estudiantes pueda aprovecharlos de manera presencial o virtual, en los tiempos y horarios que les sean más convenientes. Esto incluye, además, talleres y tutorías, desarrollo de la empleabilidad, actividades extraacadémicas, servicios de apoyo y orientación general, consejería, convenios internacionales, entre muchas otras opciones.
Transformar la vida de nuestros estudiantes implica transitar la experiencia universitaria con cada uno de ellos, adaptando nuestras organizaciones con flexibilidad y apertura, para estar allí, como aliados, comprometidos con que nadie se quede fuera.