Más allá de las notas
Estrategias universitarias para evaluar el aprendizaje
Jonathan Golergant, Rector de la UTP
La evaluación de aprendizajes sigue siendo un reto para las universidades. Tradicionalmente, el aprendizaje se evalúa en los cursos. Así, cada docente establece un criterio para medir si sus estudiantes alcanzaron los objetivos de sus asignaturas. En función a eso, diseñan sus consignas para los trabajos que solicitan, los momentos en los que toman sus prácticas calificadas, las preguntas para sus exámenes parciales y finales, o sus consideraciones para juzgar la participación en clase. Las notas resultan del promedio de esas actividades de evaluación y se presume que una calificación aprobatoria es un buen indicador del aprendizaje logrado. Los alumnos y alumnas van aprobando cursos, van avanzando en su plan de estudios y egresan como profesionales.
Sin embargo, el problema con este sistema es que muchas veces los profesores de un mismo curso plantean actividades de evaluación diferentes. Incluso si la universidad diseñara las mismas actividades de evaluación en cada asignatura, eso no garantizaría que los docentes usen criterios similares para juzgar el desempeño de sus estudiantes. Por ello, sobre el aprendizaje de los alumnos, las universidades solo saben que estos fueron aprobando cursos de acuerdo a las consideraciones que cada docente haya establecido. Entonces, ¿cómo podrían asegurar que están formando profesionales competentes que satisfagan las necesidades de la sociedad? Es evidente que este enfoque de evaluación no es suficiente. Se necesita algo más.
Las universidades deben establecer mecanismos que les permitan obtener información oportuna sobre el aprendizaje de sus estudiantes, y esta información debe retroalimentar el proceso formativo y permitir ajustes en los planes de estudio. Uno de los métodos que la UTP utiliza para este propósito es el curso integrador. Estos cursos se incluyen en diferentes momentos del programa de estudio de cada carrera y no buscan que los estudiantes incorporen nuevos conocimientos, sino que utilicen aquellos que han adquirido previamente para aplicarlos en problemas específicos relacionados con su campo de estudio. De este modo, por ejemplo, la universidad puede establecer que, hacia la mitad de su carrera, los alumnos y alumnas de ingeniería electrónica y mecatrónica deben construir un robot móvil que suba escaleras; que durante sus últimos ciclos los de ingeniería de sistemas o ingeniería de software deben poder diseñar una app que resuelva problemáticas ciudadanas o que, entrando al segundo tercio de su formación, los de arquitectura puedan diseñar la maqueta de un hospital.
Los cursos integradores, así como todos los “cursos evidencia”, requieren de rúbricas. Estas herramientas plantean una descripción detallada de los diferentes niveles de logro esperados. Así, los estudiantes saben cómo se ve el buen desempeño. Sobre la base de estas rúbricas la universidad puede organizar la evaluación de jueces externos para evaluar muestralmente, de manera central y con criterio unificado, el logro de aprendizaje de los estudiantes. De este modo, la institución se va formando una idea objetiva de la distancia entre el nivel de competencia esperado que sus alumnos deberían demostrar en cada ciclo de estudios frente al nivel efectivamente mostrado. Esa información es crítica para revisar y mejorar permanentemente el proceso formativo.
La complejidad de la evaluación efectiva del aprendizaje requiere que las instituciones educativas vayan más allá de las notas tradicionales. La implementación de estrategias como los cursos integradores permite tener una comprensión más completa y objetiva del logro de los estudiantes, ajustar sus programas académicos de manera efectiva y, en suma, formar profesionales competentes para satisfacer las demandas de la sociedad.