¿Y luego qué?
A la mañana siguiente de una inesperada sucesión constitucional, algunos amanecerán henchidos de felicidad. “Esta es mi oportunidad”, podrán imaginarse con la banda o con alguna medallita adefesiera que los encumbre al grado de autoridad. Sí, porque además de adictivo, el poder es lo único no ilusorio, según se repiten como mantra.
Detrás de esos personajes que viven de la farándula política caminaron millones de personas siguiendo el son de la flauta mágica: tenemos que vacarlo y después ya se verá. Se creen así próceres que cambian la historia con marchas germinadas en la Bottega Dasso. Reina el silencio en un cuento futurista que, por fin, se hizo realidad. Lo sacamos, lo hicimos, triunfamos.
En el mismo día de los hechos seguiremos con un Congreso vociferante que premia a aquel que saca más leyes; sí, porque el país cambiará a punta de legicidios. En ese preciso instante, en los pasillos del palacio de Justicia, algún pillo “bajará” un billete para “arreglar” un caso y torcer esa misma ley que es un papel higiénico. Ya fuera de Lima -la capital y centro del universo peruano- un cacique moderno, borracho de ideas trasnochadas, birlará dinero para sus propias arcas pretendiendo volver al poder cuatro años después: el pueblo olvida, el pueblo perdona. En el mismo momento millones de niños terminarán una jornada laboral de mendicidad, volviéndose adultos a la fuerza habiendo experimentado el hambre. Alguna mujer no podrá dormir pensando que el marido llegará dispuesto a abusar de ella.
Nada de eso habrá importado, lo habremos sacado.
Hemos logrado en cuatro meses exacerbar todos los problemas nacionales. Hacerlos visibles con un resaltador indeleble. El problema no es él, él representa la suma de todos nuestros problemas. Lo que sucede es que él no es cercano. No nos molesta la corrupción, nos molesta la corrupción ajena.
Pero, nuevamente, eso no importa. Tenemos que sacarlo a como dé lugar.
Alguna vez me soltaron una frase que me quedó marcada; una frase útil en tiempos duros: primero sal del hoyo y luego te peleas. Pero en nuestro caso -para nuestro querido país- ya no hay tiempo, lo hemos usado en seguir la política de la división, esa que entroniza al que sabe pegarse mejor al lado popular y termina siendo contra-popular.
Si es que no queremos repetir la historia, habrá entonces que usar todo para diseñar las instituciones, sin olvidar la contención del crimen e inseguridad, buscando generar riqueza y puertas abiertas para que todas las personas puedan hacer con sus vidas lo que les venga en gana respetando y sin hacer daño. Todo en cinco años. Vaya frase, vaya cometido. A la vez, tendremos que lidiar con la corrupción, la minería ilegal, la contaminación, el maltrato a la mujer, el abuso de los menores, el caos del tráfico, todo eso y mucho más.
“Abre los ojos amigo, date cuenta” es la fase de moda. Aquella que sirve para mostrar ser más vivo que los demás, casi un adelantado. Los demás somos ingenuos simplemente porque creer que no es suficiente el cambio de banda (banda criminal me refiero). El Perú de los últimos años ha sido disputado en un conflicto pendular, de un lado para otro sin rumbo.
Si siguen pensando que cambiando de piloto -piloto, automático- simplemente porque este no nos gusta (y es cierto que hace todo para ello); pues les digo que los ingenuos no somos nosotros, los que pensamos y nos preguntamos: ¿y luego de esto qué?
Lima, 22 de noviembre de 2021
Eduardo Herrera Velarde.