Tus corruptos o los míos?
A la gran mayoría de las personas les molesta la corrupción solo cuando es ajena.
El fenómeno de la otredad nos lleva, casi siempre, a mirar al costado cuando se trata de asumir responsabilidades. De hecho, es muy posible que, por odioso o sangrón (como dicen los mexicanos), pocos terminen de leer este artículo.
En la actualidad, y más en nuestro país, diera la impresión que es la lucha contra la corrupción el hito a tratar como punto de unificación, como espacio de encuentro. Ya nuestra ilusión futbolera se acabó -por el momento- y la comida siempre estará; pero nos falta una causa nacional, algo que nos permita decir: “si, pues, estamos jodidos de corrupción y tenemos que actuar”.
La corrupción como fenómeno humano contiene muchos elementos que la convierten en particularmente atractiva. Esencialmente dos que están presentes en casi toda serie televisiva de éxito: poder y dinero. Un ser humano, compra o vende a otro usando de mala manera su poder y la energía del dinero. La corrupción, salvando las distancias, es una suerte de prostitución de la que muy pocos escapan (escapamos).
Si bien podríamos señalar con cierto consenso que estamos colmados de corrupción (incluso porque los mismos corruptos lo admiten), el gran diferencial empieza a presentarse en las presuntas soluciones. Por experiencia personal puedo decirles que, tantas personas hay en el país como igual número de propuestas en la materia. No obstante, en lo que el respetable parece estar de acuerdo es en la negativa y rechazo a la impunidad. La delincuencia molesta y más molesta la “pana y elegancia” de un delincuente que se sale con la suya.
Nuestra intención de contrarrestar la impunidad -sobre todo la política- nos ha llevado a pedir, contradictoriamente a la esencia humana, más controles y sanciones. Podría decirse que estamos dispuestos a sacrificar uno de los valores más preciados (la libertad) para que caigan esos pillos.
Pero, insisto, la corrupción en el país que tanto queremos es, eminentemente, argollera. A nuestros corruptos no los toca nadie y podemos defenderlos con argumentos ya conocidos: “cortina de humo”, “refrito” hasta llegar al pedido -fíntero en su mayoría- de una exhaustiva investigación que nunca culminará.
Si podemos ponernos de acuerdo en el objetivo (acabar con la impunidad en la corrupción) ya medio camino está resuelto. No obstante, quien tendría que hacerlo, quien tendría que procurar que no exista impunidad, vive de espaldas a nuestra realidad. La señora presidenta del Poder Judicial, en reciente declaración en un programa televisivo nocturno, mencionó que, ante la crisis existente solamente queda el Poder Judicial “como único bastión de defensa de la democracia”. Una broma de mal gusto, considerando que ese sector -por el que ella ha hecho muy poco al igual que sus antecesores- es, con honrosas excepciones, un genuino mercado persa. Ciertamente democrático e inclusivo sí, pero en corrupción e ineficiencia.
Viene así nuevamente la desolación, si en el país no se puede conseguir justicia ¿cómo podremos acabar con la corrupción? La respuesta es sencilla y está en nuestras manos, hay que forzarla, exhibirla, denunciarla, hasta que se logre modificar la situación. En ese esfuerzo estamos quienes nos dedicamos a esto (hay muchas organizaciones, por cierto). Si la justicia no llega hay que buscarla usando todos los medios -lícitos- a nuestro alcance. Si el fiscal no te hace caso en tu denuncia por corrupción, quéjalo; si un abogado palomilla te ofrece una salida “conveniente” a tus resultados, grábalo, exhíbelo y no aceptes; si un juez demora tu caso para que lo aceites, denúncialo. No es necesario hacer más, solo la abstención y el señalamiento tomando responsabilidad, hasta formar masa crítica.
Es el poder de las personas el que cambia los hechos, el que mueve las transformaciones, el que genera un antes y un después. Somos muchos los que queremos que ese poder no se use como mercancía de venta en una transacción corrupta. Es la actitud nuestra, más lindante con el entusiasmo y el coraje que con la apatía, la que nos sacará de este hoyo.
Aquí estamos.
Lima, 17 de junio de 2022
Eduardo Herrera Velarde