El problema no solo es el presidente
El país no puede estar “reseteándose” cada año y medio simplemente porque se nos escapó un mal voto. Desde esa perspectiva, tal vez hubiese sido lo más coherente asumir la equivocación y aprender para la próxima. Pero cuando esperar a la próxima depende de que millones de personas se sigan hundiendo en la pobreza, entonces cambiar el rumbo pronto resulta ser lo más responsable.
Parecería haber consenso en que la solución es cambiar la política. La gran pregunta está en el “cómo” hacerlo. De ahí empieza una discusión de reformas. Un senado, más representantes, reelección congresal, etcétera. Matices, normas legales. Trágicamente en este país seguimos pensando que la ley, por su sola existencia, cambiará la conducta de nuestra política de manera automática. Los hechos, cada vez más, demuestran todo lo contrario.
Pienso que si hablamos de normas legales habría que apuntar a un aspecto central en el que hay que ponernos de acuerdo: el financiamiento. Mientras la actividad política esté financiada de manera oscura (porque no todos declaran el origen de su financiamiento y no todos declaran todo el dinero que reciben), mientras la política se sustente en la inversión de dinero para luego recuperar con intereses cuando el candidato se posesione del puesto o mientras no existan sanciones fuertes y reales en este tema, el país se llenará de aventureros, inversionistas, “empresarios” de la política. Nada cambiará.
Ahora bien, esto nos lleva a otro punto más trascendente en el que pocos se fijan; en la necesidad real de “elevar” el propósito. Se subir la discusión y convertirla en consenso, y no mediante un voto mediocre de mayorías y minorías, sino en un acuerdo en donde todos salgamos ganando. Porque el éxito de una negociación no radica en que la opinión mayoritaria triunfe, sino en que todos quedemos medianamente satisfechos y conformes. Eso convierte a una regla en legitima y cumplible.
Elevar el propósito involucra no mirar siempre el error del otro, pensando en que el pecado del otro me hace santo. También determina dejar de abanicarse con el dulce frescor de quien tiene la razón (esta idea me la sugirió mi coach Mónica Castañeda). Elevar el propósito consiste en unir aspiraciones superiores, una mejor competencia, más limpia en donde gane el mejor. Elevar el propósito es mirar más allá de nuestros cálculos e incluso abandonar al destino lo que sucederá porque una elección no se puede “asegurar”. Por ejemplo, en el mecanismo de financiamiento, tener la convicción de que esto podría no favorecerme como político en lo inmediato, pero si ayuda a una mejor competencia, entonces finalmente termina ayudándome como competidor.
Entonces, no pensemos que saliendo este presidente inmediatamente – como en el caso de las leyes- las cosas cambiarán automáticamente. Para una sola muestra, miremos a los candidatos que presentan los partidos de oposición a nivel nacional para las próximas elecciones regionales y se llevarán una gran sorpresa (ni que hablar de los oficialistas). Pareciera que nada ha cambiado y que no hemos aprendido. Si seguimos haciendo lo mismo, una y otra vez, no esperemos resultados diferentes como lo decía bien Einstein.
Aún dicho todo esto. La gran acción del cambio en la política empieza con la salida de este régimen. Mirando, desde luego, a que el camino debe ser mayor, más grande y trascendernos. Solo así modificaremos el rumbo y podremos mirar mejor el futuro que ya está encima.
Lima, 29 de agosto de 2022
Eduardo Herrera Velarde