La disciplina: el arte para forjar líderes y organizaciones excepcionales
En el mundo empresarial, la disciplina es frecuentemente malinterpretada. No se trata de castigo ni de una simple adherencia a formalidades. La verdadera disciplina empresarial tiene sus raíces en el aprendizaje y la enseñanza, pero no en un sentido abstracto, sino en la práctica concreta del “hacer” y en la formación de hábitos adecuados.
Históricamente, las grandes habilidades se transmitían de maestro a discípulo. Los artesanos, escultores y artistas no enseñaban en aulas, sino en talleres, transmitiendo el oficio a través de la práctica diaria. Si bien la academia nos proporciona un saber conceptual, cualquier profesión se consolida en la práctica, y es allí donde la figura de un superior experimentado se hace indispensable. Esta relación de aprendizaje práctico es el modelo que debemos emular en nuestras empresas actuales.
Como líderes, nuestro papel es ser maestros en tres áreas fundamentales: el arte de la estrategia, el arte de la ejecución y el arte del liderazgo. Debemos cultivar discípulos que no solo aprendan, sino que eventualmente nos superen. Sin embargo, es crucial entender que no todos los roles requieren el mismo nivel de habilidad en estas áreas.
En toda organización, necesitamos una combinación de estrategas visionarios capaces de ver más allá de lo inmediato, que promuevan nuevos negocios, mercados o productos. Asimismo, se requieren gestores que traduzcan la visión en acciones concretas y dirijan a los equipos, y operativos que materialicen los planos día a día. Para ello, se cuenta con personas más “operativas” que ejecutarán disposiciones para alcanzar las metas.
Sin embargo, un error común, especialmente en empresas en crecimiento, es promover a buenos operativos a puestos de gestión sin considerar si poseen las habilidades necesarias. Este enfoque, aunque bien intencionado, suele conducir a la frustración, el desenfoque y malos resultados. Es fundamental reconocer que diferentes posiciones requieren distintos perfiles. Algunas funciones exigen estrategas visionarios, mientras que otras se benefician más de gestores eficientes o de operativos altamente calificados. La clave está en identificar estas necesidades y alinear el talento adecuadamente.
El arte de ser líderes, tanto para estrategas como para ejecutivos, implica crear un entorno donde cada miembro del equipo entienda su papel y su potencial de crecimiento. Esto conlleva identificar las fortalezas y áreas de mejora de cada individuo, asegurando que los roles asignados se alineen con sus capacidades y aspiraciones, y proporcionar oportunidades de desarrollo continuo, entendiendo que el aprendizaje es un proceso de por vida. Este enfoque no solo potencia el crecimiento individual, sino que también fortalece la capacidad de la organización para adaptarse y prosperar en un entorno empresarial dinámico.
Esta visión de la disciplina empresarial (la disciplina del servicio) tiene un impacto profundo en la satisfacción y el compromiso de los empleados. Cuando los individuos entienden claramente su rol y ven un camino de crecimiento ante ellos, su motivación y compromiso aumentan significativamente. Esta disciplina, entendida como un proceso de aprendizaje continuo y mejora, crea un ambiente donde los empleados se sienten valorados y parte integral del éxito de la empresa. Esto no solo mejora la retención del talento, sino que también fomenta una cultura de innovación y un mejor servicio al cliente.
A la disciplina del servicio podemos sumarle la disciplina de la excelencia. Esto significa que la verdadera disciplina empresarial requiere crear un sistema de aprendizaje y mejora continua. No se trata solo de seguir reglas, sino de cultivar un entorno donde cada miembro del equipo se esfuerce por alcanzar la excelencia en su rol específico: hacer hoy las cosas mejor que ayer, y mañana, mejor que hoy.
La excelencia no es un destino, sino un viaje continuo. Se manifiesta en el esfuerzo diario por superar nuestros logros anteriores, en la búsqueda constante de innovación, en la optimización de nuestros recursos y procesos, y en la mejora de la satisfacción de nuestros clientes. Esta búsqueda requiere disciplina: la capacidad de mantener el enfoque en nuestros objetivos a pesar de los obstáculos y distracciones.
Al adoptar este enfoque, no solo construimos empresas más eficientes y productivas, sino que también creamos organizaciones resilientes, capaces de adaptarse y prosperar en un entorno empresarial en constante cambio. La disciplina, entendida correctamente, se convierte así en el motor que impulsa la innovación, el crecimiento y, en última instancia, el éxito sostenible.