La impresión que dejo en los demás
Ayer recibí un mensaje de una lectora que decía lo siguiente:
“tengo el problema que todos piensan que soy pedante, es decir, esa es la impresión que dejo en los demás y no soy para nada así. Me cuesta mucho socializar, sin embargo, soy muy buena en lo que hago profesionalmente. Me cuesta sobre todo socializar con mujeres. Quisiera algún tip para poder seguir luciendo profesional y competente, pero sin que piensen que soy pedante”.
Al leer esto, automáticamente me sentí plenamente identificada. Les cuento por qué.
A pesar que estudié en colegio mixto, mi niñez y adolescencia estuvo marcada por mujeres. Soy la menor de cuatro hermanas y además fui criada por mi madre, mi abuela, mis tías y Rosa, que nos ayudaba en casa. Siempre fui muy tímida e introvertida. Era de tener una o dos buenas amigas y no socializaba mucho ni en el barrio ni en el colegio.
Además era más grande de lo normal para mi edad. Desarrollé antes de tiempo y a los 13 parecía de 18. Me sentía diferente, que no encajaba y hasta yo misma me excluía y eso aumentó mi inseguridad y me volví aún más tímida e introvertida.
Pero si algo siempre tuve claro es que quería ser una gran profesional. Había visto a mi mamá trabajar muy duro toda mi vida. Mi primer trabajo fue en una compañía de seguros y mi jefa, era una mujer pequeñita, pero con un carácter muy fuerte. La admiraba muchísimo, aunque no era muy querida y siempre escuchaba comentarios muy duros sobre ella. Años más tarde, tuve nuevamente una jefa mujer, que también era muy buena, pero nuevamente, tenía un carácter muy fuerte y la gente siempre hablaba muy mal de ella.
Fui avanzando en mi carrera y por primera vez en mi vida, sentía que encajaba. Sabía que me había hecho muy buena en lo que hacía. Ahora era mi turno de ser la jefa y entré a trabajar a una empresa, donde ahora estaba rodeada en su mayoría por mujeres. Aunque seguía (y aún sigo siendo) muy tímida e introvertida, mi buen desarrollo en el ámbito de los negocios, me había dado mucha seguridad y podía dominarlo. Sin embargo, no lograba hacer amigas, ni mucho menos sentirme “bien vista” por las demás mujeres de la empresa. Yo no entendía porqué.
Tenía la suerte de que una de mis mejores amigas también trabajaba ahí y a diferencia mía, ella es extremadamente extrovertida y sociable. Un día me dijo “La gente piensa que eres demasiado soberbia y pedante. Yo les he dicho que no, que te conozco de toda la vida y sé que eres muy sencilla, pero no me creen. Dicen que las miras por encima del hombro, como si todo te apestara y fueras superior a todas”. Me sentí muy sorprendida, pues nada era más lejano de la realidad.
Ella me aconsejó: “baja un poco la guardia, sonríe un poco más”. Eso me dejó pensando. Me decía “pero porque voy a sonreír de más. Estoy en un entorno profesional y serio”. Mi seriedad y timidez eran muy marcados y cuando entré a trabajar en un mercado muy masculino, sentía que sonreír de más me restaba puntos y credibilidad. Yo quería ser tomada en serio y que mis jefes y demás colegas me vieran como una igual, no como “el sexo débil”.
Después de muchos años, recién he comenzado a entender que lo que decía mi amiga era cierto. Estaba muy a la defensiva todo el tiempo. Era tal mi hambre de comerme el mundo, de ser alguien, de crecer y avanzar en mi carrera, que descuidé mi parte social y de hacerme más cercana a la gente. Me había convertido en una persona agresiva en todo el sentido de la palabra. Me justificaba diciendo que los hombres lo eran y entonces, yo también tenía que serlo. No comprendía muchas cosas que ahora sí y no sabía lo importante que también era ser asertiva y cercana a la gente y sobre todo cuidar las relaciones.
A mi lectora, le aconsejé lo mismo que entonces me dijo mi amiga. “Sonríe más, baja la guardia y aprende a escuchar más a los demás y hablar menos de ti misma”.
Pero hay algo muy cierto y triste en todo esto. Hoy hablamos de la importancia del empoderamiento femenino, pero aún entre mujeres, no hemos aprendido a dejar de vernos como competencia, a no apagar la luz de la otra. Nunca ha estado bien visto entre mujeres que seamos hambrientas por crecer y avanzar, con carácter fuerte y firme. Justo de eso habla Lucia Olivares en su artículo en Somos del sábado pasado.
Y aunque siempre decía que no me importaba gustarle ni agradarle al resto, que yo iba a trabajar y no a hacer amigas, llegó un punto, donde no pude taparme los ojos y aislarme del mundo. Somos seres sociables, vivimos en comunidad y queremos sentirnos aceptados y que encajamos en nuestro entorno.
No tenemos que estar demostrando 24/7 lo competentes que somos. Practicar ser asertivos es quizás la mejor respuesta. Buscar el equilibrio, entre ser competente y a la vez accesible. ¿Fácil? Pues no, pero no es imposible. Además es bueno saber, que no vamos a agradarle a todos, pero no por eso debemos dejar de ser amables con el resto. Como siempre digo, primero hay que ser un buen ser humano, para luego preocuparnos en ser un buen profesional.
Aprendamos a entender lo que nuestro lenguaje corporal le dice a los demás. Nuestros gestos, miradas, el uso de nuestras manos, la sonrisa, el tono de nuestro voz. El lenguaje corporal es más poderoso que cualquier traje y a veces envía señales a los demás que son percibidos de manera diferente a lo que crees.
Ojo, no se trata de dejar de ser uno mismo, sino de encaminar y dirigir bien nuestras competencias, fortalezas, sintiéndonos seguras de nosotras mismas por nuestros logros y avances, si necesidad de pasar por encima de nadie más.
¿Ustedes creen que debe importarnos la impresión que dejamos en los demás? Me gustaría leer sus opiniones.
¡Hasta la próxima!
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