¿Qué podemos aprender de Grecia? (por Juan Mendoza)
La incertidumbre sobre Grecia concentra la atención mundial, y más allá de su desenlace, hay un conjunto de lecciones que nos deja la crisis griega.
La primera tiene que ver con el origen mismo del problema: el sobreendeudamiento durante la época de vacas gordas previa a la crisis financiera internacional. Un elemento esencial que hizo posible el crecimiento de la deuda griega fue la ausencia de supervisión bancaria macroprudencial. Sabemos hoy que tan o más importante que la típica supervisión microeconómica de una entidad financiera es examinar los riesgos macroeconómicos que esta enfrenta o tiene el potencial de generar. Debido a las notorias dificultades de coordinación, la supervisión macroprudencial debería ser tarea del mismo agente que controla la política monetaria. Por lo tanto, la crisis griega debería llamarnos a reflexionar sobre si nuestro Banco Central tiene las herramientas necesarias para ejecutar supervisión bancaria macroprudencial. Sino es así, una posible reforma sería, por ejemplo, que la SBS fuese absorbida por el BCR.
La segunda lección es que la austeridad en tiempos de crisis es funesta. El grave error desde el 2010 ha sido intentar estabilizar la economía griega con recortes en el gasto público o aumentos en los impuestos. Sin duda, Grecia es un país plagado de ineficiencias, con un sector público que necesita profundas reformas estructurales. Pero si hay precisamente un momento en que no conviene reducir agresivamente el déficit es en medio de una recesión. El problema es que cuando cae el gasto público se recesa aún más la economía, lo cual genera un círculo vicioso del cual es difícil escapar. Por ello, ha sido un desacierto que la base de la propuesta de rescate europeo fuese mayor austeridad fiscal. No es solo esta austeridad una forma de masoquismo macroeconómico sino políticamente inviable en un país que ha perdido 25% de su PBI desde el estallido de la crisis a pesar de haber recortado el gasto público en más de 40%.
La tercera lección es que una unión monetaria, como la del euro, es intrínsecamente frágil sin una efectiva unión fiscal. En otras palabras, debido a que no hay política monetaria independiente por parte de cada estado dentro de la eurozona, se hace necesario que haya transferencias fiscales automáticas entre los países miembros en tiempos de crisis. Estas transferencias le hubiesen permitido al fisco griego capear el temporal con relativa facilidad y no, como ha sucedido, convertirse en mendigo de paquetes de rescate de otros países europeos. Un ejemplo exitoso de una unión monetaria con una efectiva unión fiscal son los Estados Unidos de América, en el que ningún estado es dejado a su suerte cuando las papas queman. Si los europeos no quieren adoptar el modelo norteamericano es solo cuestión de tiempo hasta que la siguiente crisis acabe con el experimento de la moneda común.
La última lección es el fracaso del estado de bienestar europeo y las políticas socializantes e intervencionistas en el Viejo Continente. Estas políticas han anquilosado la iniciativa privada y han sido barrera fundamental al funcionamiento de los mecanismos del mercado para estabilizar la economía y restaurarla competitividad no solo en Grecia sino en Portugal, España e Italia. Pasada la emergencia, Europa debería desmantelar el estado de bienestar si quiere restaurar el crecimiento sobre bases sólidas y no seguir perdiendo importancia relativa en la economía mundial.
Juan Mendoza.
Publicado en Gestión, 13 de julio de 2015.