La destrucción de la Argentina (por Juan Mendoza)
La Argentina era en 1930 uno de los países más ricos del mundo. El ingreso per cápita del país austral era el séptimo del globo, muy por encima del de los países del sur de Europa, similar al de Francia y Alemania, y alrededor de 80% del de los Estados Unidos. La ciudad de Buenos Aires, una de las más pobladas del planeta, era el indudable centro cultural de Ibero-América con el espléndido Teatro Colón como muestra del fervor intelectual de la urbe. Buenos Aires, que había inaugurado el transporte subterráneo en 1913, tenía la única sucursal de la exclusiva Harrods fuera de Londres. El refinamiento y elegancia de los boulevards bonaerenses, sin parangón en el continente, era, para muchos, solo comparable al de París.
Y el futuro no parecía más prometedor para este país joven, con un territorio tan rico como vasto, con una población que un observador hubiese dicho había dejado las taras del atraso en Europa. Argentina era en ese entonces otro Estados Unidos, destinada a ser un país líder en el concierto de las naciones. Pero el magnífico futuro al que la Argentina parecía marchar nunca se materializó. De forma aparentemente inexplicable, como si el país hubiese ingresado en un universo alternativo, en una dimensión desconocida, los últimos 85 años son un largo y triste recuento de declive y decadencia en la historia del país del sur.
En efecto, en contra de las prognosis de la época, a partir de 1930 la Argentina se comenzó a atrasar con respecto al mundo desarrollado. Década tras década el país se atrasó más y más hasta llegar al momento actual en que la prosperidad relativa del pasado parece un cuento de hadas. En lugar ser de otro Estados Unidos, la Argentina de hoy es más otra Venezuela. La elegancia de Palermo y Recoleta ha sido reemplazada por la estridencia y el desorden urbano. Y aunque el buen gusto se resiste a abandonar a Buenos Aires, la ciudad no es ni la sombra de su viejo esplendor, y es frecuente para el visitante encontrarse con el kitsch y alienación típicos de otras ciudades latinoamericanas.
¿Qué explica el sistemático declive del estándar de vida relativo de la Argentina? Este es la fascinante pregunta que se plantean Martín Lagos y Juan Lach, autores de En el país de las desmesuras. Recomiendo sin reservas este excelente libro a cualquiera interesado en la historia económica de la Argentina. Como no quiero arruinarle la lectura del texto de Lagos y Lach a nadie, explico someramente, líneas abajo, la que considero la causa fundamental de la decadencia argentina.
En mi opinión, la causa proxima de la debacle relativa de la Argentina es la creciente intervención del Estado en la economía. Esta intervención empieza justamente en 1930 con el primer golpe militar que derroca a Yrigoyen y da inicio a la política de sustitución de importaciones. Esta política, motivada por la caída de los términos de intercambio por la depresión mundial, buscaba romper la dependencia de la Argentina con el exterior a través de políticas proteccionistas. La década de 1930 fue completamente perdida en términos de crecimiento y la política de sustitución de importaciones un sonoro fracaso. Sin embargo, paradójicamente, la política de sustitución de importaciones se ha vuelto a intentar en repetidas ocasiones, siempre causando más y más daño en los ya largos años de influencia peronista.
Las políticas de sustitución de importaciones son solo una muestra de cómo el Estado argentino ha interferido con el accionar de los mercados y la libertad económica. Otros ejemplos incluyen las políticas tributarias y de subsidios para redistribuir la riqueza y re-establecer la “justicia social”. En otra entrega me referiré con detalle a estas otras políticas. El hecho es que hoy el gasto público en Argentina es de alrededor de 40% del producto bruto interno, largamente superior al promedio de los países latinoamericanos. Y la participación del gasto público sobre el producto subestima el grado de intervención estatal, pues no considera el efecto de las múltiples regulaciones que constriñen la iniciativa privada y la libertad de empresas y consumidores.
La filosofía que motiva la sustitución de importaciones es que el comercio mundial es injusto pues unos pocos países ricos e industrializados dictan los términos del intercambio, mientras que muchos países pobres exportadores de materias primas se deben resignar a aceptarlos. Por ello, se hace necesaria la intervención estatal para cambiar la matriz productiva y diversificar la economía. ¿Le suena familiar? Es la misma filosofía que muchos iluminados han recomendado y, algunas veces lamentablemente, llevado a la práctica como en el Chile de Allende, en el Perú de Velasco o en la Venezuela de Chávez. Es una filosofía profundamente equivocada pues desconoce que no se puede crear mercados artificialmente. Asimismo, es una filosofía contraria a la evidencia empírica que nos dice que las economías abiertas crecen aproximadamente 2% más al año que las cerradas. Ver por ejemplo el artículo de Robert Lucas “Trade and the Difussion of the Industrial Revolution”, American Economic Journal: Macroeconomics, 1(1): 1-25, 2009.
Por supuesto la pregunta de fondo es ¿Por qué un país como la Argentina pudo equivocarse de forma tan meridiana y sistemática a partir de 1930 con políticas tan erradas? Mi respuesta tentativa la tendrá Usted, apreciado lector, en la siguiente entrega en este espacio. Mientras tanto, como soñar no cuesta nada, un visitante a esta ciudad puede imaginarse que los siguientes 85 años estarán en las antípodas de los anteriores, que las luces del Buenos Aires de fines del siglo XXI volverán a iluminar América, que la Argentina volverá a ser tierra de desarrollo, promesa y oportunidad.
Juan Mendoza
Buenos Aires, 4 de agosto de 2015