Sueños de opio: China y el Perú (por Juan Mendoza)
La emergencia de la coyuntura internacional me obliga a ocupar este espacio para comentar los últimos sucesos en la China y sus implicancias para la economía mundial y nacional. Las últimas semanas han estado dominadas por un torbellino de acontecimientos: caídas severas y abruptas en la bolsa de Shanghai que se transmitieron al resto del Asia, enorme volatilidad en las bolsas europeas y norteamericana, y en las cotizaciones del petróleo, el oro y otros commodities. Y aunque la turbulencia en los mercados financieros ha amainado no hay forma de ocultar el elefante en la habitación: China no es la de antes ni volverá a serlo.
En efecto, hay serias dudas sobre la capacidad de China de seguir creciendo a más de 7% en los años venideros. Exportaciones declinantes e indicadores pesimistas sobre la producción industrial han contribuido a reforzar la noción que la economía china se está ralentizando más rápido de lo que se anticipaba. Hay, incluso, dudas sobre qué tan fidedignas son las estadísticas oficiales. Para algunos observadores de la economía china el crecimiento real ya está por debajo del 5%. Sea como fuere ¿Cuáles son las causas del enfriamiento de la China?
Desde fines de la década de 1970, cuando el país se embarcó en la implementación de reformas de mercado y abandonó el comunismo a ultranza de los días de Mao, China creció de manera espectacular. De hecho, a inicios del presente siglo, la tasa de crecimiento de la economía china superaba el 10% anual. Este rápido crecimiento estaba basado en una expansión explosiva de las exportaciones y en altas tasas de inversión. Ello era posible pues los salarios eran muy reducidos debido a una enorme masa de campesinos con productividad cercana a cero. Además, el acelerado crecimiento era posible por el bajo nivel de desarrollo inicial del país continente en que las inversiones con altas tasas de rentabilidad abundaban.
Pero el modelo de crecimiento de la China se ha agotado. En primer lugar porque la masa de campesinos con baja productividad es cada vez más reducida. Así, por ejemplo, el 55% de la población china vive hoy en las ciudades mientras que en 1978 la población urbana era apenas 20% del total. A medida que las personas han migrado desde el campo a ocupaciones urbanas los salarios se han incrementado. Así, los salarios chinos son hoy cerca del 75% de los mexicanos mientras que a inicios de los años noventa eran menos de la tercera parte. Salarios más altos significa precios más altos y, por lo tanto, menor competitividad para las exportaciones chinas.
La segunda razón por la cual es imposible que China siga creciendo tan rápido es el agotamiento de las inversiones altamente rentables. Cuando el país asiático comenzó a desarrollarse todo estaba por hacerse. En ese entonces casi cualquier inversión tenía una tasa de rentabilidad alta que justificaba su realización. Pero luego de más de tres décadas de masivas inversiones que han transformado a la China, cada vez hay menos oportunidades de inversión. En efecto, el país sufre una crisis de sobre-inversión pues la tasa de inversión, cerca de 50% del PBI, es demasiado alta en comparación a la tasa de crecimiento del producto, alrededor de 7%. En otras palabras, hoy por hoy, el retorno de las inversiones chinas es bajo. Más aún, hay inversiones con retornos negativos a juzgar por la aparición de las llamadas ciudades fantasma, caracterizadas por oficinas, viviendas y calles vacías. El exceso de capacidad abunda en la China en especial en las industrias del acero y las vinculadas a la construcción.
El lector se preguntará ¿Cómo es posible que se hayan llevado adelante proyectos con retornos negativos? ¿Por qué la tasa de inversión ha permanecido tan alta durante tanto tiempo? Dicho de otro modo, ¿Por qué el consumo es apenas 35% del PBI a diferencia de la mayoría de economías en que es al menos la mitad del producto? La respuesta es que China no es una economía de mercado. De hecho, el régimen económico del país es una extraña combinación de capitalismo y planificación central. En efecto, la inversión ha permanecido artificialmente alta y se han financiado proyectos no rentables por decisión del gobierno chino. Así, por ejemplo, las numerosas empresas estatales han reinvertido el integro de sus utilidades durante décadas en lugar de distribuirlas entre sus accionistas como en las empresas privadas de Occidente.
El consumo ha permanecido bajo pues los ingresos de los trabajadores no han aumentado a la par que el producto nacional. Asimismo, la escasa, por no decir inexistente, e ineficiente provisión pública de salud, educación y pensiones es una explicación del bajo nivel de consumo pues las familias se ven forzadas a ahorrar una significativa proporción de sus ingresos para financiar su salud, educación y jubilación. En otras palabras, la razón profunda de la crisis de sobre-inversión china y la baja participación del consumo es el escaso grado de libertad económica que ha impedido que las decisiones de inversión estén orientadas por criterios de eficiencia económica, y la ineficiente provisión de salud y educación públicas.
Las tasas de crecimiento declinantes en los últimos años han hecho evidente, para las autoridades chinas, la necesidad de “re-balancear” su economía. Es decir, el pasar de un modelo de crecimiento alimentado por las exportaciones y la inversión a un modelo basado en el mercado interno. ¿Pero cómo hacer para que el consumo, en particular el de servicios, ocupe paulatinamente el lugar que la inversión ya no puede seguir ocupando en la estructura del PBI? Este es el dilema de las autoridades chinas. Aumentar el crédito o la participación en la bolsa han sido estrategias fallidas e insostenibles. La solución real pasa por privatizar la economía para que la asignación de recursos sea cada vez más eficiente.
Sin embargo, privatizar la economía también implica que el todopoderoso partido comunista pierda poder. Es poco probable que las propias autoridades comunistas inicien reformas que eventualmente llevarán a la democratización de la China, es decir a una reducción de sus autocráticos privilegios. Además, como consecuencia del crecimiento económico, con seguridad se está embotellando cada vez mayor deseo por libertad y democracia, en particular entre las crecientes masas urbanas educadas. Por ello, el riesgo fundamental del “re-balanceo” de la economía china no es económico sino político. En este sentido, recomiendo el excelente artículo de Eduardo Porter titulado “Political Risks May Foil Economic Reform in China”, publicado en el New York Times el martes 25 de agosto.
En cualquier caso, la desaceleración de la China es una realidad. Era un sueño de opio pensar que el gigante asiático podía expandirse permanentemente a tasas elevadas. Los efectos sobre la economía mundial del menor crecimiento chino son significativos por diversas razones. En primer lugar por el tamaño de la economía china. El que China crezca 5% o menos en el futuro es equivalente a que los Estados Unidos entraran en recesión para el PBI mundial. En segundo lugar, China es el principal tenedor de bonos del tesoro norteamericano. Una menor expansión china tendrá como consecuencia menor demanda por estos valores, caída en sus precios, y tasas de interés más altas. En tercer lugar, China es un socio comercial fundamental para Europa, Estados Unidos, Asia y numerosos países alrededor del mundo. Finalmente la salida de capitales de China fortalecerá al dólar y seguirá causando espirales devaluatorios alrededor del mundo.
Así, para países como el Perú, Chile, Brasil y Sudáfrica la desaceleración china será un duro golpe para sus perspectivas de crecimiento. En particular, para países como el nuestro, ya no es razonable apostar a un rápido crecimiento de las exportaciones ni a que los precios record del cobre, el plomo y el zinc, entre otros metales industriales, se repitan en la siguiente década. Con términos de intercambio menguados y menor potencial de expansión exportadora, enfrentamos ahora el desafío de crecer sobre la base de aumentos en la productividad. Además, en el corto plazo, una rápida depreciación de nuestra moneda conlleva el riesgo de una crisis financiera si muchas empresas y personas endeudadas en dólares incumplen sus pagos.
¿Qué podemos hacer para enfrentar el panorama externo menos halagüeño? Hay dos acciones urgentes que pienso debemos tomar en el plazo más inmediato. Sin duda, lo primero es poner en marcha los numerosos proyectos de inversión mineros paralizados. Estos proyectos son valiosos no solo por su rentabilidad sino porque generarán dólares. Y en épocas de turbulencia financiera el dólar es la moneda de refugio internacional, como acabamos de constatarlo en las últimas semanas. Además, hay que desarrollar estos proyectos antes que el progreso técnico haga obsoletos nuestros hoy valiosos recursos naturales. En segundo lugar, es esencial mejorar la provisión de bienes públicos fundamentales como infraestructura, seguridad, salud y educación públicas pues si no lo hacemos es poco probable que aumente la productividad de manera sostenida. La prioridad del Estado debe ser la provisión de estos bienes públicos. Y, claro, cada uno de nosotros, pero nuestras autoridades en especial, debemos recordar que los problemas no se resuelven solos, que enfrentarlos con éxito requiere realismo, coraje y decisión.
Juan Mendoza,
Lima, 28 de agosto de 2015.