Acostumbrándonos a crecer 5% anual
No cabe duda que el período de crecimiento fuerte
de la economía peruana ocurrido entre 2003 y 2012 se debió a dos factores: por
un lado, la disciplina monetaria y fiscal y por otro, el impulso externo,
derivado de una coyuntura externa excepcional, caracterizada por altos precios
de los productos mineros de exportación y el acceso a financiamiento externo
barato. Hoy se habla de una
desaceleración, que significa que el mundo crece más lento. Lo que ha ocurrido
es que de los dos factores mencionados, se mantiene el primero, pero cambió el
segundo. En términos prácticos, significa que la demanda externa por productos
hechos en el Perú ha disminuido debido a dos razones: la menor demanda de China
y la ausencia de una salida sostenible a la crisis de Estados Unidos y la
Eurozona. El resultado es incertidumbre y en ese contexto cae la inversión,
base del crecimiento. El mundo se está “encogiendo”.
Nadie sabe cuánto tiempo más durará el entorno
externo desfavorable. Recuerde el lector que las exportaciones tradicionales se
orientan a Asia, mientras que las no tradicionales, como productos
agroindustriales, textiles, joyería y calzado, entre otros, se dirigen hacia
Estados Unidos y la eurozona. Si las tres zonas se están desacelerando, es
lógico pensar que la economía peruana seguirá la misma trayectoria, pues se
“achican” los mercados externos.
La evolución de la economía mundial es cíclica; lo
difícil es saber cuándo pasaremos de la fase de caída a una de aceleración.
Mientras tanto, me parece que debemos acostumbrarnos a crecer menos comparado
con lo ocurrido en el período 2006-2008, probablemente en torno de 5%. El
lector puede corroborar que en ese trienio los precios internacionales de los
minerales fueron los más altos de la década.
¿Qué implicancia tiene crecer 5% en lugar de 8%?
Pues es similar a un automóvil que va en una autopista a 100 kilómetros por
hora y ahora lo hará a 80. No es malo. Sería perjudicial si se obliga al
automóvil a avanzar a 100 cuando solo puede ir a 80. Por lo tanto, lo primero que
debemos hacer es aceptar la menor velocidad de la economía mundial y no tratar
de “forzar la máquina” pues podemos malograrla. Forzar la máquina tiene
riesgos. Por ejemplo, ¿de qué sirve inyectar liquidez o aumentar el crédito si
la economía ya no crece a la velocidad anterior? Solo creará mayores
vulnerabilidades.
Lo que pasa en el fondo es que “los buenos tiempos
son malos para aprender”. La sensación de complacencia y optimismo cuando “todo
va bien” impide notar los riesgos que están “debajo de la alfombra”. Sobreendeudamiento,
brecha externa (importaciones mayores que exportaciones), disminución del
superávit fiscal (ingresos mayores que gastos) son solo algunas de las
vulnerabilidades que afloran en los “tiempos malos”. Veamos. ¿Para qué mantener
un boom crediticio si el mercado externo está comprimido? En el caso de las
cuentas externas, está claro que las importaciones siguen creciendo, mientras
que las exportaciones bajan.
El boom crediticio está comprando importaciones,
aumentando la brecha externa. Por el lado fiscal, los ingresos fiscales,
básicamente tributarios, caen porque la economía crece menos (existe una
relación directa entre crecimiento y recaudación tributaria), mientras que los
gastos no bajan. El problema es que los desequilibrios pueden crecer si la
economía mundial no se recupera rápido. Recuerden que los economistas no
tenemos capacidad de predicción precisa, pero sí vemos tendencias. Aceptar la
desaceleración es la clave, pues pronto vendrán nuevamente buenos tiempos en el
entorno externo. Lo que no sabemos es
cuándo.