Economía e intolerancia
Conversar con cualquier ciudadano y preguntarle cómo mejorar la economía significa tener una respuesta concreta, sin que exista ninguna duda. Todos creen tener la razón.
Cualquier estudiante de economía sabe que la realidad es más compleja de lo que aparenta ser. Esto significa que la economía interactúa con otras dimensiones, como la política, la institucional, la geográfica, la climática y un largo etcétera. A veces ocurre que esas dimensiones conspiran contra el buen funcionamiento de la economía. ¿Alguien cree que el gobierno, cualquiera sea éste, quiere que le vaya mal a la economía? La verdad es que, salvo alguna excepción, no lo creo. Nadie quiere que le vaya mal.
Entonces, ¿por qué no mejoramos? A veces los odios o los sesgos ideológicos condicionan lo que pensamos y lo que es peor, luego afirmamos. Un economista debe tener cabeza fría, revisar la evidencia empírica y llegar a conclusiones y recomendaciones, al margen que estén en línea con su propio pensamiento.
Esto ocurre porque, otra vez, cualquier estudiante de economía, sabe que muchas veces querer no es poder. Si no tienes los recursos y no sabes cómo gestionar, a menos que soluciones esas dos restricciones, no podrás hacer lo que querías. Y esto también se aplica al comportamiento de nosotros mismos.
La economía no es un acto de fe, ni una religión; ni siquiera buenas intenciones; se le juzga por los resultados, tanto en el ámbito puramente económico como social. Y muchos resultados no son inmediatos.
Entonces, ¿por qué estamos en recesión? Diría, que, viendo los números, hay tres razones: primero, el desempeño de la economía mundial. Perú es una economía muy pequeña; apenas produce el 0.3% de lo que se produce en la economía mundial. Entre 2010 y 2019, la economía mundial creció 3.7% anual en promedio, mientras que en 2023 sólo 2.8% y se espera una cifra similar en 2024. Segundo, la intensidad del fenómeno del niño que, a juzgar por las últimas cifras, sería moderado. Igual, los cambios de clima generarán escasez de algunos alimentos y, por ende, elevación de sus precios. Tercero, la situación política, que se ha deteriorado en los últimos ocho años con cambios continuos de presidentes. No sólo eso, sino que en 2023 las protestas, más allá de si estuvieron correctas o no, determinaron el mal resultado de los dos primeros trimestres. Luego, cinco trimestres seguidos de caída de la inversión privada, que representa 80% del total de la inversión en el Perú, no pueden tener otro resultado que recesión. Y con ella, menos empleo y más pobreza. ¿Hemos debatido, data en mano, por qué ocurrió la contracción de la inversión privada? ¿Le convino a la población más vulnerable?
No soy nadie para decir qué hacer, porque no puedo leer el futuro. Lo que creo que hay que hacer es detenerse a pensar, ver números, debatir con respeto y tolerancia y llegar a cuál sería la mejor solución. Dejemos a los que creen saberlo todo en su limbo. Conversemos más con quienes la sufren todos los días tratando de vender sus productos con poco éxito. Aprendamos más.
Hemos perdido la humildad de saber lo que no sabemos. Y esa es la clave para avanzar. Como se perdió la tolerancia y cada uno quiere imponer su verdad, “si piensas distinto a mí, no sólo no sabes, sino que mereces que te insulte” (las redes son el espacio ideal).
Entiendo que la situación económica es complicada, es innegable. Sin embargo, para mejorar la economía requerimos la participación de todos; todas las ideas deben ser bienvenidas para el debate. Ese es el camino. Menos odio y soberbia y más humildad y comprensión. El problema somos las personas.