Made in France
Los atentados terroristas ocurridos el año pasado en Francia y que comprendieron ataques al semanario Charlie Hebdo, el teatro Bataclan y dos restaurantes parisinos, pusieron en alerta a las autoridades galas al punto de cuestionar la estrategia de inteligencia que venían aplicando los hombres de François Hollande.
En el intervalo de estos lamentables hechos -enero a noviembre- una película fue postergada por lo susceptible que resultaba su historia ante la coyuntura vivida durante aquellos meses. A tanto llegó el tema que Made in France llegó a exhibirse primero en Corea del Sur que en Francia. Y es que el filme dirigido por Nicolas Boukhrief narra la historia de un periodista infiltrado en una célula terrorista integrada por aprendices fundamentalistas que desean realizar su propia guerra santa.
El hombre de prensa tendrá que vivir situaciones extremas día tras día para no levantar sospechas ni ser descubierto por sus “hermanos”, mucho menos por el fanático líder religioso del pequeño grupo. De esta manera vamos descubriendo cómo la convivencia, que en principio es fraterna, se va transformando hasta llegar a situaciones de extrema violencia.
Boukhrief acierta cuando plantea su película a partir de una sociedad de orígenes diversos integrada por migrantes de segunda y tercera generación, que se suman a los franceses de rancia tradición. Es decir, se basa en la constitución social de la Francia actual para darle credibilidad a la construcción de sus personajes, más allá de los estereotipos.
Así podemos ver a Sam (Malik Zidi), el periodista infiltrado de padre árabe y madre francesa que si bien predica el Islam no es un fundamentalista (no tiene porqué serlo); Christophe (François Civil), burgués parisino que abraza la causa fanática con un afán protagónico; Driss (Nassim Si Ahmed), idealista hijo de árabes norafricanos que confunde fácilmente la violencia con la fe; Sidi (Ahmed Dramé), descendiente de migrantes subsaharianos que duda de cada paso que el grupo pretende dar; y Hassan (Dimitri Storoge), líder lunático que a su vuelta de Medio Oriente no tiene otra idea que destruir a los “herejes occidentales”.
El director brinda un abanico de personajes que no se aleja de las características que tienen los nuevos hijos de Alá en los países europeos: fanáticos violentos aleccionados por imanes que concentran su mirada del mundo en la intolerancia y la infravaloración de la mujer. Sin embargo, lo más interesante de la propuesta de Boukhrief es la advertencia sobre el riesgo de las células terroristas paridas en Francia. El enemigo nace, crece y se desarrolla en casa, parece decir el cineasta, sin que nadie tomar medidas oportunas.
Ya lo decía la periodista italiana Oriana Fallaci hace varios lustros: “¡Pero qué rusos y qué americanos, qué comunistas y capitalistas ni qué ocho cuartos! ¡La próxima guerra no estallará entre ricos y pobres: estallará entre güelfos y guibelinos, es decir, entre los que comen carne de cerdo y los que no la comen, entre los que beben vino y los que no lo beben, entre los que susurran el paternóster y los que gritán “¡Alá es grande!”.
Made in France puede verse como un thriller de buen ritmo que capta la atención del espectador con escenas de acción y situaciones tensas muy convincentes y que además ayuda a entender, en cierta medida, la nueva configuración de la sociedad francesa, sin dejar de lado cómo la amenaza del fanatismo está ganado terreno en Europa.