El niño y la bestia
“Los humanos son frágiles, por ende tienen oscuridad en sus corazones” le dice Iôzen a su hijo, Ichirôhiko, cuando éste le pregunta acerca de la fortaleza y la actitud que poseen los hombres para afrontar las adversidades. El canon que el guerrero -aspirante a maestro del Reino de las Bestias- repite como un mantra es una de las ideas centrales de El niño y la bestia (2015), quinto largometraje del realizador japonés Mamoru Hosoda, donde la fantasía sirve como vehículo que traslada al espectador hacia una reflexión sobre la pérdida, la soledad y el aprendizaje.
El talento que muestra Hosoda para construir tramas donde el riesgo al cambio y la decepción ejercen como puntos de quiebre en sus personajes es una virtud que ya había desarrollado en La chica que saltaba a través del tiempo (2006), Summer Wars (2009) y Los niños lobo (2012). En los tres filmes anteriores a El niño y la bestia tejió un entramado psicológico que no pretende atacar exclusivamente las alteraciones humanas por culpa de una sociedad individualista que se rige por los logros y las posesiones efímeras. Va más allá. Hosoda es un crítico de la desolación existencial que atraviesa el hombre en tiempos modernos. Una especie de auscultador de las frustraciones inevitables a las que están siendo arrastrados sus semejantes.
https://youtu.be/v95uUo5rXDE
En su último filme, el director cuenta la historia de Ren, un niño de nueve años que tras la pérdida de su madre y el supuesto abandono de su padre, queda a merced de unos familiares déspotas que quieren imponer su voluntad sobre él. Harto del hostigamiento Ren huye. Tras vagar por las calles de Shibuya conoce a dos tipos misteriosos a los que persigue hasta que accede por casualidad a un mundo paralelo donde habitan seres zoomorfos. Uno ellos, Kumatetsu -el otro aspirante a líder de las bestias-, lo hace su discípulo. Kumatetsu es holgazán, colérico y no tiene método de enseñanza en las artes de la lucha. Ren es rebelde, persistente y testarudo. La relación se tornará tirante y cada vez más al límite con reproches mutuos. Así pasan ocho años hasta que Ren vuelve al mundo de los humanos. Conoce a Kaede -una muchacha que lo ilustra académicamente- y se reencuentra fortuitamente con su padre, generando un cambio en su apreciación de ambos mundos, por los que transita buscando soluciones a su confuso pensamiento. La pelea definitiva entre Iôzen y Kumatetsu será el detonante que lo encaminará para hallar el camino que tanto ha esperado. Además servirá para sacar lo mejor y lo peor de su naturaleza humana.
Pasada la hora y media de visionado podríamos pensar que Hosoda derrumba su logradísima creación al caer en la trampa del maniqueismo. Pero no es así. No se inclina ante la resolución de un conflicto empleando a buenos y malos como excusa artificial. La exploración de la fragilidad humana está determinada por los demonios interiores que se confrontan y moldean el carácter de los dos protagonistas, Ren y Kumatetsu. No es la relación del maestro con su pupilo lo que Hosoda pretende mostrar. Lo que el director propone es la lucha interna de ambos por encontrarle sentido a sus existencias en mundos opuestos en los que ninguno de ellos se ubica. Los problemas son el derrotero que deben superar para indagar en su capacidad de recuperación y, quizá, la única manera de alcanzar la trascendencia. El niño y la bestia es una película imprescindible. La mirada de Hosada es la de un director innovador y humanista que va en camino a convertirse en un maestro del anime.