Animales nocturnos
Temprano por la mañana, Susan (Amy Adams) -una de las galeristas más reconocidas de Los Ángeles- arriba a su oficina. Uno de sus asistentes le alcanza un paquete que recién ha llegado. El remitente es Edward, su exesposo del que no tenía noticias hace 15 años. La sorpresa es mayor cuando Susan descubre que el bulto es el manuscrito de un libro que Edward le dedica. Durante tres días seguidos Susan lee compulsivamente el texto: una historia violenta y triste que la atrapa. Una experiencia que agudiza la etapa de cuestionamientos profesionales y afectivos por la que atraviesa. El libro narra los hechos traumáticos que marcan para siempre a un hombre convencional, Tony (Jake Gyllenhaal). La venganza que emprenderá éste junto a un policía (Michael Shannon) no solo servirá para expiar sus culpas, lo llevará por terrenos que no podrá controlar. Así Susan se obsesionará con la trama del libro, con el destino de Tony y con algunos recuerdos de su pasada vida amorosa con Edward.
A grandes rasgos, este es el argumento de Animales nocturnos, una adaptación de la novela Tony and Susan de Austin Wright. El filme lleva la firma de Tom Ford, el exitoso diseñador de modas que fue director creativo de Gucci e Yves Saint Laurent y que financió su primera película A Single Man (2009). Lo llamativo es que esta ópera prima estrenada en la 66º Festival de cine de Venecia fue muy bien recibida por algunos sectores de la crítica. Una aparición sorpresiva por la que pocos apostaban.
La nueva incursión del modisto en la industria del cine se hizo esperar y mantiene el nivel de A Single Man. Animales nocturnos propone una historia definida por diferentes capas narrativas que se superponen sin atropellos ni apresuramientos. Poco a poco, Ford nos envuelve con un mundo vacuo que está dominado por la estelarización del arte. Lo grotesco quizá sea lo único honesto ante la “perfección” de una vida convenientemente arreglada -como la que “disfruta” Susan-. El arranque del filme es impactante: un grupo de mujeres obesas y maduras bailan desnudas. La cámara toma a las boterinas modelos contorneándose, dando vueltas en su eje. Ellas, risueñas, desinhibidas y con un tufillo de lascivia, representan la antítesis de la belleza contemporánea. Ford, ligado a la moda desde la adolescencia, es provocador y hasta cierto punto efectista al iniciar su película de esta manera. A veces el efectismo puede dar pie para algo mayor, revelador. Y en este caso es así.
Pero serán el juego en pared que practica Ford para enhebrar los dos relatos -el que vive Susan y el que transcurre en el libro escrito por Edward- y la profundidad de sus personajes -buen nivel el de Adams, Gyllenhaal y Shannon- los mayores méritos de su nueva película. Por otra parte, la estética visual planteada por el realizador llama la atención por el tratamiento cuidadoso de la iluminación. Ford no teme en aprovechar su cercanía al mundo de la moda y la publicidad. Acusado en exceso de sobredimensionar “lo visual” en perjuicio del contendido, el director ofrece en Animales nocturnos atmósferas que no sólo pliegan las dos historias que relata en paralelo. Sus imágenes ejercen una influencia violenta, triste y, hasta cierto, punto exótica.
Animales nocturnos no solo seduce por la estética visual y la narración fragmentada que hilvana los tiempos sin amagues presuntuosos. Se trata de una historia metaliteraria con alusión al cine negro que salta del escenario urbano de Los Ángeles a los áridos desiertos de Texas con destreza. Construcciones sofisticadas, galerías de arte y mansiones minimalistas están en sintonía con carreteras oscuras, casas rodantes decadentes y terrales de fin del mundo. Los dos escenarios de la película se unen por el tormento de sus protagonistas (el vacío existencial de Susan y la venganza reprimida de Tony). No se sabe si Tom Ford esperará otros siete años para hacer su tercera película. Lo que sí se deduce es que generará mucha expectativa.