Sully: hazaña en el Hudson
Clint Eastwood no solo hace películas, también otorga oportunidades para repensar nuestra posición en el mundo. Lo hizo en Million Dollar Baby (2004) cuando una boxeadora perseverante, a pesar de sus limitaciones, creía que podía ser alguien en un deporte dominado por hombres. O también en Mistic River (2003) cuando un padre pierde a su hija por un hecho violento alterando su estado emocional en beneficio de la venganza. En True Crime (1999), el director deja el destino de un hombre en manos de un periodista que debe comprobar su inocencia a poco de ser ejecutado.
La cantidad de películas podría aumentar y no nos cansaríamos de ratificar las nuevas acciones que deben realizar sus protagonistas con tal de asumir una posición que rompa su eje convencional. Es decir, Eastwood entiende el cine como un escenario donde el ser humano toma decisiones todo el tiempo; sin importar si son adecuadas o fallidas, eso le tiene sin cuidado. Sin estas decisiones sus películas no podrían trascender y sus conflictos serían meros remedos de dudas existenciales o simples arrebatos de tensión.
En Sully: hazaña en el Hudson (2016), Eastwood vuelve a colocar una decisión en medio de una situación que definirá el destino no solo de quien deba tomarla -el protagonista- sino también de quienes serán afectados por tal decisión. La responsabilidad de elegir entre varias opciones no es algo que albergue consecuencias individuales. Hay un razonamiento solidario que involucra un deber colectivo. Ese el dilema que alimenta el tema central del filme.
Sully se basa en la historia real de Chesley “Sully” Sullenberger, el piloto de US Airways que aterrizó en el río Hudson, Nueva York, con 155 pasajeros el 15 de enero de 2009, y que por su maniobra se convirtió en el único aviador comercial que logró un descenso exitoso en superficies acuáticas. Su estatus de héroe nacional será cuestionado cuando la autoridad aeroportuaria determine que Sullenberger pudo haber elegido otro camino sin poner en riesgo las vidas de los pasajeros.
Más que las acciones dramáticas que se dan en el interior del avión al momento en que se inicia el aterrizaje forzoso o las “escenas de acción” sobre el río -y que podrían ser el gancho ideal de los tráileres para confundir a la audiencia- el filme gira en torno al cuestionamiento y veredicto acerca de la maniobra del piloto. Nuevamente una decisión es la que asalta y refuerza el planteamiento de Eastwood.
El realizador californiano trabaja con depuración y honestidad otro ámbito que ya es patente en su filmografía: la emoción. Si Sully no llena de angustia o no hace experimentar diversos sentimientos al espectador es porque este último carece de humanidad. Eastwood es justo y no escatima en acudir a recursos narrativos (música, tiros de cámara, saltos temporales) para equilibrar las historias del vuelo y del piloto sin que caigamos en el juego de la edificación de un nuevo héroe americano. Sullenberger es lo que es o lo que cualquier hombre podría ser -un tipo común y corriente que tiene una familia típica, que pasa por algunos apuros económicos y que debe cumplir una rutina laboral-. No se cree más, a pesar de la hazaña que realizó, pero es sensibilidad pura.
La interpretación de Tom Hanks como Chesley Sullenberger también es fundamental para la consolidación del filme. Esa emoción que imprime Eastwood está reflejada en Hanks a partir de actos de veracidad que conmocionan. Contradictoriamente, Hanks aparece impertérrito en las escenas tensas y atribulado en aquellas donde existe una aparente calma. Estas reacciones le dan realismo a un personaje apasionado por su trabajo, pero que no está acostumbrado a ser el centro de atención mediática. Mención aparte también merece Aaron Eckhart en el papel de Jeff Skiles, el copiloto del Airbus 320. Ser el partner de Sullenberger no es fácil. Todos los reflectores están puestos en él. Sin embargo, Skiles tiene personalidad debido al buen desempeño de Eckhart.
Sully es el mejor estreno de diciembre en salas peruanas –aunque los fanáticos de Elle se molesten- y también es un ejemplo de cómo hacer cine de calidad para las grandes audiencias, más allá de las estrategias Guerreras que reinan en la cartelera local.