Manchester junto al mar
¿Cuándo realmente una película llega a conmover sin que su construcción esboce un melodrama de manual con fórmulas efectistas que solo intentan “mostrar humanismo” a los espectadores? ¿Por qué debemos negar la posibilidad de acercarnos a un filme que resulta imprescindible para comprender la condición humana solo porque aborda situaciones predecibles y se vale de recursos narrativos clásicos? ¿Acaso eso le quita profundidad y oficio al trabajo final? Prejuicios cacareados bajo el manto de la autoridad ficticia que da la crítica. La última película de Kenneth Lonergan se amolda a estas interrogantes.
Manchester junto al mar narra la historia de Lee Chandler (Casey Affleck), un hombre que recibe la noticia de la muerte de su hermano y que debe regresar a su ciudad natal para arreglar todos los asuntos pendientes del fallecido, entre ellos la sorpresiva tutela de su sobrino. Lee tiene un pasado marcado por la desgracia y el infortunio de los que no ha podido recuperarse. Así, el nuevo panorama cambia radicalmente su rutina pero no su perspectiva sobre la vida. ¿Sencillo? Sí. ¿Conocido? También. Sin embargo, lo recurrente tiene un gran mérito cuando está bien trabajado: puede que el camino sea conocido pero las paradas y el estilo de la conducción determinarán que la ruta sea disfrutable.
Manchester junto al mar es una de las mejores películas que pasarán por la cartelera peruana durante el 2017. Y no se trata de lanzar un juicio de valor por la potente carga dramática que arrastra. Mucho menos por los enfoques de la culpa, el dolor y la resignación que ensaya Lonergan -un director de corta trayectoria fílmica pero de sólido ejercicio teatral-. La inteligencia y la sensibilidad con la que Lonergan robustece su propuesta traspasan el ideario del sufrimiento que sí se aprecia en otros postulados ávidos de miradas compasivas, en el mejor de los casos, o plañideras, en extremo.
Manchester junto al mar taladra un agujero por donde las emociones discurren para empozarse en un fondo peligroso, afectado, irreparable. Todo parece a punto de estallar, así sus personajes se esfuercen por mantener las situaciones en un estado de falso equilibrio. Lee Chandler se caracteriza por ser hosco y poco comunicativo, un tipo curtido por los golpes emocionales. Alguien que prefiere dar la espalda y empezar de nuevo antes que expulsar los demonios tomándolos por los cuernos. Lee lidia con estoicismo ante una ciudad que más se parece a un pueblo por su idiosincrasia costumbrista y el pasado que todavía le devuelve recuerdos hirientes. Lee no solo pelea contra el desarraigo interno que padece, también sobrevive para no sucumbir al señalamiento social. Aunque parezca que todo le es indiferente.
Casey Affleck deja la piel en un personaje que irrita y genera piedad al mismo tiempo. Lucas Hedges (el joven Patrick Chandler, sobrino de Lee) es otro de los valores interpretativos de la película. El choque generacional de su personaje con el de Affleck abre una posibilidad para comprender el dolor desde distintas ópticas. Las tensiones verbales y los silencios incómodos hacen que ambos establezcan una relación de repelencia y empatía, paradójicamente.
Si bien es cierto que las secuencias más duras a nivel emotivo están acompañadas por música que da vuelta como un cascabel gatuno: se repite o se apodera de toda la acción/atención; ello no le resta mérito a Lonergan para armar momentos sublimes. ¡Tanto se ha juzgado a Lonergan por el empleo del adagio de Albinoni en una escena clave! No obstante, ese vendaval de conmoción (música adherida) es la cruz que Lee carga sin buscar redención, perdón o paz. Mérito de Lonergan por reformular lo conocido con efectividad. Manchester junto al mar conmueve porque golpea desprevenidamente con vigorosidad y sutileza. Y aunque siga pegando más fuerte conforme pasan los minutos siempre tendrá a alguien para recibir el siguiente mazazo, ya sea Lee, Patrick o nosotros mismos.