Kong: la Isla Calavera
Qué difícil es llevar al cine, nuevamente, a un personaje que goza de privilegio y reverencia en el mundo de los monstruos. Qué complicado se torna salir indemne de las comparaciones con las versiones anteriores. Kong: la Isla Calavera, segunda película de Jordan Vogt-Roberts, se enfrenta a estos retos con poca suerte. Lamentablemente, su planteamiento brilla por la parafernalia del artificio y no por una propuesta que emocione.
Bill Randa (John Goodman), un extravagante agente de misiones imposibles, consigue la autorización para explorar una isla inhóspita que alberga extrañas criaturas. La misión estará secundada por militares y científicos que desconocen las intenciones de Randa. Una vez en el lugar se encontrarán con animales gigantescos y una civilización perdida que mantienen distancia gracias a un guardián salvaje: Kong, un gorila monumental. El primer encuentro entre el contingente y el primate no será cordial dando origen a que el grupo se separe fortuitamente y adopte distintas posiciones respecto al animal.
La historia se adereza con la inclusión de James Conrad (Tom Hiddleston) -un exmilitar británico que vive un presente azaroso- y Preston Packard (Samuel L. Jackson) -militar estadounidense con cierta frustración por el desenlace de la Guerra de Vietnam-. Vogt-Roberts utiliza a estos dos personajes de carácter recio para empoderar la divergencia de la situación que mueve la trama de su película. El problema es que ambas construcciones son débiles y terminan transformándose en piezas maniqueas que no convencen. Conrad, el “bueno”, no ejerce el liderazgo necesario y desnuda un guión básico que desarticula el espíritu de grupo que deberían adoptar los demás personajes ante situaciones apremiantes. Packard, “el malo”, se obsesiona con Kong -razones le sobran- pero convierte su venganza en una motivación inestable y obtusa rompiendo los parámetros regulares del mundo castrense. Ninguno lidera realmente desde la naturaleza de sus supuestos atributos y eso destruye la interrelación con sus semejantes, con sus pequeñas sociedades.
Sin embargo, no todo es tan malo como parece. El trabajo visual es de alta factura y hasta cierto punto amaina los errores citados antes. Los efectos digitales prodigan adrenalina, sobre todo en las escenas de lucha. Ver pelear a Kong contra monstruos de gran envergadura es una experiencia única que alcanza su mayor disfrute en las escenas finales (definitivamente, esta es una producción hecha para ser apreciada en salas dotadas por el runrún tecnológico). La banda sonora, integrada por temas de la década de los setenta, es otro puntal del filme. Pero, haciendo las cuentas, no basta.
La espectacularidad de Kong: la Isla Calavera queda opacada por la trivialización y el convencionalismo de la historia que narra. La película de Vogt-Roberts también satura por el abuso de personajes que cargan estereotipos desarrollados a un nivel raso, referencias disfrazadas de homenajes (un copy paste cinematográfico con alusiones directas a Apocalypsis Now!, Jurassic Park y Godzilla), un lánguido sentido del humor que termina por suicidarse cuando atraviesa abruptamente situaciones dramáticas y una relación poco afectada entre la bestia homínida y Mason Weaver (Brie Larson). Esto último también puede ser un duro golpe para los fanáticos del mono más temido del cine. Algunos de los filmes anteriores que han abordado esta historia establecieron un lazo cercano, íntimo, entre los dos personajes. Ya sea en la versión original (Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, 1933), o la que dividió más a la crítica (John Guillermin, 1976) o la más reciente y mediocre (Peter Jackson, 2005), el personaje femenino siempre tuvo un acercamiento a Kong que ha pasado de la complicidad hasta el enamoramiento. La propuesta de Vogt-Roberts desdibuja esa relación y se limita al sollozo fácil sin previa camaradería o un impensable cortejo.
Kong: la Isla Calavera genera las expectativas que toda cinta basada en un clásico e ilustre personaje arrastran. No obstante, sus forados a varios niveles la convierten en una película desechable que llama la atención por el eficiente empleo tecnológico y un puñado de buenos actores que se equivocaron al momento de elegir su nuevo proyecto.