WIK – Crítica a la película y entrevista a su director, Rodrigo Moreno del Valle*
Lima podría entenderse como un territorio que sacude y amolda a sus habitantes. En esos propósitos no tiene piedad. Transfigura el modo de vida de la gente para adaptarlo a escenarios físicos que pueden llegar a ser completamente opuestos, a pesar de que solo estén separados por pocas calles. Lima no es una ciudad. En realidad, contiene varias ciudades deformes que colisionan alentadas por idiosincrasias que no terminan de tolerarse. Lima golpea en varios sentidos. Desde su pasado histórico (colonial, centralista, exclusivo) hasta el presente mutante (mestizo, digital, compartimentado), la capital peruana nunca se ha encontrado y ni se reconocido en un sentido que defina su identidad. Una marca –o llamémosle lastre si nos subimos al coche chauvinista- que se aprecia en el comportamiento de su gente. En este grupo también están los desarraigados, ya sea por voluntad propia o porque no se han dado cuenta de su condición pero que toman distancia por el descolocamiento que les produce la fórmula espacio/tiempo. En este último espectro se encuentran los tres personajes de WIK, la ópera prima de Rodrigo Moreno del Valle.
Pedro Pablo Corpancho, Piera del Campo y Jean Phil Arrieta encarnan a unos muchachos que ven en su entorno un mundo a la deriva, monótono, con pocas oportunidades que realmente valgan la pena o que estén en sintonía con sus preferencias. La frase de uno de los protagonistas, “todos los días parecen domingo”, traduce la idea de un director que elige la marginalidad en un sentido inverso -o mejor dicho, contrario al que normalmente nos hemos acostumbrado-, donde el éxito y la zona de confort no dan tranquilidad, más bien atosigan. Moreno del Valle narra las acciones de sus protagonistas en siete días (de Man-dei a San-dei) escarbando en la inconformidad sin consecuencias. Es decir, un estado psicológico que no busca la confrontación con el entorno para redescubrir el mundo. La jerarquización de las prioridades está dominada por la inacción. Entonces, ¿hacia dónde van sus personajes? Es difícil saberlo. Mucho menos intuirlo. Decir que alcanzar la libertad en una dimensión metafórica por desistir a las exigencias que impone la sociedad de consumo sería lo más fácil. No es eso lo que busca WIK. La propuesta del director no va en la dirección de comprender a los personajes para darles su espacio en el mundo. ¿Acaso importa saber hacia dónde vamos cuando ni siquiera sabemos quiénes somos? Es el vacío de la soledad lo que antecede e impulsa las decisiones trascendentales de la terna juvenil.
WIK lleva un inserto que la acerca al “mundo real” cuando guiña el ojo al cine negro. Un encargo hecho por matones de baja estofa a dos de los protagonistas hace que el espectador se sacuda del ensimismamiento que atrapa a los muchachos. Es este el momento más “convencional” de la película. Pero no es el más superficial. A contramano, el director hace que una escena casi policial sea el punto de quiebre para que sus personajes vean el mundo como algo distinto, chocante, seductor y riesgoso. La renuncia posterior a ese tipo de experiencia, presagia el círculo vicioso en el que caen los protagonistas. WIK tiene calle, pero desde un punto de vista del “otro”. No asume el “yo” como detonador de actitudes auténticas por su afán explorador de la interiorización humana. Tampoco es que Moreno del Valle esté inventando la pólvora, pero sí es cierto que tiene una mirada original acerca de la disconformidad juvenil sin ser trágico. Calcula los movimientos para ser hiperrealista y no desentona. WIK es una pieza de valor en medio de una montaña de chatarra -de productos originados por el marketing para arrasar con la taquilla-. En suma, brilla por su esencia, dejando de lado, muy de lado, la apariencia.
ENTREVISTA
“El universo de WIK es el caldo de cultivo para una infinidad de historias que queremos contar”
Esta cinta peruana -que acaba de estrenarse en el circuito comercial- recibió elogios de la crítica y el público en el BAFICI de Argentina el año pasado y llama la atención por la construcción de sus personajes. En la siguiente entrevista a Rodrigo Moreno del Valle e Illary Alencastre, director y coguionista de WIK, respectivamente, se abordan aspectos relacionados con la propuesta temática y el trabajo de producción, entre otros temas.
Fotos: Beatriz Torres
Es inevitable que WIK sea comparada con Videofilia y otros síndromes virales. Sobre todo por la construcción de personajes que hasta cierto punto no se sienten parte del sistema o no se hallan en las clases sociales a las que pertenecen y además acusan un estado de soledad conmovedor
Rodrigo Moreno del Valle: El tema de las clases sociales era algo que queríamos trabajar de manera neutral, sin demasiada definición; pero, inevitablemente, podemos deducir que se trata de la clase media alta limeña. Es una clase a la que tanto Illary como yo pertenecemos pero, igual que los personajes, no nos identificamos, no somos ni de acá de ni allá: ni pitucos, por más que nos movíamos en escenarios pitucos, ni somos personas que pasaron problemas agudos a todo nivel –social, económico, espiritual-. Crecer a nivel emocional fue complicado estando en un frente en el que no te sientes identificado. Lo mismo pasa con los personajes de WIK.
Illary Alencastre: Yo sí me he sentido entre dos mundos. Mi familia paterna es de la sierra, Cusco, y tiene una forma diferente de ver la vida comparada a la del limeño tradicional, desde cómo abordan las celebraciones populares hasta la manera de llevar las relaciones humanas. Por el lado materno tengo una familia limeña tradicional pituca que me acercó a un entorno así cuando en realidad en mi casa las cosas no eran así…
RMV: Siempre trataba de encajar haciendo algo que no era lo mío y al final terminaba sin hacer algo que valga la pena a nivel personal. A los 18 años todo fue cambiando y empecé a escribir cuentos. Posteriormente me interesé por hacer cine. Ambos escenarios me hacían sentir cómodo.
IA: Eso es lo que pasa con los personajes de WIK. Sienten que en su entorno no pasa nada, aunque en realidad es que ellos no se sienten cómodos con todo lo que el sistema ofrece.
RMV: todo se resume en una frase que los tres protagonistas repiten constantemente “parece domingo”. Algo así como hoy no pasa nada.
Un vacío social que termina por aletargar al hombre y que sabe que no puede hacer nada para cambiar el sentido del destino.
IA: Claro. Al pasar los 18 o 19 años nos vamos dando cuenta que no es la ciudad la que encasilla a sus habitantes: es uno quien no sabe para dónde ir y no asume las cosas como son.
Más allá de lo autobiográfico, hay mucha naturalidad en el trabajo de los actores, como si estuvieran en sintonía con lo que acaban de contar. ¿Fue sencillo y rápido trabajar con ellos?
RMV: Ni rápido ni complicado. Pero al no tener plata para empezar a rodar y tener el guión concluido, conocimos a los tres protagonistas en un plan más informal que sirvió para que entiendan no solo lo que queríamos de ellos sino cómo nos estaba costando sacar el proyecto adelante. La camaradería ayudó mucho. Pedíamos una pizza y ensayábamos escenas fuera de texto o modificábamos y reescribíamos alguna escena.
IA: Estos muchachos han tenido una formación teatral cercana a la “impro”, donde lo lúdico es muy importante. El hecho que se hayan conocido antes ayudó mucho. Después de convocarlos fueron agregando elementos de sus personalidades. Igualmente, cuando reescribíamos, íbamos incorporando situaciones que sabíamos que funcionarían con ellos. Cuando iniciamos la película ellos tenían entre 20 y 22 años, casi la misma edad que los personajes y también atravesaban algunas situaciones parecidas.
¿Cuánto tiempo duró todo el proceso desde la concepción de la idea, la escritura del guión, el rodaje y la postproducción?
RMV: Casi seis meses entre las modificaciones de la idea original hasta la finalización del guión. Cuatro meses para el rodaje con algunas interrupciones que servían para hacer trabajos publicitarios o algún video institucional, así recaudábamos fondos que luego orientaríamos a la película. El armado de la película tomó seis meses más. El premio de post producción del ministerio de Cultura ayudó bastante. A esas alturas ya estábamos agotados física y emocionalmente. Sin energías y sin dinero. El premio fue el envión que necesitábamos en el momento justo. En total, WIK nos tomó tres años.
A mitad del visionado el ritmo y las circunstancias de la película varían mucho cuando los protagonistas se insertan en un conflicto y pareciera que hay algunos guiños al cine negro. ¿Se pensó de esa manera o fue algo fortuito?
IA: La idea siempre fue la de los muchachos que no encontraban su lugar en la sociedad…
RMV: Lo otro es más un Macguffin.
IA: Queríamos que tengan una pérdida, un drama que los sacará de sus irresponsabilidades para ponerlos en movimiento, para que reaccionen. Pero que a la vez sea un problema menor que no afecte el planteamiento original de la historia y las motivaciones de los personajes.
RMV: Siempre funcionó como un Macguffin porque ello sirvió para descubrir cómo operan los protagonistas ante algo que aparentemente tiene una solución sencilla pero que la poca responsabilidad y experiencia que tienen los lleva a meterse en un lío.
En cuanto al trabajo de la musicalización, ¿cómo fue el proceso de elección de intérpretes y piezas?
IA: Además de actuar con un breve personaje, Rafo Ráez se encargó de la curaduría musical de WIK. Estuvo presente desde el primer corte de la película.
RMV: Aparte de tener cierta afinidad con la música de Rafo desde mi adolescencia, siempre tuve una relación de cercanía porque lo encontraba en las tocadas que él daba o en algún otro lugar y siempre le decía que cuando haga mi película me gustaría que él sea quien le ponga la música. Él siempre tuvo disposición y buena onda. Hasta me dijo que le gustaría actuar. Y así fue. Después del visionado del primer corte hablamos acerca de la línea musical que debería tener la película. La primera y la última escena están conectadas por el fuego, un elemento natural que funciona de manera simbólica, y en el que Rafo se basó para darle forma y acompañar el giro dramático del guión. El trabajo fue muy preciso. El de un director musical muy cuidadoso. Así trabaja Rafo y eso también me gustó mucho.
Las locaciones van a caballo entre San Isidro y Lince, ¿cómo trabajaron la elección de las mismas?
RMV: Hay varias razones. Queríamos mantener ese espíritu de barrio que poco a poco se está perdiendo o que ya es muy complicado encontrar. Por otra parte está el tema colindante entre la clase alta de San Isidro y las clases medias de otros distritos cercanos como Lince o Magdalena. Es la Lima diversa con matices y sazones que tanto nos identifica pero que a veces no se quiere reconocer. No hace falta cruzar toda la ciudad para hallar diferencias y eso era algo que yo quería mostrar en WIK. El universo de WIK es el caldo de cultivo para una infinidad de historias que se pueden y queremos contar y que ya estamos pensando en escribir.
¿Qué se viene?
RMV: Queremos cerrar el tema de festivales y consolidar el plan de distribución. Esto último fue complicado por el divorcio que existe entre el cine de entretenimiento y las propuestas que no están tan ceñidas a los parámetros de la taquilla. Después de mucho tiempo hemos estrenado en el circuito comercial. Ojalá el público responda y logremos mantenernos en cartelera por varias semanas. Por otra parte, estamos trabajando algunas ideas para una nueva película pero todavía nada concreto. Ya se verá.
*Una versión más breve de este texto se publicó en Godard!39.