Colosal, un monstruo incontrolable
En el mundo del cine hay películas que juegan a (y con) las apariencias. Van desarrollando tramas que pulsan como el reloj de un explosivo por caminos indeterminados y que durante todo su metraje extienden espirales de impaciencia que atrapan al espectador. Eso sucede con Colosal, un monstruo incontrolable, la última película del director español Nacho Vigalondo.
Gloria (Anne Hathaway) vive en Nueva York, lleva una vida desordenada que transita entre noches locas de alcohol y el riesgo de acabar prematuramente alguna aspiración laboral. Su novio, Tim (Dan Stevens), decide terminar la desgastada relación que los une. Ella se refugia en su ciudad natal, un lugar donde el tiempo pasa sin que nadie se dé cuenta o que a alguien le interese. Tras una borrachera en el bar de Oscar (Jason Sudeikis) un amigo de la infancia, Gloria experimenta hechos extraños a los que no otorga mayor importancia, pero que están ligados a un monstruo que siembra pánico en Corea del Sur.
Así de inconexa y dislocada es la premisa de Vigalondo. Pero lo que más desconcierta (y aplaudo) de Colosal, un monstruo incontrolable es el recorrido por diversos géneros sin que ello desdibuje la propuesta del director. La película es, a partes iguales, una sutil comedia con harto humor negro, una pieza de ciencia ficción con reminiscencias a las películas de monstruos japoneses y un drama existencial que critica el modus vivendi del hombre actual agobiado por la “soledad tecnológica”. Este coctel de géneros podría ser un suicidio fílmico, pero Vigalondo utiliza los giros argumentativos para engarzarlos y darle sentido a su historia. Cuando parece que las acciones aterrizan y encuentran un pasadizo de coherencia aparece un nuevo conflicto que lanza por la borda cualquier lógica: la famosa vuelta de tuerca. Esto puede pasar cada 20 minutos.
Colosal, un monstruo incontrolable también reivindica a la mujer en un mundo dominado por machos alfas que, tanto en la turbulenta Nueva York como en un poblado de acciones monótonas, desproveen a la figura femenina de iniciativa y le atribuyen una dependencia supina frente al varón. Lo bueno es que Gloria -a pesar de su adicción, el descarrilamiento profesional y, por ende, el futuro incierto cuando “la barrera de los treinta años ya pesa”- replantea su objetivo de vida de un modo redentorio, sin que ella misma entienda la importancia de sus decisiones. Anne Hathaway lleva su personaje de una forma espléndida. Entregada por completo sin caer en las patéticas sobreactuaciones que muchas veces significa encarnar a alguien con problemas de alcohol, también hace que Gloria seduzca, despierte ternura o que intempestivamente tome decisiones fatales.
Desde otro ángulo, Colosal, un monstruo incontrolable establece un riesgo de corte social en contra de los cánones de las buenas costumbres y que solo puede apreciarse en algunas historias de antihéroes: ¿acaso la chica de la vida desastrosa está facultada para hacerle frente a un problema que amenaza la paz colectiva (gracias a su alter ego kaiju), a fin de poner en orden su propia naturaleza ahuyentando los fantasmas que la destruyen? El director reflexiona a partir de esa idea una y otra vez permutando los errores y los aciertos de Gloria. ¿Acaso nuestros propios monstruos no castran voluntades, propias y ajenas, y alteran la percepción original de la condición humana? Colosal, un monstruo incontrolable juega a llamar la atención de manera divertida pero también golpea con escenas que muestran al ser humano indefenso, pequeño, miserable.