One More Time With Feeling
Nick Cave -el cantante australiano que desde mediados de los ochenta hasta la mitad de la década siguiente hizo los méritos suficientes para ingresar al parnaso del malditismo musical y la bohemia citadina, a punta de álbumes con letras donde la violencia, el sexo y la soledad se mezclan con estridencia y poesía- pasa por un estado de introspección.
La muerte de Arthur, su hijo, -que se precipitó desde una altura cercana a los 20 metros bajo los efectos de LSD, hace casi un año- coincidió con las grabaciones de su último álbum, Skeleton Tree. Ambos eventos reformularon su manera de pensar, de ver la vida y, sobre todo, de asumir el reto para reinventarse como persona.
El duelo por la desaparición trágica de su vástago se refleja en el proceso creativo de las sesiones de grabación. Estos hechos -la asunción de la pérdida y la complicada experiencia musical- fueron algo que el propio Cave deseó registrar en un trabajo audiovisual que encargó a Andrew Dominick, director de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007) y Mátalos suavemente (2013). El resultado es One More Time With Feeling (2016), un documental que recurre a una elegante -y triste- fotografía en blanco y negro del belga Benoît Debie y hasta el uso del 3D para narrar momentos intimistas con cuotas de experimentación.
Dominick capta lo más íntimo de un quebrado Cave. Lo muestra desde la ausencia de la pertenencia. Es decir, con un pie en la desolación y el vacío que una desgracia puede ocasionar. El dolor no es lo que prima en el estado de ánimo del cantante. Es un huracán devastador el que se cargó sus sentimientos y dejó abierta una grieta por donde se fugó su personalidad. Y estas transformaciones son las que el director coge con cautela, sin impertinencia.
Cave lee las letras de sus canciones durante las sesiones de ensayo de Skeleton Tree haciendo pausas para cuestionar la narrativa de sus textos anteriores. Se trata de un creador que desea romper con el lenguaje por miedo a la emancipación que provocan las palabras en los hombres. Su proceso creativo más reciente se adelanta un paso a las rutinas musicales, aunque el trance que vive lo hace reinventar, reflexionar, reorientar y replantear su posición en la música. Se cuestiona sin contemplación, como un cristiano pecador que busca la salvación sin hallar una cueva que lo albergue.
Cave se sume en las preguntas sin respuestas para comprender la pérdida de su hijo. Incluso siente que su voz se apaga, que lo abandona -no en un sentido literal o fisiológico, sino a través de la evaporación de su espiritualidad. Es una voz apagada que “cayó del cielo y aterrizó forzosamente”.
Si la muerte de un hijo es la mutilación de la extensión de nuestra trascendencia, ¿de dónde sacamos fuerzas para reparar ese hoyo sin fondo? ¿Podemos cambiar después de eso? En el documental de Dominick -o mejor dicho de Cave- el cantante australiano sentencia que todos los hombres dicen que cambian, pero solo alcanzan leves modificaciones del modelo original. Seguimos siendo los mismos, con suerte, en versiones mejoradas. Apuntala sus reflexiones de esta forma: “Pero si uno pasa por una desgracia cambia totalmente de un día para otro. Puedes llegar a ver el que eras, te reconoces y no crees cuánto tiempo ha pasado sin sacudirte ante la esencia que posees. El mundo sigue siendo el mismo, pero tú no. Entonces se debe renegociar nuestra posición en el mundo”.
Si bien Cave le canta al dolor desde la desolación, él no se siente parte del dolor, él es una carcasa observadora que ve en su entorno a los hombres como piezas bidimensionales y a las mujeres en una dimensión mucho más profunda -amparado en el duelo de su mujer-, tan parecida a un 3D desde cuestiones emocionales hasta acciones domésticas. El Cave de Dominick es, por ratos, un hombre ensimismado que ajusta el cerco de la perspectiva a niveles primarios y planos, pero nunca desprovisto de esperanza.
El realizador lo muestra como un monumento en ruinas que descubre en el proceso creativo de su último álbum su propia visión de la existencia. Padece, al igual que su mujer, de una depresión física que lo acongoja al llegar a casa. El estudio de grabación es un refugio que le permite pensar, componer, arreglar. La casa es la estancia de la ausencia ante la partida de Arthur. Cave vive en la estela de la conmoción pasiva. No llora, ante la cámara, pero elucubra todo el tiempo. Su infierno tiene mucho más del paraíso de lo que nos han contado.
La mirada de Dominik ingresa en lugares privados -el estudio de grabación, el hogar incompleto, el automóvil que encapsula ideas, la costurería (refugio de la esposa de Cave)- pidiendo permiso, para procurar pisar despacio a fin de no desordenar los guijarros dejados por la muerte. Hay respeto. One More Time With Feeling no es 20,000 Days on Earth (Jane Pollard, Iain Forsyth, 2014) -la película anterior sobre un Cave multifacético y creativo-, es la radiografía de un hombre hecho pedazos que de manera humilde busca explicaciones apoyado en su familia y sus amigos.