"Rosa Chumbe"- Crítica a la película y entrevista a su director, Jonatan Relayze *
Rosa Chumbe narra la historia de una mujer policía que divide su tiempo entre apuestas en casinos decadentes acompañada de alcohol y la observación de un programa cómico de alcance popular. En medio de estas “entretenidas actividades” está el cuidado de su nieto, un bebé que por ratos la saca de la vida dura que lleva, poniendo a prueba su paciencia y tolerancia. La película encuentra un rumbo distinto cuando los pocos ahorros que guarda bajo el colchón son robados por su hija a fin de hacerse un aborto. Una serie de giros argumentales derivarán en un final inesperado poniendo en tela de juicio temas como la fe, la redención y la condición humana.
Relayze ha logrado unir con éxito dos extremos que parecen irreconciliables a primera vista: el realismo marginal y la fantasía con fondo religioso. El director edifica un personaje lleno de matices e instala pequeñas luces a situaciones complejas, autodestructivas y rutinarias. Ese entramado es la esencia de la película. La transformación de Rosa no sería posible si el dolor o el sufrimiento no calaran tan hondo en el propio personaje.
Rosa es un paradójico simbólico de la marginalidad. Si de día es una agente del orden que reniega de su monótono trabajo administrativo, de noche adquiere vida a partir de la ingesta de una botella de ron donde ahoga sus desdichas. Es decir, representa la ley pero se siente fuera de ella. Y no hace nada para revertir la situación, ni lo hará. El desdén que la gobierna no es una actitud impuesta o antojada, es el reflejo de un sistema opresor que no le otorga mayores oportunidades y que es asumido con naturalidad.
Liliana Trujillo es la piedra angular sobre la que se levanta el filme. Ella no actúa, trasciende. Y es ese sentido de trascendencia el que la lleva a un estado de naturalidad que sorprende. En tiempos donde la imposición de estereotipos emerge como hongos en gran parte del jardín de la cinematografía peruana, Trujillo nos brinda una actuación difícil de superar que se decanta por la expresión no verbalizada con actos cotidianos completamente creíbles. Trujillo no necesita ser ordinaria o grotesca para reflejar la esencia del barrio. Mucho menos ensuciar las escenas más duras con parlamentos innecesarios si quiere mostrar energía o autoridad.
Las frases hechas y los lugares comunes, las mentadas de madre de utilería y las puteadas artificiales no tienen lugar en la protagonista, no caben. Una mirada, un escupitajo, un golpe, dicen más, comunican mejor. Se nota que hay un conocimiento profundo de la idiosincrasia popular por parte de Relayze. Caminar la calle no es un ejercicio que hagan muchos directores. Trujillo absorbe eso y lo materializa.
Rosa Chumbe es una película con el término justo. Tanto en duración como en la resolución de la trama principal y las subtramas secundarias. No redunda y cierra rápidamente los conflictos centrales. Tampoco aspira a ser una cinta correcta. Lo que se muestra es suficiente. No atiborra de escenarios desalentadores para reforzar su contexto, ni aplica el formato de cine miseria que tanto llama la atención a los programadores europeos cuando ponen el ojo en el cine latinoamericano. La ópera prima de Jonatan Relayze es una de esas raras avis que aparecen cada cierto tiempo y que debemos ver para encauzar nuestros cuestionamientos acerca de las instituciones, la fe y el lugar del ser humano en el mundo.
ENTREVISTA
“Mientras más falso eres, es probable que te vaya mejor”
A lo largo de su duración, Rosa Chumbe atraviesa constantemente el tema de la religiosidad. Sin embargo, no llega a ser una película sobre devoción. ¿Cómo abordar este tema sin caer en la parábola de autoayuda?
Yo siempre he creído que los milagros no le pasan a la gente que nunca le pasa nada. Es algo que le sucede a alguien que sufre y que anda buscando algo que no tiene. Nunca quise trabajar la película desde una perspectiva orientada a la fe. Pero durante las visitas que hice a la procesión del Señor de los Milagros fui observando más matices, entre ellas la fe. No es un trabajo sobre la religión católica ni el Señor de los Milagros. Se trata sobre la energía concentrada que produce la gente que acude a los lugares por donde pasa la procesión. Es el lugar donde todos perdemos las taras sociales que cargamos. Un lugar donde todos somos iguales, donde la comunidad afroperuana tiene mucha presencia. Es decir, un conjunto de temas que alimentan la historia para contar la transformación progresiva de un personaje.
Tu película hace un recorrido por locaciones que muestran una cara distinta de Lima, quizá más marginal. De ese realismo pasas a una serie de eventos fantásticos milagrosos. ¿Cuánto podría afectar esta transformación a la verosimilitud de la historia?
Son los dos tipos de cine que más me gustan. Por un lado, el hiperrealista que tiene un acercamiento más al género documental y que no solo tiene que ver con las locaciones que muestro. Esta aproximación tiene mucho que ver con la manera de ser de la gente y su relación con la zona donde vive. En Rosa Chumbe buscamos respetar a las personas de cada zona donde grabamos, eran parte de la película. En algunas escenas solo llevamos un extra para conseguir ese efecto de realismo que me gusta y que es muy importante para mí. Por otro lado, está la temática fantástica que tiene que ver con un trabajo de exploración sobre la condición humana. Suena raro, pero es así. Tiene que ver con los límites del ser humano y hasta dónde puede llegar. Siempre me gustó el cine fantástico. Películas como Laberinto o Los Goonies son algunas de las que más me gustan de ese género, por ejemplo. La realidad y la fantasía pueden mezclarse, hasta en la historia de una policía limeña que padece un proceso decadente.
Liliana Trujillo fue reconocida en el BAFICI del año pasado como Mejor Actriz y ha recibido los mejores comentarios por su actuación. ¿Cómo fue la concepción de su personaje y el trabajo que realizaste con ella?
Todo parte del guión. Si hay algo que nunca me ha gustado del cine peruano es que es muy explicativo cuando abusa de los diálogos. Siento que tiene un lenguaje más televisivo que no explora los sentimientos humanos en su verdadera dimensión. La primera vez que vi una actuación de Liliana fue en Tarata. Para mí era la mejor actriz de la película, de lejos. Pero en un primer momento no había pensado en ella, porque tiene un carácter y un rostro muy buenos. Necesitaba a alguien con más calle, alguien dura, sucia. Cuando le expliqué lo que quería (pocos diálogos, más emociones a partir de los gestos), ella me llegó a entender sin problemas. Le agradó el tipo de personaje que había construido. Quizá su formación teatral la ayudó a crear un personaje bastante expresivo. Es una de las grandes actrices peruanas que hasta el momento no ha recibido mayor reconocimiento.
¿Cómo fue ese trabajo de exploración que llevó a encajar las locaciones con una historia donde predomina la variedad de zonas?
Tiene que ver mucho con mi tránsito por Lima. Si alguien me pregunta de qué barrio soy, no podría responder. He vivido en 11 lugares distintos. Esa experiencia me ha llevado a formar una mirada sobre las diferencias del habitante de una misma ciudad. La gente que conoce lo que es “el barrio” podría conectar mejor con la película porque hay una especie de reconocimiento como si fuera un espejo de sus experiencias, a partir desde las locaciones. Para otros es una Lima oscura y desconocida, pero es la verdadera Lima. Es en la que vive la mayoría de la gente. Sin las experiencias de mi niñez y mi adolescencia, sobre lo que es vivir en barrios populares y todo lo que eso representa, no hubiera podido darle honestidad y sentido de realidad a la película. Es un retrato de la ciudad que me ha dejado bastante satisfecho.
Vienes de una familia muy religiosa, sin embargo, has declarado que tú no profesas ningún credo. ¿Cómo se entiende que narres una historia donde los milagros son el eje de la película?
En lo personal, hacer una película en el Perú ya es un milagro (ríe). Contra todo lo que me costó conseguir los fondos durante ocho años ya era una cuesta arriba total. Eso me ayudó a sentir la película desde otra forma: estaba en el hoyo, sin dinero, con la película estancada. Por eso más allá de religiosidad, mi actitud y la película en sí le deben mucho a una cuestión espiritual. A veces se peca al retratar algo que no se conoce y vemos productos artificiales. La fuerza de la película refleja bastante el propio proceso de producción que sufrió.
¿El proceso de grabación fue tan complicado como la preproducción?
El rodaje tuvo dos etapas. La primera, asociada a la procesión del Señor de los Milagros y que fue terminada en cuatro días intensos de grabaciones. Durante los cinco años previos había ido para cubrir todos los recorridos del anda. Alquilé un departamento en la avenida Tacna, justo frente a la iglesia Las Nazarenas, a fin de ver la salida del anda y obtener tomas distintas de la gente en conjunto. Los recorridos los hacía junto a un grupo pequeño integrado por el director de fotografía, dos asistentes, Liliana y yo. En el caso del sonido se trabajó de otra manera porque acceder a la zona principal de la procesión era complicado. Nos tomó meses conseguirlo. Tuvimos que hablar con la gente de la hermandad para que acepten, no fue fácil. Sobre las locaciones, en general, logré tener el noventa por ciento de las que yo quería. Hacer esta película no fue sencillo. Pero, once años después de empezado el proyecto, puedo decir que estoy contento con el producto final.
La distribución siempre es un tema complicado para un filme peruano. Más allá de los festivales, ¿qué opinas del tema?
A veces hasta en los propios festivales los programadores no se toman el trabajo de ver todas las películas que se envían. Cuando uno empieza en esto del cine cree que las películas solo llegan a los festivales por un mérito propio. No es así. Es decepcionante. Ya sabiendo que es un negocio de coproducciones o actores conocidos uno se da cuenta que si eres amigo de un programador tendrás proyecciones de todas maneras. Pasa también en los festivales medianos y grandes: mandas tu película y ni siquiera la ven, dejando la vacante a directores conocidos o amigos. En América Latina se da esto pero en menor medida. Por otro lado, tiene que ver con un tema de tendencias. Por ejemplo, a mí me tocó ser jurado en el Festival de El Cairo y de las 20 películas en competencia, que ya habían pasado por festivales grandes de Europa, 18 tenían sexo explícito. Es un elemento que marcaba la tendencia y si no la sigues es probable que no te tengan en cuenta. Eso también pasa. Si Argentina tiene más presencia cinematográfica internacional es porque tiene peso. Perú no lo tiene. Y ni qué decir del presupuesto. No hay apoyo a la promoción. Falta un ente que vele por esos intereses.
Pero en los últimos años se han realizado y distribuido más producciones peruanas. ¿Qué impresión te deja este panorama?
Hay de todo. Cuando empecé en esto del cine, solo se rodaban dos o tres largometrajes al año. Ahora nos hemos ido al otro extremo. Se hace demasiado y a la gente le cuesta discernir entre lo que se hace con una perspectiva seria y lo que se elabora por algo netamente comercial. Asu mare generó un quiebre que abrió líneas positivas y negativas. Se explotó un hueco que nunca se había tocado en Perú, desde la experiencia de un personaje de la televisión, y funcionó. Pero por otro lado generó que un grupo de oportunistas empiecen a hacer cine como si fuera cualquier cosa. Todos tienen derecho a ganar dinero, pero si solo hay una vía de exhibición y esta se satura por ese tipo de películas te corta el acceso. Ya no tenemos El Cinematógrafo de Barranco que daba un espacio para otro tipo de cine, ni otros espacios que de manera constante promuevan otro tipo de cine nacional. Este es un tema regional. En Argentina o Chile pasa lo mismo. Es increíble la cantidad de directores de publicidad que se quieren meter al mundo del cine. Estos se quedan en una cuestión estética que no trasciende. Efectismo puro. Mientras más falso eres, es probable que te vaya mejor. Pero también tenemos directores que poseen una mirada original, lamentablemente son pocos.
¿Cuál será tu siguiente trabajo?
No me gusta repetir. Estoy escribiendo dos cosas muy distintas: una comedia de parodias, algo que acá no se ha hecho. Más bien en Perú las comedias parecen parodias. Son el tipo de películas que menosprecian al público. La segunda es una especie de road movie en el norte chico con toques de ciencia ficción, algo distópica. Ojalá no me demore diez años para que vean la luz.
* Una versión de este texto se publicó en la edición 38 de la revista Godard!