Dunkerque
Cada vez que una película de Christopher Nolan llega a las salas de cine un sector de la crítica prepara la máquina moledora de carne para destruir al realizador británico. Se ha dicho de todo sobre él: plagiador y poco original por Inception (2010) en perjuicio del anime Paprika (2006), pretencioso por querer desbancar al Batman de Burton con la mejor saga de superhéroes de la historia, seudoinnovador por pretender enredar a medio planeta con la narración de Memento (2000), irrespetuoso por las comparaciones (que ni siquiera él hizo) de Interstellar (2014) con 2001: Odisea en el espacio (1968). Hasta se ha dicho que es letra capital del cine mainstream, líder figurativo de la lamentable tribu hipster y tránsfuga de los principios que lo llevaron a ser conocido en la industria. Estas solo son muestras inocuas comparadas a todo lo que se puede escuchar en los círculos cinematográficos y la gran cantidad de comentarios vertidos en Internet. Especulaciones, sandeces y falsas afirmaciones.
Nolan, “el efectista”, en su undécima película, Dunkerque (2017), ofrece un relato dramático sobre la Operación Dínamo, maniobra militar que rescató a más de 300 mil soldados de las fuerzas aliadas que fueron cercados por los nazis en una zona de la costa francesa durante la Segunda Guerra Mundial. La que podría ser una historia más de las tantas que se han contado sobre el conflicto armado más sangriento de la historia reciente, pasa a ser con Nolan, “el calculador”, una cinta bélica que centra el foco en el sentido de la fraternidad sin caer en el patriotismo propagandístico. Fácil sería izar la bandera de la defensa democrática donde los buenos siempre ganan y los malos son tan malos que debemos odiarlos hasta pasadas tres, cuatro o cinco generaciones. No. Nolan aparta el testimonio oficial de los vencedores para construir una película que explora y destaca por la forma en que se cuenta a sí misma.
Desde tres frentes de acción -la playa que sirve de último bastión terrestre para los soldados maltrechos, el puerto y los barcos donde aguardan los batallones angustiados de jóvenes reclutas y los aviones que intentan defender a los acorralados a la vez que atacan a las naves enemigas- el director une sutilmente historias y personajes que integran un reparto coral. Muchas voces con un mismo objetivo: transmitir la desesperación que exige la sobrevivencia, pero que deja una rendija fina, muy fina, para alimentar la esperanza. En ese sentido, Nolan no otorga muchas líneas a su reparto. Obliga al espectador a fijarse en los detalles de las acciones. Es decir, introduce la cámara como un acompañante que también se juega la vida en cada secuencia.
Dunquerke, más allá de su carga emotiva y la tensión que atraviesa todo el metraje, tiene dos bases adicionales que son fundamentales: la edición de sonido y la música que la acompaña, además de la espectacularidad de sus escenas de combate (tanto aéreas, marinas y terrestres). En el primer caso, los bombardeos, enfrentamientos y tiroteos, ante un oponente que nunca llega a ser visto por completo, están respaldados por efectos sonoros envolventes de una verosimilitud que solo puede apreciarse a plenitud en una sala de cine. El responsable de ello es el editor Richard King, condecorado con sendos Oscar por su trabajo en Master and Commander (2003), Inception y El caballero oscuro (2008). Este habitual colaborador de Nolan imprime angustia al distribuir a la perfección la música de Hans Zimmer. Este último presente en la Trilogía de Batman, Inception e Interstellar y compositor de Thelma & Louis (1991), El rey león (1994), La delgada línea roja (1998) y Gladiador (2000). El tándem King-Zimmer, junto al trabajo de montaje, es lo mejor que le puede pasar a Dunkerque en post producción. Sobre las “escenas de acción” queda decir que el británico no solo se empeña en hacerlas creíbles y sobrecogedoras, también se da tiempo para proveer de una estética virada hacia el abanico de las coloraciones azuladas con un sentido preciosista sin forzamientos o sobreexposiciones.
Así, Nolan, “el sobrevalorado”, entrega una gran película bélica que apunta a llevarse muchos reconocimientos, quizá sea un puntal en su filmografía y a cerrarle la boca a todos sus detractores. Dunkerque no es la mejor película en lo que va del nuevo milenio como anuncian algunos agoreros críticos americanos, ni la más apreciable sobre la Segunda Guerra Mundial de los últimos 50 años, ni un antes y después en la filmografía del director. Dunkerque es un filme que se aprecia porque corresponde a la naturaleza del sentido cinematográfico: comunica, conmueve y reflexiona. Todo gracias al “poco talento” de Christopher Nolan.