Asesinato en el Orient Express
Las novelas y obras teatrales de Agatha Christie han generado decenas de adaptaciones para el cine y la televisión. Algunas han emulado con destreza el misterio que encierran sus textos -caso Testigo de cargo (Billy Wilder, 1957) o Muerte bajo el sol (Guy Hamilton, 1982)- y otras se han convertido en películas que solo serán recordadas por engrosar las estadísticas. En este último grupo se encuentra Asesinato en el Orient Express (2017), del británico Kenneth Branagh.
Más visible en los últimos años por films como Cenicienta (2015) y Thor (2011) que por sus buenos trabajos basados en obras de William Shakespeare, Hamlet (1996) y Enrique V (1989), Branagh incursiona con poca suerte en su empresa por llevar al cine uno de los libros más leídos de la escritora británica.
Durante una tormenta de nieve, un lujoso tren de pasajeros, el Orient Express, queda atrapado en medio de la noche. Las horas de espera se hacen más tensas cuando uno de sus pasajeros es asesinado a puñaladas. Los sospechosos, casi una decena de personajes con motivos suficientes para cometer el crimen, serán interrogados por un detective de amplio historial en casos similares. En cuentas resumidas esta es la atractiva historia que encierra Asesinato en el Orient Express.
Sin embargo, la falta de un ritmo dinámico que eleve progresivamente la tensión y ayude a captar el interés del espectador, sumado al superlativo protagonismo del personaje central, el detective Hércules Poirot (interpretado por el propio director), juegan en contra a Branagh, por más que las acciones siempre giran en torno al investigador. Una cosa es presentar con inteligencia y audacia a un personaje y otra es intentar que su figura se asemeje a la de un superhéroe megalómano. El Poirot de Christie es perspicaz y no subestima, el de Branagh apunta a narciso de mal gusto.
Otro de los aspectos negativos de esta película es su tratamiento del humor. Después de la escena inicial donde lo absurdo campea disfrazado de jocosidad, no vuelve a aparecer una situación que componga ese mal sabor de entrada. Y acá no tiene nada que ver la distancia entre la época en que se sitúa la historia y los tiempos recientes (la concepción y apreciación del humor muchas veces separa a las generaciones).
La carencia de locuacidad y simpatía en los diálogos abre un torpe camino hacia el moralismo más solemne, sobre todo cuando el misterio empieza a ser resuelto por el protagonista. Las secuencias finales le explotan en el rostro a un Poirot reconvertido en mesías reflexivo.
Quizá mi comentario vuelva una y otra vez sobre la construcción del habilidoso detective como personaje y no profundice en otros puntos que también podrían ser relevantes como la dirección artística o algunos efectos especiales. Sin embargo, Poirot es la piedra angular de toda la película. Él lleva los hilos de la trama y es quien determina la relación con los otros personajes. Por supuesto, sin claridad.
El elenco que reúne el director, compuesto por Johnny Depp, Penélope Cruz, William Dafoe, Judi Dench, Michelle Pfeiffer, entre otros, no pasa de ser un puñado de intérpretes maniatados por largos diálogos desprovistos de ingenio y originalidad. El riesgo de juntar a tanta estrella es que ninguno llega a trazar un camino propio. Todo lo contrario a lo que presenta Christie en sus novelas. No vale escudarse en la famosa justificación “una película nunca será el reflejo de un libro”.
Estos desatinos -mala construcción de Poirot, humor impostado, melodrama de manual y un elenco atrapado en personajes de piedra- están camuflados en una propuesta con altas cuotas de teatralidad.
Asesinato en el Orient Express está tan alejada de la cinta homónima que dirigió Sidney Lumet en 1974, que uno cuestiona la motivación de Branagh por volver a adaptar el clásico libro de misterio. Lumet inyectó entretenimiento mientras jugaba a revelar la identidad del asesino, mientras que Branagh olvidó hacerle espacio al suspenso y optó por una propuesta monótona. Agatha Christie siempre merecerá más.