Las horas más oscuras
Gary Oldman (nominado a mejor actor para la edición 90 de los premios Oscar) tiene un talento innato que va más allá de la habitual tarea de ser otro hombre delante de una cámara. El actor inglés trasciende al mero registro interpretativo, al personaje verosímil alejado de toda artificialidad. En Las horas más oscuras entrega la mejor actuación de su sólida carrera bajo el manto de una icónica figura de la política del siglo XX: Winston Churchill.
Y es que Churchill es mucho más que una simple estatua en las afueras del parlamento británico (así lo ven las nuevas generaciones). Es el hombre que con su determinación hizo que la historia de la Segunda Guerra Mundial tomara otro rumbo al no aceptar un acuerdo de paz con Adolfo Hitler e instar a su pueblo, a través de emocionantes discursos, a no claudicar y defender los principios libertarios de su nación.
El resultado del trabajo de Oldman está acorde a la talla histórica del ex Primer Ministro británico y la responsabilidad que significa encarnar a un hombre contradictorio, vehemente y lúcido. El actor se apoya, aunque por momentos abusa, de técnicas expresivas (estilo, lenguaje) y fonéticas (dicción, elocución) en un sentido virtuoso. Pero también acude a las antípodas de la corrección de los modos orales para personificar al líder político. Susurros y líneas entre dientes, algunas casi inentendibles, reflejan con naturalidad algunos estados de ánimo de Churchill, sobre todo cuando empinaba el codo.
Joe Wright, director de la película y autor de destacados títulos como Orgullo y prejuicio (2005) y Anna Karenina (2012), hace que toda la atención se centre en el desenvolvimiento de Oldman. No obstante, da espacio para que otros actores luzcan brevemente y algunas circunstancias sostengan al film. Por ejemplo, las intervenciones de Stephen Dillane como Lord Halifax (el antipático ministro de Relaciones Exteriores) y Lily James en el rol de Elizabeth Layton (la joven secretaria de Churchill) son motivos que suman para que el protagonista revele conductas extremas en instantes claves de la película.
Además Wright sabe aprovechar las atmósferas y las locaciones por donde transita todo el elenco. Es el caso de las escenas en que el Primer Ministro se acerca al pueblo del Reino Unido por medio de los discursos radiales o cuando conversa con la gente en el subte de Londres. Otros aspectos positivos son el diseño de producción y el diseño de vestuario. La ambientación de la época es muy fiel, mientras que el trabajo de maquillaje es notable. Se torna difícil creer que Oldman sea quien está haciendo de Churchill. No se le reconoce a primera vista.
Algo que Wright ha cuidado con esmero es el riesgo de caer en el patriotismo de alcantarilla. Al igual que Oldman, el director es inglés. En Las horas más oscuras no existe una exaltación nacionalista que le gane al verdadero sentido de la película: las tribulaciones de un hombre que carga una gran responsabilidad.
Recordemos que la cinta narra el periodo en que Churchill es nombrado como Primer Ministro por el rey Jorge VI, contra el deseo de todas las fuerzas políticas. En ese tiempo el nazismo avanzaba sin tregua por Europa y las islas británicas eran muy deseadas por los alemanes debido a su importancia geoeconómica. Por un lado, Churchill debe decidir si sacrifica a una compañía de militares para ganar tiempo a fin de que toda su fuerza armada se retire y no sea exterminada en la playa de Dunkerque. Por otra parte, medita la posibilidad de firmar el armisticio con Hitler, bajo mediación de Mussolini. Estas dos líneas argumentativas van intercalándose con sucesos de la vida familiar del estadista.
En suma, Las horas más oscuras es una buena película. Si bien Gary Oldman se lleva todos los elogios (la estatuilla dorada no sería una sorpresa), se le puede encontrar mucho gusto a una producción que recrea tiempos inciertos donde la voluntad era lo único que sostenía a millones de personas. Sin duda, esa es una de las ideas que Joe Wright diseña para su obra y que Gary Oldman materializa con maestría en la figura de Winston Churchill.