Un lugar secreto
El estómago de Brad gruñe “como un perro hambriento”. Hace dos días que no come. Él se queja mientras Anna y Laurie, esposa e hija del hombre, lo escuchan con desdén. Es la primera vez que no ingiere alimentos durante dos días seguidos: “Nunca había sentido tanta hambre”. Su casa está instalada en medio de un bosque. La estructura que comparte con las dos mujeres, y su hijo John, ha sido ideada y decorada por especialistas. Un lujo de la arquitectura y el diseño, rodeado de postales silvestres. Sin embargo, Brad no lamenta su ansiedad desde el confort, la opulencia y el desgano. En sintonía afligida con las dos mujeres, lo hace desde el fondo de un búnker a medio construir, próximo a su vivienda. John, un púber misterioso que no revela sus sentimientos con facilidad, drogó a sus padres y hermana para introducirlos en esa jaula de techo inalcanzable. En un hoyo profundo de paredes frías e impenetrables. Están expuestos al acoso de la lluvia. No hay baño ni ropa de cambio. John se atreve a darles una lección, o al menos eso parece, mientras atraviesa el tiempo como un fantasma que recorre la casa deshabitada.
En clave de suspenso, Un lugar secreto es un golpe brutal a la desidia emocional de las familias de clase alta de los Estados Unidos. Camuflada en situaciones que no encuentran mayor motivación que la de mostrar el deterioro psicológico de John a partir de momentos cotidianos (o la apatía de una generación que se diluye en las pantallas de los móviles), el español Pascual Sisto dirige sin reparar en el impacto y sí en los mecanismos que profundizan en los comportamientos de los integrantes de una familia supuestamente convencional. Basada en el guión del argentino Nicolás Giacobone, la película advierte que todos sus personajes viven en comunidad, pero no están unidos. Ni los padres ni la hermana de John son conscientes respecto a los débiles vínculos familiares que existen entre ellos hasta que el muchacho los encierra. John asume el rol de un retorcido hombre maduro que quiere independencia (emocional y económica) por el sencillo hecho de experimentar la función de un adulto.
La premisa de Sisto, que en varios pasajes se acerca a Funny Games, aunque sin el salvajismo irónico de Haneke, falla cuando en su intento por acelerar el crecimiento de su personaje -a través de acciones como seducir a una mujer de 50 años, manejar la camioneta de su padre mientras escucha música clásica o retirar grandes sumas de dinero del cajero para regalarlas a un amigo- deja de lado una explicación coherente del vínculo -bueno o malo- entre John y su familia, y se mueve en el plano de lo sugerido. Si bien el factor de “lo explícito” podría enterrar las múltiples posibilidades de interpretación del filme, es necesario que Sisto decida los momentos claves de su historia y no se estrelle con vaguedades que solo lastran el ritmo y la construcción de John como elemento siniestro de la trama o disparador representativo de una generación. Un lugar secreto se esfuerza por lucir perfecta visualmente -las composiciones, los planos y la fotografía, por ejemplo, son componentes exquisitos de la narración-, pero se descuida torpemente la profundidad de un tema multidimensional que de forma tramposa se ampara en un jovencito de cartón, tan exasperante como la propia película que protagoniza. Un debut nada auspicioso el de Pascual Sisto detrás de este largometraje.