---EO---
¿Qué significa ser un burro? Para el experimentado director polaco Jerzy Skolimowski se trata de un animal que históricamente ha sido menospreciado de manera injusta y que no solo sirve como transporte de carga o atracción de ferias, sino que también puede ser una ventana por la que el mundo llega a percibirse con decepción. Suena a disparate absoluto o idea grandilocuente, pero EO -que alcanzó el Premio del Jurado en el Festival de Cannes el año pasado- es una obra que sorprende por su mirada socarrona y su demostración visual.
La arriesgada propuesta del autor de The Shout (1978) nos lleva a seguir los pasos de un burro, EO, que cambia de dueños y lugares de manera accidentada. El borrico (en realidad son cinco animales que encarnan alternativamente al personaje central) recibe todo tipo de tratos -desde la tierna protección de una cirquera hasta la despiadada paliza de unos barras bravas- involucrándose en situaciones que, en un sentido metafórico, examinan la degradación de la especie humana tanto en circunstancias cotidianas como extraordinarias. De esta forma, el animal es un observador pasivo de las acciones que impactan en su vida y en la de todos los seres que lo rodean.
La alusión a Robert Bresson es evidente cuando hablamos de EO, no obstante, carece de la melancolía que aporta el cineasta francés con Al azar de Balthazar (1966). Lo de Skolimowski se aproxima a la comedia negra y al melodrama en formato de road movie. EO mantiene la sensibilidad de un auscultador social que critica el egoísmo del hombre moderno y pone la figura del jumento por encima de quien debería parecer superior a simple vista. Skolimowski no deja muñecos con cabeza y tampoco distingue entre ricos o pobres, fascistas o progresistas, hombres o mujeres, católicos o ateos, a todos les cae un ligero jalón de orejas. Eso sí, el longevo director no cae en el juego de la pontificación. Su mirada es juguetona, incluso en momentos que la empatía hacia el burro se estrecha. Imposible no sentir pena y ser cómplice del animalito.
Por momentos, el registro documental invade la narrativa de Skolimowski y asegura un punto de vista subjetivo que repotencia la impredecibilidad de la trama. O, lo que es igual, su exotismo. Ello le sirve a EO para poner un pie en la improvisación -entiéndase en el marco de un juego de falsos espejos- que va respaldada por planos aberrantes que emulan los movimientos del protagonista. Por otro lado, las atmósferas que se abren paso cuando la cámara funge ser la mirada del animal, estallan a través de una irritante y cautivadora puesta en escena. El asno observa el mundo en tonalidades rojas y cuando el riesgo enciende las alarmas de su existencia el revestimiento sonoro también es inquietante, electrónico, etéreo. Entonces, la vertiente surrealista de EO se percibe como un ejercicio de aislamiento donde todo lo que pasa fuera de los márgenes psicológicos del animal son extensiones del caos.
Aunque por ratos algunas de las escenas parecen demasiado extensas, especialmente cuando el discurso ya ha sido subrayado desde diversos frentes -y eso que la película no sobrepasa la hora y media-, EO tiene el crédito intacto y, en general, se siente audaz hasta el final. Palmas para Skolimowski, un director que a los 85 años es más vanguardista que muchos autores de moda.