Misántropo
Tras nueve años de estrenarse Relatos salvajes, el director argentino Damian Szifron regresa con una película producida y realizada en Norteamérica. A pesar de su prolongado silencio fílmico y de las reglas que impone el poderoso mercado hollywoodense, la primera incursión de Szifron fuera de su país es muy auspiciosa.
Misántropo narra la historia de Eleonore (Shailene Woodley), una agente del FBI que, contra toda posibilidad, es elegida para integrar una cédula especial que deberá resolver el caso de un francotirador que ha sembrado el terror en Baltimore. La mujer arrastra una pesada mochila de adicciones y desórdenes sociales que están en sintonía con las obsesiones del jefe de la unidad investigadora, el comandante Lammark (Ben Mendelsohn). Todo se torna más complicado cuando el asesino multiplica sus ataques y nadie encuentra pistas que lleven a su captura.
Una de las fortalezas que desarrolla Misántropo, en sus casi dos horas de metraje, corresponde a la expectativa que imprime su ritmo, siempre con giros que delatan un buen manejo del suspenso. Szifron se alinea a la tradición de películas noventeras sobre asesinos en serie, tipo Pecados capitales o El coleccionista de huesos, para hacer del espectador un elemento participativo de la experiencia indagatoria. Algo que tiene sus reminiscencias en el cine de Hitchcock. La efectividad del ritmo tiene respaldo narrativo en el trabajo fotográfico -una Baltimore festiva que esconde secretos en locaciones tétricas se ve acentuada por el manejo lumínico de Javier Juliá- y el montaje -ágil en el encadenamiento de escenas, potenciadas por partituras bien ejecutadas, trabajado por el propio Szifron-.
Pero lo mejor de Misántropo no pasa por su formalidad audiovisual. Es la manera en que el director utiliza su película para abordar temas delicados en una sociedad hipersensible y prejuiciosa, lo que la hace una pieza atractiva. Racismo, posesión de armas, consumismo, corrupción, machismo, poder, sensacionalismo, salud mental, matrimonio gay, son algunos de los tópicos que el director despliega bajo la óptica de un sistema compuesto por autoridades, fuerzas del orden y medios de comunicación que buscan llamar la atención y ansían reconocimiento.
Misántropo también se sostiene gracias al buen trabajo de Woodley y Mendelsohn. En el caso de la actriz, su desempeño en la serie Big Little Lies confirmó que estamos ante una exponente con bastante proyección. En la película de Szifron convence sin vacilaciones cuando encarna a la agente atormentada. Sobre Mendelsohn cae la responsabilidad de interpretar al paranoico agente y el resultado es óptimo, más allá de algunos momentos cercanos a la exageración. Se trata de dos atípicos personajes adheridos a una implacable fuerza del orden que cuida su reputación y no va a permitir que los desequilibrios de sus componentes la perjudiquen. Entonces, el esfuerzo de Szifron por instalar a Eleonore y Lammarck en el sistema ve sus frutos cuando asoman como la solución al conflicto que tiene en vilo a todo un país. Los frikis tienen la razón, pero nadie los escucha, nadie los desea.
Quizá el único asunto que trastoca a Misántropo son algunas situaciones incongruentes de su guión. Por ejemplo, cuando Lammarck decide incluir a Eleonore en el equipo de investigación solo porque una de sus ideas le pareció acertada. O cuando tras la pista de una prenda del asesino, hay que buscarla en montañas de basura y se encuentra sin mayor dificultad. Son momentos que golpean la credibilidad ganada minuto a minuto. Pero, no afectan al balance general de la propuesta.
Misántropo es una buena carta de presentación para Szifron y sus colaboradores argentinos en el complicado y azaroso mercado de la industria cinematográfica estadounidense. Desde aquí aplaudimos su nuevo debut.