La leyenda regresa
Parte de la esencia del western consiste en las dimensiones conductuales otorgadas a sus atribulados personajes. En ese sentido, la mitificación, encaramada de humanidad, se concibe y construye como medio y fin de una gesta. No importa que encarne el espíritu de un sheriff crepuscular o de un bandolero arrepentido. Siempre será un personaje que transite por un mundo interior de rasgos poco revelados, enigmático y, hasta un punto, silencioso; sobre todo, en aquellos pistoleros que van cubiertos por el velo de sus leyendas como Wyatt Earp, Jesse James, Butch Cassidy, entre otros. Sin embargo, desde el lado de los forajidos, es Billy The Kid el que mayor atención ha concitado a nivel popular y del que más películas se han hecho.
Howard Hughes, Arthur Penn y Sam Peckinpah son algunos de los directores que han retratado al joven delincuente que puso en alerta máxima a la justicia estadounidense durante la segunda parte del siglo XIX. Los resultados cinematográficos son variados, pero en todos los intentos el aura del mito se posa con efectividad. A las más de 20 películas que narran la vida de Billy The Kid, o pasajes de la misma, se ha sumado una propuesta novedosa: La leyenda regresa.
El filme dirigido por Potsy Ponciroli abre la posibilidad de un capítulo posterior e inédito en la vida del delincuente, extendido al final trágico documentado por la Historia. Henry McCarthy/Billy The Kid (Tim Blake Nelson) es un granjero viudo de edad madura que vive apartado, en medio de una pradera rodeada de colinas, “donde no sucede nada” tal como señala su hijo Wyatt (Gavin Lewis). Durante un paseo por amplios pastizales encuentra a un hombre desmayado, al lado suyo una cartera con miles de dólares. Entonces, el dilema de salvar al hombre o tomar el botín lo enfrentarán a la moralidad de su oscuro pasado sin medir las consecuencias. Ponciroli juega con la posibilidad de “qué hubiese pasado si…” y le da un segundo aire al sentido de la leyenda, en este caso a la de The Kid. El resultado es magnífico por varios motivos.
El primero, redimensiona el valor de la redención alrededor de la familia, algo que para un pistolero, habitualmente, no importa demasiado. Es decir, envejecer también significa una prudencia calculada o una frágil sabiduría que se materializa cuando Henry no deja que Wyatt enfrente la vida sin su supervisión. La “nueva oportunidad” para Henry no será sencilla. Lo que le queda de familia es un tesoro que no debe ser expuesto al mundo hostil del que antes formó parte. Esa lectura ayuda a explorar el atardecer de un personaje proscrito que está condenado a vivir al margen de la sociedad, un fuera de la ley legendario que teme y sufre en silencio a su propia naturaleza.
La segunda dimensión es el concepto de frontera, tan utilizado en el género y que ha marcado el desarrollo social o, mejor dicho, el proceso colonizador de los Estados Unidos. Henry ha escondido por muchos años su condición de prófugo para asentarse en un paraje del que su vástago reniega. Lo que para el ex pistolero es un refugio para el joven es la metáfora perfecta de una cárcel. Reposar o tomar vuelo. He ahí la cuestión. Ponciroli aprovecha esos límites geográficos y aspiracionales para que la naturaleza geográfica adopte el control de la dramaturgia.
En tercera instancia se encuentra la construcción de Henry/The Kid. Tim Blake Nelson no es Val Kilmer o Kristoffer Kristofferson, mucho menos Paul Newman. La nueva versión del asaltante está planificada desde la corporeidad y la apariencia. Blake Nelson se acerca a la figura de un tullido indefenso que está a punto de erupcionar. Es tan dual e impredecible que podemos empatizar o temerle sin que dudemos de su autenticidad. El actor se hace gigante en cada escena debido a que no porta el talante de la heroicidad que representan, por ejemplo, Gary Cooper, John Wayne o Clint Eastwood. Una heroicidad que gana peso -y admiradores- gracias a la verosimilitud que brinda el endeble factor físico.
La leyenda regresa es una película que apunta a una resolución sin mayores complicaciones argumentativas y estilísticas. No es innovadora a nivel visual. Tampoco pretende reinventar el western. Sin embargo, su riesgo calibrado permite centrarse en algo que se descuida en los intentos por narrar historias situadas en el Far West: la grandeza del mito y la recreación de una época con aires de nostalgia.