Secuestro en directo
Elvis Cooney (Mel Gibson) es un experimentado locutor de radio que funge de consejero en el programa que conduce desde hace cuatro décadas. Escucha y opina sobre conflictos amorosos, problemas familiares, dificultades financieras, agobios laborales, entre otros asuntos, expresados, vía telefónica, por oyentes insomnes. Su estilo no es precisamente el de un guía espiritual, sino el de un tipo grosero y burlón que muchas veces se regocija en la desgracia ajena. En contadas ocasiones brinda alguna recomendación honesta que desdibuja su aire canalla. Una noche, el programa incorpora a un nuevo integrante, Dylan (William Moseley), un joven que ejercerá de operador. Como sucede en muchos medios de comunicación, el recién llegado pagará el precio de ser un novato. Lo que no sabe Dylan es que Elvis y todo el equipo de producción le harán vivir la experiencia más extrema de su vida.
Quizá lo mejor de Secuestro en directo sea la divertida cuota de autoparodia que la envuelve. Sería un error pensar que la película escrita y dirigida por el francés Romuald Boulanger es, en esencia, un thriller -por más que esté presentada así desde la formalidad del género-. En realidad, estamos ante un producto que reflexiona con ironía acerca de temas comunicacionales: la crisis de la radio tradicional, el sensacionalismo mercenario, la segmentación de las audiencias y el auge de la información que corre por el entorno virtual.
Por otro lado, Boulanger no deja espacio para las introducciones largas y va directo a la acción, lo que permite apurar los giros de tuerca repartidos en situaciones extrañas e inverosímiles. No importa que todo lo visto parezca exagerado. Eso forma parte del atractivo de la propuesta. Por ejemplo, Elvis es un locutor egocéntrico y sin escrúpulos, aunque su compañía resulta simpática. Un tipo contradictorio. Es decir, una caricatura que provoca empatía y rechazo al mismo tiempo.
Si bien la propuesta de Boulanger está orquestada en una clave ácida que se sostiene gracias al vértigo de su narración -nada innovadora, pero efectiva-, sería injusto dejar de mencionar el aporte de Gibson a nivel interpretativo. Sobre sus espaldas, el filme se sostiene. Gibson es un todoterreno que responde con regularidad, a pesar que no siempre se emplee a fondo o elija personajes sin una buena construcción. Intenso y cínico, Elvis es una prolongación del último Gibson real: arisco, polémico, extremista. Resulta imposible decir que esta es una gran actuación. ¿Mala? Tampoco. Lo que sí se nota es que Gibson lo está disfrutando y guarda una equivalencia desvergonzada acorde a la propia película.
Secuestro en directo es un divertimento sin mayor pretensión. Una satira que apela al humor negro para contar temas serios sin ponerse seria.