En la piel de mi madre
Durante los últimos años, innovadoras filmografías se han sumado a la larga lista del cine de terror producido en Asia. Los números reflejan que Japón y Corea del Sur exportan la mayor cantidad de películas hacia diversas partes del planeta comparados con otros países de la misma región. Sin embargo, producciones de Tailandia, Indonesia y Filipinas también están ganando notoriedad, sobre todo, en festivales de género. Estas gozan de un respaldo amplio por parte de una audiencia que aprecia trabajos originales donde los principales temas giran en torno a tradiciones, leyendas o momentos históricos propios de esas zonas.
Por ejemplo, en 2022 se estrenó en cartelera comercial “La médium” una exótica propuesta que bajo el velo de found footage desarrolla una trama que combina aspectos como el chamanismo, la posesión diabólica y el exorcismo. Además, su aire de documental social y la crudeza de algunas escenas son alicientes que avivan la inquietud para seguir descubriendo más películas, en este particular caso, procedentes de Tailandia.
La nueva joya llega desde Filipinas y tras un auspicioso paso por festivales asiáticos aterrizó directamente en el streaming. En la piel de mi madre -ambientada en días posteriores al término de la Segunda Guerra Mundial y durante la invasión japonesa- narra la historia de Tala, una adolescente que debe cuidar a su hermano menor tras la partida de su padre -quien busca la ayuda del ejército estadounidense- y el deteriorado estado de salud de su madre. Lo que de saque puede parecer un ejercicio de drama familiar se va convirtiendo, lentamente, en una pesadilla que acopla elementos de terror caníbal y fantasía lúgubre.
Lo que mejor ha trabajado el realizador filipino Kenneth Dagatan es la ambientación de su película. Empleando a fondo el estilo setentero de filmes sobre casas embrujadas, aunque en un contexto rural, las acciones transitan por espacios asfixiantes y deteriorados que impulsan la sensación de orfandad sufrida por los hermanos. El mobiliario elegido no sólo contextualiza una época, también sugiere un sincretismo que otorga complejidad a la fe experimentada por los personajes. Catolicismo y paganismo se mezclan para expresar una creencia que tiene en frente al mismo enemigo, uno muy difícil de detectar.
En su impotencia ante el desabastecimiento de alimentos por el bloqueo del ejército japonés, Tala sale del hogar para conseguir el sustento que les permita sobrevivir. Entonces, de forma hábil, la película da un giro que despierta la inocencia de la chica. Enfrentar el mundo y asumir la adversidad como parte del crecimiento es uno de los temas que Dagatan propone. En ese sentido, la guerra no es un puntal exclusivo que divide a la familia. Descubrir la vida más allá de los muros paternales es una necesidad que Tala advierte con miedo y titubeos.
La protagonista encuentra amparo en un extraño personaje en medio del bosque próximo a su casa: un hada, con la que establece un pacto. Si bien el escenario cambia, la sensación opresiva que proyecta el director es la misma. La frondosidad de la vegetación es tan absorbente como las paredes de la vivienda. Es decir, no importa el momento ni el lugar donde se activen los conflictos. Lo que siempre reinará será el asedio guiado por la figura malévola de la fábula.
Entonces, todo se vuelve más atractivo. El director apela a la esencia de los viejos cuentos infantiles donde las hadas conceden deseos y fungen de protectoras incondicionales. No obstante, el hada de En la piel de mi madre es simbólica desde una perspectiva mefistofélica. Es una tentación irresistible para Tala. Su familia depende de lo que ella decida y el ser fantástico es la enigmática llave de salvación que disfraza sus verdaderas intenciones. El hada simula ser un heraldo, pero en realidad es la propia maldad. El discurso que exhibe Dagatan está llevado por momentos de persuasión muy bien ejecutados donde la exuberancia del vestuario y el diseño de arte respaldan la historia de forma convincente.
En la piel de mi madre adquiere un nuevo rumbo -el más impactante- al final de su metraje. Un asomo hacia el body horror, cuando la madre enferma experimenta cambios de personalidad y mutaciones físicas, permite darle una lectura siniestra y visceral a lo que en minutos previos tan solo se movía en el plano de lo sugerido. El cambio no es forzado, aunque sintoniza mejor con otras ideas expuestas en el J-Horror de principios de milenio.
También podría decirse que En la piel de mi madre traduce, por un lado, el terror de la guerra y el miedo de un pueblo ante los abusos de las fuerzas de ocupación en un tiempo fundamental de la historia de Filipinas, pero eso sería simplificar una propuesta que tiene múltiples capas. La película es inquietante por la transformación traumática de sus personajes infantiles ante eventos que, normalmente, tendrían que arroparse gracias a la candidez que distingue a los primeros años de la vida. Dagatan martiriza mientras va ganándose la confianza del espectador. Y lo hace muy bien.