Maestro
La segunda película de Bradley Cooper reafirma la eficiencia que mostró en su debut como director al narrar historias dramáticas que oscilan entre la autodestrucción y la incomprensión artística. En Nace una estrella (2018) encarnó a Jack, un cantante de country con vocación suicida, adicto al alcohol y a las drogas; mientras que en Maestro interpreta a Leonard Bernstein, el primer director de orquesta nacido en los Estados Unidos, genio extrovertido, depresivo ocasional y bisexual sin tapujos. Enfundarse el traje del legendario compositor revela la peculiar fascinación de Cooper por entender la atribulada vida de una figura que con sus temores personales y sus éxitos públicos arrastró a su familia hacia la polémica y la exposición mediática, pero, sobre todo, cultivó una relación especial con quien fue el gran amor de su vida, su esposa Felicia Montealegre (Carey Mulligan).
Maestro es un biopic que muestra el ascenso de Bernstein a la fama mundial. Desde su primera titularidad al frente de una orquesta a los 25 años, hasta las sesiones como profesor de nuevos directores siendo un septuagenario. Un recorrido que no solo se centra en la insatisfacción y las dudas que se apoderan de un creador que vivió a plenitud, sino que se enfoca en el vínculo afectivo que mantuvo con Felicia. Así como en la película anterior, Lady Gaga asumió el papel de una cantante que tuvo que lidiar con el infortunio de Jack, Milligan expone sus cualidades interpretativas para concentrarse en un personaje que sacrificó su carrera como actriz con tal de ver el desarrollo de Bernstein, soportando sus indecisiones y, lo que podría significar para otros, una vergüenza social.
Maestro devela una relación matrimonial imperfecta -¿realmente existe algún tipo de relación que sea perfecta?- y que además llega a ser dolorosa, pero a la vez guarda un sentido férreo del compañerismo. Felicia decide apostar por el amor al lado de Bernstein sabiendo que la reprimida bisexualidad de su esposo, en primera instancia, podría causarle desilusiones. Sin embargo, el sentido de la creación artística que tenía el músico, y la evidente influencia de esta condición en su ánimo, están por encima de cualquier interés propio para la mujer. Lo que podría entenderse como una distorsión en la forma de sentir y pensar de Felicia, Cooper lo expone de forma sublime y tierna a través de una lectura melancólica de la dependencia emocional. Lo mejor es que la historia propone circunstancias potenciadas por factores verosímiles que hacen genuina la mirada del director.
El trabajo de Cooper y Mulligan está atravesado por una química que invita a la complicidad tanto en las escenas donde el amor flota ocupando todos los espacios como en los momentos en que la tristeza o la hostilidad unen y resquebrajan la alianza marital. Por otro lado, el acompañamiento musical es uno de los componentes que elevan la calidad cinematográfica de Maestro y sirve de telón de fondo para entender la unión inestable de los amantes. Las ejecuciones que el compositor realiza en locaciones tipo iglesias o teatros gozan de una potencia conmovedora que hacen lucir a Cooper desde una performance no verbal muy similar al que ofrecía el Bernstein de la vida real en sus recitales.
En cuanto a Felicia, su figura dulce, contenida y, por instantes, severa, también está ligada a la escalada sonora que propone el filme. Por ejemplo, cuando la pareja escucha en un teatro la misa escrita por Bernstein y en el mismo palco se encuentra el joven amante del artista, la música eleva la tensión en los protagonistas del triángulo amoroso siendo la mujer el ángulo más vulnerable. O cuando los esposos se separan temporalmente, es la ejecución de una pieza liderada por Bernstein lo que ayuda a unir a la pareja por medio de una larga escena en que la intensidad sonora y la emoción del reencuentro invitan a creer en lo divino.
Si hay algo que reprochar a Cooper es el acartonado tono idílico y hasta cierto punto cándido de los 50 primeros minutos de su película en que representa el enamoramiento de la pareja. A Maestro le cuesta arrancar y pone en evidencia una irregularidad inicial que puede ser empalagosa y desesperante. No obstante, pasado ese primer tramo todo se recompone y nos topamos con una gran película que define y, repito, reafirma las condiciones de Cooper como director porque como actor es sabida su solvencia artística.