Muerto de risa
Por lo general, cuando hablamos de cine de comedia en el Perú nos hundimos en un escenario de incertidumbre que termina con resultados desalentadores. Las posibilidades de rechazo siempre son mayores a las de una experiencia satisfactoria. Parte de la responsabilidad de tan discreto panorama se lo debemos a películas de guiones paupérrimos, actuaciones por debajo del esfuerzo escolar y, sobre todo, a un círculo vicioso de producción que está cortado por la misma tijera. Los presupuestos de las cintas en cuestión no son despreciables. Por lo tanto, la conclusión es muy sencilla, evidente, llamémosle trillada: no es un tema de plata, se trata de ideas.
Gonzalo Ladines es guionista y director. Saltó a la fama en el 2013 como cocreador de Los cinéfilos, una serie web difundida por YouTube que marcó un hito en la manera de generar contenido de comedia. Con un lenguaje distinto y apuntando a un público bien segmentado, la serie se convirtió en un boom audiovisual en tiempos donde los influencers, youtubers y programas de entrevistas, vía Internet, estaban en pañales. Para muestra una perla: uno de sus capítulos alcanzó las 13 millones de vistas y tuvo repercusión en otros países como España y México. En el 2015, Ladines estrenó su primer largometraje, Como en el cine, con resultados alentadores que respondieron a una no fórmula tradicional del humor para la pantalla grande. Nueve años más tarde, Muerto de risa, su segunda película, reafirma que Ladines no es un destello casual.
Muerto de risa tiene dos soportes que se diferencian de otras iniciativas que han empobrecido a la comedia cinematográfica local: una vena ácida que se sirve de la autoparodia y una empática frescura que está soportada por sus dos actores principales, César Ritter y Gisela Ponce de León. La película cuenta la historia de Javi Fuentes (Ritter), un comediante de televisión, egocéntrico y cocainómano, que humilla a sus invitados y a la gente que lo rodea. Un día su padre muere y el conductor pierde el sentido del humor, al punto que su despido de la TV se hace inminente. En el intento por recuperar su chispa contrata a Alfonsina (Ponce de León), una mujer de pasado alcohólico que se gana la vida haciendo stand up comedy en bares.
Ladines explora el sentido del humor desde la esencia histórica del mismo. Es decir, a través de lo que significa ser un verdadero comediante -el que tiene como bandera de su trabajo la originalidad- en tiempos donde cualquiera puede publicar un video escandaloso por Internet alcanzando el estatus de celebridad, bajo la tiranía de los likes o las vistas. Muerto de risa, a su estilo, también es una historia salvaje de redención porque los excesos y los vacíos marcan la vida de sus protagonistas -adictos, desamparados afectivamente, desnortados-, entonces las soluciones a tan desestabilizadas existencias estarán enmarcadas en un autodescubrimiento donde deberán expulsar sus fantasmas emocionales. Sin embargo, Ladines no elige el camino de la resolución aleccionadora. Más bien apuesta por mantener la esencia de sus personajes por medio de una segunda oportunidad, honesta y sin radicalismos.
Por momentos, Muerto de risa deja de ser una comedia para convertirse en un melodrama de aires nostálgicos. En ese sentido, sin ser profunda de una manera sensitiva, funciona para entender las frustraciones de Javi y Alfonsina. La mano de Ladines también se nota cuando Ritter y Ponce de Léon interactúan en un duelo de ansiedades desmedidas, irreverentes. Lo de Ritter es buenísimo y curioso. Estamos acostumbrados a verlo en roles divertidos, pero en la película esa es la faceta que menos llama la atención. Su desempeño dramático está por encima de los esfuerzos cómicos y nos da una idea clara de la versatilidad del actor. El monólogo que desarrolla en la parte final de la película estremece por la brutal frontalidad de su mensaje y el manejo contenido de la emoción. Por su lado, Ponce de León sigue consolidándose como la actriz más natural y resolutiva de su generación. Entre los actores secundarios también destacan Gianfranco Brero y Giselle Collao.
Si bien Muerto de risa tiene momentos donde los diálogos no son tan ingeniosos como pretenden ser, en líneas generales, no sólo es un paso adelante en la carrera de Ladines. También es una evolución en la forma de entender y consumir el género de comedia hecho en el Perú. Una alternativa para escapar de la fórmula ligera y boba que normalmente vemos en cartelera.