Tótem
A bordo de un automóvil, una madre y su niña viajan relajadas. Ni el tráfico de la ciudad las perturba. La mayor de las mujeres va al volante y, repentinamente, le pregunta a su acompañante qué deseo le gustaría que se cumpla. La pequeña responde con contundencia: “que mi papá no se muera”. Esta frase corresponde a una de las primeras escenas de Tótem y desde aquel momento sabemos que algo fuera de lo común le sucede a Sol (Maina Sentíes), el personaje de ocho años que protagoniza la segunda película de la directora mexicana Lila Avilés.
A través de los ojos de la niña, la realizadora propone un recorrido en dirección al despertar abrupto sobre lo que significa la vida y la muerte. El resultado final es un retrato doloroso -aunque con sobrecogedoras cuotas de ternura- donde la fraternidad pasa por encima de cualquier fórmula lacrimógena.
Avilés ya había demostrado su talento para contar historias de carácter intimista en el 2018 cuando presentó su primer trabajo, La camarista, película en la que reflexiona acerca del sentido existencial de una mujer que busca ascender laboralmente cumpliendo jornadas agotadoras en un hotel de lujo. En Tótem, como ya había hecho en su obra anterior, desarrolla una narrativa que se distingue por la exploración cuidadosa del contexto. La misma que potencia las inquietudes de su protagonista. Avilés, por medio de planos cerrados y cámara en mano, sigue a Sol en cada interacción que tiene con los adultos de su familia paterna. De esta manera, descubre con mayor intensidad los temores y las vacilaciones de la menor frente al triste destino de su progenitor, Tona (Mateo García Elizondo).
La paradoja de una niña que debe mirar al mundo con la madurez de una persona golpeada por la fatalidad está expresada en Tótem por medio de un agridulce suceso. Las hermanas de Tona, pese a su frágil estado de salud, le preparan una fiesta por su cumpleaños, quizá la última que celebrará, y para ello convocan a familiares y amigos entrañables. Sol, a pesar de su corta edad, entiende la dimensión de los discursos y de los brindis poblados por palabras sentidas donde el amor se mezcla con la pena del adiós definitivo. Entonces, la película adquiere un halo de contenida desesperación e impotencia que va más allá de lo que siente Sol y se extiende hasta las acciones que adoptan las hermanas y el padre de Tona.
Es evidente que la capa más visible de Tótem está en función a las reacciones de Sol y a su forma de entender la fugacidad de la existencia humana, pero también hay diversos espacios que desnudan las grietas formadas por algunas desavenencias familiares, las mismas que cualquier hogar podría sufrir. Avilés expone circunstancias comunes que permiten ingresar a un mundo de urgencias afectivas, económicas y aspiracionales. Las tías de Sol, Nuri (Monserrat Marañón) y Alejandra (Marisol Gasé) tienen sus propios problemas y viven luchando contra un destino desfavorable. El alcohol, la falta de trabajo, el luto maternal, el luto que se avecina, la soledad, son monedas corrientes en sus atribuladas vidas. Desde este ángulo, la película es una plataforma que visibiliza los desafíos de mujeres maduras que resisten infatigablemente el paso del tiempo.
Tótem fue distinguida como la Mejor Película del último Festival de Cine de Lima y estuvo entre los 15 filmes preseleccionados en la carrera por el Oscar en la categoría a Mejor Película Extranjera. Sin embargo, más allá de los galardones que ha obtenido, respalda el trabajo anterior de su creadora. No cabe duda de que Lila Avilés es una de las voces femeninas de Latinoamérica con mayor proyección cinematográfica, gracias a su sensibilidad y a la visibilización de historias sencillas narradas con honestidad y empatía.