El astronauta
En la eternidad del universo la soledad es un estado natural. Y para un cosmonauta, la travesía por el infinito es lo más parecido a una reflexión perpetua en que la culpa, el arrepentimiento y la carencia de afecto confluyen llenándolo todo, incluso el porvenir. Al menos, esa es la primera capa que se desprende de El astronauta, película dirigida por Johan Renck y protagonizada por Adam Sandler y Carey Mulligan.
Con una perspectiva óptica orientada a la espectacularidad y la dispersión luminosa, la cinta narra la travesía de Jakub Procházka (Sandler), navegante espacial que debe descubrir el origen de una inusual nube púrpura divisada desde la Tierra, pero situada alrededor de Júpiter. El largo viaje de seis meses empieza a afectar emocionalmente a Jakub al punto que su relación marital con Lenka (Mulligan) se resquebraja. Algunos pasajes dolorosos, que no han terminado de sanar, invaden a la pareja agudizando el delicado estado de embarazo de la mujer. Una araña gigante, azarosa y confesora, será la única compañía física del hombre. La única opción que le servirá de espejo meditativo para explorar su conciencia. ¿Una suerte de alter ego o voz interior ominosa?
Desde una perspectiva psicoanalítica, El astronauta es un ensayo audiovisual acerca de la imposibilidad de empatizar con el entorno próximo tras el velo de un egoísmo pasivo. Renck utiliza la ciencia ficción para ingresar al terreno del melodrama como ya lo hicieron Christopher Nolan en Interestelar o Alfonso Cuarón, en menor medida, con Gravedad. Sin embargo, el enfoque de Renck lleva a niveles extremos las consecuencias de una relación desgastada por la falta de sorpresa. Lenka ha perdido el brillo que tenía cuando conoció a Jakub y ha sacrificado sus propias ambiciones con tal de ser una compañera infatigable. Su estado de gestación la llevará a planificar una vida más práctica y no mantenerse en la condición de una Penélope moderna.
El guión escrito por Colby Day muestra a los personajes de Sandler y Mulligan como seres dañados que buscan redención de forma separada, una vía imposible que sólo podrá resolverse si permanecen juntos. En ese sentido, la película ofrece argumentos para entender la desconexión de la dupla, pero alarga demasiado la resolución del conflicto central. En cambio, maneja con cuidado y acierto las subtramas que ayudan a entender la condición afectiva de Jakub (sobre todo, la relación con su padre).
El ritmo y el recubrimiento sonoro en El astronauta son valores destacables que establecen una línea casi hipnótica especialmente cuando parece que no sucediese nada. Y buena parte de ello se debe a Sandler quien vuelve a lucir en el manejo de la contención interpretativa (como en todas sus películas “serias”: Embriagado de amor, Los Meyerowitz, Diamantes en bruto y Garra) y no se precipita hacia la exageración por más que algunas escenas caigan en innecesarias reiteraciones argumentales (los 10 últimos minutos parecen eternos).
La película también está atravesada por una línea política que recrea la carrera espacial, pero sin la Unión Soviética y los Estados Unidos como protagonistas. Las fuerzas antagónicas están representadas por Checoslovaquia y Corea del Sur. La primera bajo el influjo del bloque comunista a partir de su bien montado aparato de propaganda que alinea las aspiraciones de sus líderes con las expectativas de un pueblo manipulado. La segunda con una participación limitada para no entorpecer el tema central de la película y no tener que caer en el juego de la pelea sociopolítica.
Renck, con experiencia en la dirección de Chernóbyl, la exitosa serie de HBO, y algunos capítulos de Breaking Bad y The Walking Dead, entre otros éxitos de la pantalla chica, se adjudica la autoría de un trabajo conmovedor basado en el talento de Sandler y Mulligan. Pero, el gran mérito del director sueco está en sostener un discurso imperecedero respecto a la soledad. Estemos en el espacio exterior o simplemente acostados en el sofá mirando una película de Netflix como esta.