Chabuca
Los matices. Los claroscuros.
Es imposible entender al ser humano desde una sola dimensión.
Todos los protagonistas de una historia -reales o ficticios- poseen cuotas de benevolencia o de perversidad que trascienden a su moral. O, al menos, si no están en las antípodas de lo imaginado, podrían oscilar entre la duda y la afirmación mostrándose en distintas facetas.
Caer en el relato edificante o condenatorio, explorando únicamente rincones caprichosos que alimentan lo absurdo, acerca la experiencia de percepción hacia algo predecible y, hasta cierto punto, caricaturesco. Siempre en el sentido de examinar al personaje central de una historia.
Pedirle a Chabuca que se alinee a ciertos deseos de complejidad cinematográfica puede sonar improbable, petulante o, quizá, exquisito. Pero no debería sentirse así. Sea la versión que fuere de Ernesto Pimentel, proyectada hacia el campo de la ficción, exige un desdoblamiento mínimo de su personalidad y no una beatificación como la que Jorge Carmona ha hecho en la última película producida por Tondero.
Los rincones menos iluminados pueden llegar a ser los más atractivos en un personaje popular. Y no es que Carmona no lo sepa. El problema es que el director responde a un objetivo de aprobación por parte de Pimentel y de la casa realizadora que lo contrata. En buen cristiano, hace de paporreta la película que le dictan. ¿Eso es malo? Desde una perspectiva comercial y palomera, un rotundo NO zanjaría cualquier discusión. Sin embargo, la ausencia de creatividad para concebir a un personaje rico en espectros contrapuestos es algo que se nota desde la primera secuencia.
La mayoría de las escenas de Chabuca están narradas a partir de recuerdos que Ernesto (Sergio Armasgo) tiene en forma de flashbacks cuando se desvanece en un set de televisión. La infancia en Arequipa marcada por la orfandad y la posterior llegada a Lima contextualizan a un ser que hace de la desgracia una oportunidad para medir su perseverancia. Entonces, sin que lo construido hasta el momento sea tan malo, adivinamos el camino que tomará la historia. La dificultad principal nace cuando el Ernesto adolescente, luego convertido en estrella de la farándula peruana, se transforma en un mártir imposible. En aquello que glorifica la determinación sin sondear el lado B que cualquier personaje -ser humano- posee. Ernesto es tan plano como el antagonista de la trama, su amante vividor, este último es una especie de versión posesiva, celosa y violenta de un niño malcriado, falsamente barrial.
Chabuca, como casi todas las producciones de Tondero, tiene un trabajo de edición efectivo. Por momentos, la puesta en escena destaca al punto que algunas secuencias quedan grabadas como recuerdos de ejercicios bien compuestos, pero no basta que la cáscara cumpla su función cuando el contenido no puede sostenerse por sí mismo.
Chabuca es una oportunidad perdida. Una solución facilista para el intrincado recorrido que ha tenido el personaje en que se basa la propuesta de Carmona. Un reciclaje de entretenimiento al que estamos acostumbrándonos. Una falta de riesgo que avanza por la senda equivocada.