Los colonos
Tres hombres reciben el encargo de trazar una ruta de salida hacia el Atlántico para consolidar el comercio de ovinos y sus derivados. La orden viene de José Menéndez (Alfredo Castro) un empresario que posee grandes extensiones de tierra en el extremo sur del continente americano, específicamente en la frontera patagónica que comparten Chile y Argentina. Estamos a finales del siglo XIX y explorar lo inhóspito es el primer paso que debe dar cualquier colonizador con sed de conquista. Más allá de la severidad del clima, el principal obstáculo que encontrarán los aventureros serán los asentamientos Selk’nam, un pueblo originario que sin saberlo corre el riesgo de ser exterminado sin remordimientos.
Los colonos es la ópera prima de Felipe Gálvez -realizador chileno de amplia trayectoria en cortometrajes, principalmente como montajista-, que se basa en hechos reales como las matanzas que sufrió la nación Selk’nam u Onas en la época en que las autoridades sureñas dieron licencias a inversionistas extranjeros y oligarcas chilenos para invadir suelos aborígenes. A través de un ejercicio de revisionismo, Gálvez narra una cruenta historia no oficial que abre heridas e invita al debate por la vigencia que comprende. En la misma línea, obliga a repensar en el valor social de las comunidades ancestrales que sufrieron un proceso violento de aculturación.
Si bien el valor documental de esta historia de ficción trasciende a su trama, el director conecta diversos componentes cinematográficos para hacerla siniestra, contenida y efectiva. En primer lugar, los parajes desolados y la accidentada geografía transmiten un sentido de abandono que deja a los cabalgantes en una posición de hombres temerarios que lanzan los dados al aire jugándose el destino. Es decir, la pampa y la cordillera de los Andes son testigos silenciosos del azar, envueltos en un trabajo sonoro de identidad tétrica, algunas veces terrorífica, durante secuencias claves del filme. Hasta este punto ya podemos deducir que Gálvez se ha inspirado en la tradición del western donde la iconografía basada en los accidentes naturales condiciona la conducta de sus personajes.
Otro aspecto donde se nota el pulso de Gálvez es la dirección de actores. Junto al despiadado Menéndez, los roles de conquistadores fácticos están repartidos entre el militar británico MacLennan (Mark Stanley), el mercenario mexicano llamado Bill (Benjamin Westfall) y un mestizo nacido en Chiloé, Segundo (Camilo Arancibia). Los tres hombres son entes salvajes que afrontan el destino sin una pizca de solidaridad. En cierto que la sobrevivencia se ampara en el trabajo mancomunado de los viajeros, pero para los mercenarios la necesidad de cubrirse las espaldas no es un principio moral que los guíe. En cierta medida, este trío -de rabia fría y sed de sangre- personifica a la ley del más fuerte y a la corrupción de un tiempo donde el Estado fue tan egoísta e indiferente con sus habitantes más olvidados. Gálvez -quien también es guionista junto a Antonia Girardi- desarrolla y dirige personajes de carácter indomable que se muestran en una mayor dimensión a partir de sus acciones y no de sus palabras. Sobre Castro queda muy poco por decir: puede ponerse la piel de cualquier déspota o tirano y su interpretación de la maldad le caerá como anillo al dedo.
Los colonos tiene un segundo momento, tras el genocidio cometido por los delincuentes a sueldo, que da paso a las investigaciones por las atrocidades. Entonces, el filme da un giro escrutador. Es la manera en que Gálvez impone “su” justicia ante tanta impunidad. Los segmentos siguientes sirven para el lucimiento de Castro, cínico y pétreo, que se bate en un duelo interpretativo con Marcelo Alonso, actor que encarna a un funcionario obsesionado por encarcelar a los dueños de la Patagonia. Si en la primera parte de la película todas las acciones se desarrollaban en espacios abiertos con los jinetes como amos de la puesta en escena, en la siguiente son los espacios cerrados los que imprimen un cariz de atosigamiento para los déspotas. Nuevamente, el trabajo fotográfico y sonoro elevan la tensión dramática dejando crispados los diálogos de los antagonistas.
En cierta forma, Los colonos tiene un cercano emparentamiento cinematográfico con Blanco en blanco (2019) de su compatriota Théo Court -otra buena película de contexto rural y colonizador-, aunque el auspicioso debut de Gálvez en el terreno del largometraje nos deja pensando en que en toda América, hasta hoy, existen muchos José Menéndez y que el cine abre espacios para no olvidar el pasado.