Guerra civil
La actualidad social y el panorama político de los Estados Unidos son inciertos. El posible regreso de Donald Trump a la presidencia divide a los votantes de un país que siguen su futuro como si se tratara de un reality televisivo. En ese contexto, llega Guerra civil, la última película de Alex Garland. Una propuesta distópica que juega con las probabilidades extremas de la realidad.
El director, que también ejerce de guionista, plantea una historia donde California y Texas se rebelan contra Washington organizándose como un ejército separatista que busca derrocar a un presidente dictador y embustero. Por otro lado, Florida y las Carolinas avanzan hacia el norte para tomar el mando. En medio de este embrollo sociopolítico y bélico, un grupo de periodistas parte desde Nueva York hasta la capital para entrevistar al mandatario.
El camino será complicado para los comunicadores cuando descubran y vivan las grietas sociales que alimentan el conflicto sacando a flote pensamientos y decisiones de orden ético y moral.
Guerra civil tiene múltiples lecturas. La mejor desarrollada por el director británico no tiene que ver con la insurrección de los estados disconformes, como podría pensarse en un primer momento, sino con la polarización de los ciudadanos. Cansados de un orden establecido, los estadounidenses buscan liberar sus frustraciones amparándose en un marco legal que le otorga facultades de autodefensa. Por otro lado, un bando radical se alimenta del racismo y de viejas rencillas de naturaleza cultural que provienen de los tiempos de la Guerra de Secesión.
Consciente del alcance que su mirada polémica puede provocar, Garland elige un vehículo ideal para desplegar su perspectiva: la libertad de expresión y de prensa. Por ello, a modo de road movie, traslada a la tropa de prensa por escenarios y situaciones que develan el sentir de lo que significa ser estadounidense.
Lee (Kirsten Dunst), Joel (Wagner Moura), Sammy (Stephen McKinley Henderson) y Jessie (Cailee Spaeny) encarnan a estereotipos profesionales que dividen sus miradas cuando se trata de abordar temas como el deber periodístico, la camaradería entre colegas, el riesgo durante las coberturas, la primicia salpicada de sensacionalismo, el razonamiento de la experiencia versus la impulsividad de la iniciación, la credibilidad de los medios, entre otros puntos, que cuestionan del periodismo actual.
Para Garland no hay periodistas buenos, mucho menos malos. Lo que exhibe desde la idea de la libertad de expresión es un ejercicio de empatía hacia los menos favorecidos sin que sus personajes parezcan inmaculados. El director entiende al periodismo y a sus exponentes como piezas imperfectas que hacen su trabajo cuestionando o alineándose a lo que sus ideales les dictan. Joel puede ser canalla, pero conoce los límites. Jessie representa un cambio generacional, aunque sabe que sin la experiencia de Lee no podrá dar un paso adelante y Sammy es un comodín que termina arriesgando las pocas posibilidades que tiene. Es decir, la construcción de los personajes de Garland son representativos -y predecibles- y están en función a una trama que los trastoca o redefine.
El estilo visual de Guerra civil es un punto sobresaliente. Violencia explícita, sí. Justificada y responsable, también. El efecto constante del registro fotográfico que se emplea como herramienta narrativa con la finalidad de otorgar una apariencia documental no desentona con la carga dramática de algunas escenas emotivas y crudas, especialmente cuando lo que está en juego es la sobrevivencia.
Guerra civil es un paso adelante en la filmografía de Alex Garland y lo mejor es que su agudeza no se limita a seguir los parámetros del cine de guerra. La exploración del realizador abarca una consonancia entre la originalidad de su narrativa y una serie de ideas políticas y sociales bien meditadas.