El amor es un viaje en trineo al infierno (Drive-Away Dolls)
El cine de los hermanos Joel y Ethan Coen se ha caracterizado por diseñar situaciones en que las finas cuotas de comedia y de suspenso han dado vida a personajes estrambóticos cargados de dilemas existenciales o que buscan su lugar en el mundo por cualquier medio. Por lo general, se trata de espíritus confundidos que toman decisiones violentas -no siempre a través de mecanismos físicos- o redentoras -lo que tampoco se traduce en un final auspicioso.
La memoria me lleva a pensar en Tom Reagan, Jerry Lundegaard o Jeffrey Lebowski, hombres que viven conflictos inesperados y que se juegan el todo por el todo porque no advierten otra salida. Muerte entre las flores, Fargo y El gran Lebowski son piezas fundamentales que ayudan a entender la perspectiva tragicómica que tienen los Coen respecto a la existencia humana.
Sin embargo, la dupla se quebró y cada hermano tomó su propio rumbo y, de momento, Ethan sigue la impronta que distinguió al binomio durante treinta años de carrera. Recordemos que Joel debutó en solitario con una versión minimalista y apabullante de Macbeth develando una vena trágica alejada del estilo habitual que desarrolló junto a Ethan. Este último irrumpe en la ficción con una comedia de corte criminal en formato de road movie y de referencias queer donde lo absurdo se impone, pero sin la suficiente agudeza que justifique sus intenciones.
El amor es un viaje en trineo al infierno (Drive-Away Dolls) llega a ser divertida por momentos y atosigante en buena parte de su metraje. Se pierde en el azar del disparate echando los dados en dirección al trabajo de sus dos protagonistas: Jamie (Margaret Qualley) y Marian (Geraldine Viswanathan). Ni siquiera las espontáneas y ágiles interpretaciones de las jóvenes salvan a una película distinguida por sus tibias especulaciones políticas.
Jamie -desinhibida, arriesgada y sociable- ha terminado con su novia, mientras que Marian -conservadora y víctima de prejuicios- está cansada del trabajo de oficinista que realiza. Las dos amigas emprenden un viaje desde Nueva York hasta Florida para cambiar de panorama y decidir qué hacer con sus futuros. En la cajuela del auto que han alquilado hay un maletín que pertenece a unos mafiosos. Los hombres buscarán a las chicas para recuperarlo. Líos y circunstancias descabelladas unirán a las muchachas con los hampones en una persecución por bares lésbicos de mala muerte y hoteles lujosos.
Coen entiende que la búsqueda, como motor de su historia, no sólo pasa por el objetivo básico de recobrar el misterioso maletín, sino por la plena aceptación de Marian desde su condición homosexual. Jamie asume el rol de vehículo emocional y social que le falta a Marian para empoderarse, pero todo intento se hace repetitivo y predecible gracias a la monotonía de un guión escrito a cuatro manos por el propio Coen y su esposa Tricia Cooke.
El amor es un viaje en trineo al infierno disfraza su aproximación a la comicidad desenfadada -al menos eso intenta proyectar el director- con un discurso que dispara a las convenciones políticas, especialmente a los preceptos republicanos, sin que se sienta contundente. Más bien todo parece un juego benigno donde hasta los gags se mueven fuera de ritmo. La incursión de Ethan Coen como director único al mando de una nueva producción no se asoma al fracaso, pero sí es una mala repetición de sus trabajos pasados al lado de su hermano.