Todos somos extraños (Festival Al Este)
Adam (Andrew Scott) es un guionista de televisión que quiere escribir una historia basada en los escasos recuerdos familiares que conserva. Recurre a fotos y a una que otra referencia social de su difuso pasado. Sin embargo, su mayor fuente de inspiración será la casa donde creció junto a sus padres cuando era un niño, lugar que ocupó antes de que estos perdieran la vida en un accidente de tránsito. El bloqueo creativo inicial de Adam también empieza a disiparse cuando, por un lado, conoce a Harry (Paul Mescal), con quien tendrá un romance; y, por otro, cuando sostiene reveladores diálogos con sus padres en su antigua vivienda.
La última película de Andrew Haigh, Todos somos extraños, funciona en diversas direcciones y comprende varias lecturas. Sin embargo, esta afirmación exige repasar las construcciones de algunos personajes y los escenarios emocionales que el director británico ha creado para sus filmes más aclamados, y que perfilan su manera de concebir la condición humana. Por ejemplo, en Weekend (2011), dos hombres mantienen una intensa relación pasional que está equilibrada con charlas reflexivas sobre la normatividad heterosexual y los limitados espacios sociales que tiene la comunidad LGTBIQ+. En 45 años (2015), una pareja de ancianos, Katy y Geoff, entra en conflicto cuando una vieja infidelidad destapa sentimientos que se creían olvidados, al punto que ambos ponen en duda la solidez de cuatro décadas y media de matrimonio. Desde estos dos casos se advierte que es patente en Haigh escrutar las complejidades que remiten los eventos inesperados en las relaciones interpersonales y que, en consecuencia, promueven acciones decisivas para el futuro de los personajes.
En el caso de Todos somos extraños las complejidades emocionales de los protagonistas están orientadas hacia la urgencia de un proceso de reparación espiritual en que la aceptación de sus propias homosexualidades pasan por la aprobación de sus progenitores. Adam es un hombre de edad madura que no se siente prisionero de las convenciones sociales por la que transita porque superó, aparentemente, las etapas de la infancia y la adolescencia donde fue víctima de bullying, pero necesita que sus padres lo acepten. Esa es la gran herida que busca sanar. Por ello, conversa con sus padres en la estancia que compartieron… aunque estén muertos. Lo que no explica el director es si estamos ante una tragedia de corte paranormal o un ejercicio dramático con fantasmas o una propuesta de fantasía asomada al mundo queer.
En realidad, no es trascendental entender la forma planteada por Haigh, así esté ligada a las alteraciones psicológicas que van sufriendo Adam y Harry. Lo que sí llega a ser fundamental en su propuesta es el procesamiento de las emociones que aquejan a Adam. Los recuerdos del hombre se remontan a la Inglaterra de los ochentas. ¿Qué significa ser un niño gay criado por una madre conservadora y un padre resignado en pleno apogeo del Thatcherismo? Los diálogos entre Adam y su padre (Jamie Bell) son conmovedores, y están marcados por el sentido de aceptación pesimista que envuelve al hombre mayor. En el caso de la comunicación que hay con su madre (Claire Foy), Adam sufre un negacionismo que cuestiona con dolor. Por el lado interpretativo, todo el reparto despliega un trabajo sobresaliente en matices, gracias a las circunstancias de descubrimiento que van superando.
Todos somos extraños también es una historia de amor imposible. Todo el tiempo en que Harry acompaña a Adam lo hace desde la figura de una “voz interior” que sustituye a la paternidad que no tuvo su amante. Harry es el paso adelante en las acciones de Adam. El camino díscolo y necesario. La nueva ruta de la aceptación y del descubrimiento, incluso en el apartado sexual de la película. Uno de los valores cinematográficos de este trabajo es el melancólico tono narrativo que lo hace entrañable y misterioso, a la vez; pero, lo mejor de la última película de Andrew Haigh es el descubrimiento paulatino de las capas de su historia. Un sorpresivo final corona la delicadeza que alberga a una de las mejores películas del año.