Longlegs: coleccionista de almas
Casi siempre cuando una película de terror genera tanta expectativa, como ha pasado con Longlegs, el debate serio sobre su valor cinematográfico queda de lado. Normalmente, la lectura que se hace después del visionado está centrada en si lo que hemos observado en la pantalla tiene concordancia con la publicidad que precede a la cinta. Entonces, la predisposición de un sector de la crítica adquiere conductas agrias y sacrosantas. Una suerte de solemnidad que se vale de su falso poder para repartir calificativos como quien siembra arroz en el desierto.
Vale decir que este texto ensaya una defensa cerrada de Longlegs, a pesar de sus pocos defectos. Y va en ese sentido porque el más reciente trabajo de Oz Perkins nos lleva a pensar en una reformulación del cine de terror, pero nutriéndose de las raíces del mismo. Es decir, regresar a los inicios -o en todo caso a las etapas más originales- para fusionarlos con elementos novedosos bajo la mirada autoral de su creador. Hace poco vimos otro caso similar. En De noche con el diablo, sus directores, los hermanos Caimes, recurren a un formato found footage para contar una historia de buena factura bajo un estilo audiovisual retro que, curiosamente, refresca el género.
En ese sentido, Longlegs no se queda atrapada en las consabidas exigencias de la industria sino que arriesga, propone y reta al espectador. Lo incomoda convirtiendo su metraje en una experiencia tan inmersiva como exagerada. Llevar al extremo las cosas también es sinónimo de originalidad y provocación, sobre todo cuando el director encuentra cobija en otros géneros -el suspenso y el melodrama- y los tensa para desembocar en el terreno de lo paranormal con aires satánicos.
Por otro lado, Longless evidencia un trabajo sonoro efectivo que, una vez más, adopta filos transgresores. No es casualidad que algunas escenas donde predomina la musicalización lleguen a ser asfixiantes. Ello implica una correspondencia milimétrica con la naturaleza de la trama y la insanía del villano. Lo mismo sucede cuando el trabajo de fotografía diseña ambientes lóbregos que se distinguen por su carga psicológica opresiva. A ello debemos sumar los silencios que internalizan la ansiedad en los personajes centrales, especialmente en Lee Harker (Maika Monroe), la agente del FBI con facultades psíquicas que debe resolver el caso del asesino serial que lleva el mismo nombre de la película y que está encarnado por Nicolás Cage. ¡Qué grande es este actor, ojalá nunca deje de aceptar roles delirantes!
El mérito más destacable de Perkins radica en la habilidad para mezclar el thriller con el terror a través de muchas escenas bien ejecutadas -desde el punto de vista narrativo y actoral- que resultan inquietantes y que sostienen la tensión dramática sin bajar la guardia sobre el foco central de la historia. Gran parte de estas escenas adquieren fluidez cuando el director hace un manejo efectivo en el uso del tiempo. Las influencias de El silencio de los inocentes y Seven asfaltan el camino para que lo sobrenatural termine dominándolo todo y la película se convierta en un homenaje a las producciones setenteras de terror.
Pero no todo brilla en Longlegs. También tiene un lado tramposo que se sostiene en trucos de efectismo que al ser reiterativos lastran ligeramente su construcción. Por momentos, Harker hace quedar a sus compañeros investigadores como novatos que pasaron los exámenes con notas mínimas. Se entiende que su nivel de intuición es muy superior al de los otros agentes, pero otra cosa es presentarlos como perfectos incapaces. Único punto en contra para Perkins, pero no alcanza para derribar el festín.
Longlegs es una destacable pieza del cine de terror más reciente que zarandea a los puristas del género gracias a su desquiciado planteamiento argumental, pero que, a la vez, deconstruye el género al que pertenece reciclando viejas ideas que están fortalecidas por la mirada de un director arriesgado. Uno que no teme al ridículo y sale victorioso.