Reinas
Carlos es un padre ausente que ante la inevitable partida de sus hijas hacia otro país intenta congraciarse con ellas a fin de recuperar el tiempo perdido. Las chicas, Aurora y Lucía, han crecido al lado de su familia materna: una suerte de representación de la unidad y el amor que las ha cobijado frente a un contexto adverso donde todo futuro parece incierto. El acercamiento de Carlos despierta en ellas sentimientos encontrados. Elena, madre de las menores, trabaja sin pausa y sólo aguarda a que Carlos firme el permiso de salida para sus hijas. Sin embargo, todo plan de mejora parece desmoronarse al estar condicionado por diversos factores que aquejan al entorno familiar, en particular; y al Perú, en general.
Reinas -tercer largometraje de Klaudia Reynicke- no sólo funciona como un drama que explora la relación entre los integrantes de una familia disfuncional, también se presenta como la radiografía de un tiempo que marcó a toda una nación. La película tiene como telón de fondo los apagones, la escasez de alimentos, el toque de queda y la migración hacia los Estados Unidos. Temas que formaron parte de las vivencias y las conversaciones cotidianas de los hogares de aquella época. Hasta cierto punto, la película ahonda en una normalización involuntaria del caos, sin que el filme se deje llevar por la tragedia.
En ese sentido es visible el primer mérito de Reinas: la representación fiel de un tiempo que asoma como algo lejano, pero que mantiene vigencia gracias a las múltiples posibilidades que ofrecen sus historias desde el punto de vista argumental. Las fibras sociales que entreteje la trama están diseminadas con cuidado y precisión para no convertir a la película en un esbozo de revisionismo, sino en una estampa que balancea momentos ligeros con otros de naturaleza melodramática bien estructurados. Además, el convincente trabajo en diseño de arte -meticuloso y, hasta cierto punto, con reminiscencias nostálgicas- ayuda a reforzar la propuesta de Reynicke cuando transcurre por la vía del intimismo fraternal.
Otro logro de Reinas es la eficiente construcción de sus personajes y la interrelación que tienen entre sí. Carlos (Gonzalo Molina) es la metáfora de un país fracturado y ruinoso que sobrevive. Estamos ante un hombre que carga grandes deficiencias morales, aunque mantiene una extraña reserva de bondad. A la vez, despierta desprecio y piedad en sus hijas. Sus acciones son tan cuestionables que no sorprende su capacidad para echarlo todo a perder. Sin embargo, por más extraño que parezca se puede sentir empatía por él. De manera equilibrada, Reynicke no cae en moralismos ni juzga, expone y permite que el espectador adopte diversas posturas.
Aurora (Luana Vega), es una adolescente que vive de espaldas a su realidad -o al menos eso aparenta- y prefiere estar con sus amigos en la playa. Vive la ilusión del amor de verano y experimenta los difíciles cambios que pasa cualquier joven de su edad. Para Reynicke, Aurora es el reflejo de una generación atrapada por el tedio y la indiferencia. La chica está encerrada en una burbuja que le sirve de mecanismo de defensa ante tanta inestabilidad. Mientras que Lucía (Abril Gjurinovic), la hermana menor, simboliza aquella inocencia que se va perdiendo, poco a poco, cuando empieza a comprender los conflictos de su entorno y el sentido de lo que significa crecer. La niña se choca con un mundo hostil, lleno de mentiras. A pesar de todo, su cuota de ternura no se trastoca.
Es el caso de Elena (Jimena Lindo) el más llamativo para entender el fondo de Reinas. La mujer aguarda con paciencia la firma de Carlos, no revela en público su desesperación, batalla contra las actitudes de su hija mayor, etc. pero, sobre todo, personifica la incertidumbre que se percibe en la película. A través de Elena, todo parece estar contenido y a punto de explotar. Es la misma incertidumbre que atraviesan su familia y el propio Perú (una mirada paralela a nivel micro y macro de la problemática planteada por la directora, respectivamente). Para Elena, salir del país va más allá de darle la espalda a la inestabilidad económica y emocional. Para la mujer se trata de un reto que deberá sortear sola y que pondrá a prueba su independencia.
Reynicke firma una muy buena película -donde figura como coguionista junto al cineasta Daniel Vega- que otorga una mirada fresca sobre un tiempo difícil. Una perspectiva distinta que sobrevuela la intimidad de una familia a un paso de su desintegración en un país que se precipita de forma inevitable hacia un abismo de dudas.