La sustancia
Desde hace mucho tiempo el circuito de salas comerciales no estrenaba algo tan visceral y potente como La sustancia. La película de Coralie Fargeat llega en un contexto donde los manifiestos fílmicos de orden feminista encuentran una mayor representación a través del melodrama o el thriller. El terror no ha sido, precisamente, el terreno habitual para fomentar la igualdad de género o el empoderamiento de la mujer. O será que los intentos no han echado raíces que correspondan a los componentes alineados al horror. A excepción de algunos trabajos recientes como Huesera (Michelle Garza, 2022) o las dos últimas películas de Julia Ducornau (Titane y Crudo) el terror no le ha hecho justicia a las exigencias sociales de las mujeres en un sentido audaz que apueste por lo extremo.
Pero si nos quedamos con la idea de que la propuesta de la cineasta francesa sólo es un alegato de principios reivindicatorios, caemos en la tentación de señalarla como una operadora política de mirada aguda y calculadora, en partes iguales. Fargeat domina las claves del horror corporal y maneja el ritmo de su película con un pulso tenso. Y por si fuese poco, entretiene, conmueve y, lo mejor, es que incomoda. La sustancia pone en primer plano a Elisabeth (Demi Moore), una mujer madura que se resiste a envejecer y que no concibe la idea de ser despedida de su programa de aeróbicos porque su imagen “ya no vende”. Alcanzar los 50 años de edad es sinónimo de caducidad mediática. Fargeat propone una cruda reflexión sobre cómo el paso del tiempo afecta a las mujeres y las empuja hacia un contexto de sobrevivencia social donde prevalecen los pensamientos masculinos.
Es decir, el planteamiento inicial de la película explora las posibilidades y el margen de maniobrabilidad que tiene su protagonista. Sin embargo, al encontrarse en un callejón sin salida, Elisabeth se deja seducir por la promesa de la juventud eterna a través de la inoculación de una especie de plasma que la hará desdoblarse corporalmente. En consecuencia, su nuevo yo -joven, hermosa y seductora- emergerá desde su cuerpo maduro para recuperar el trono perdido a causa de la discriminación sufrida. Fargeat no escatima esfuerzos al momento de mostrar este “nacimiento” doloroso y horrendo cuando la espalda de Elisabeth se abre para que Sue (Margaret Qualley) aparezca despampanante y llena de vida.
La directora entiende que desdoblar el personaje también significa encontrar un equilibrio para las exigencias de ambas mujeres. En ese momento, la película toma su mejor rumbo. Elisabeth y Sue son una sola, pero, a la vez, pelean entre sí a fin de aprovechar las mieles de la juventud. La vanidad se convierte en una adicción para Sue, mientras que Elisabeth goza y sufre por los excesos de su otro yo. La ambición de Sue la llevan a desfilar por escenarios estereotipados de machismo donde la cosificación de la mujer proyectada por Fargeat se evidencia poniendo en primer plano senos, glúteos, labios e insinuantes circunstancias llenas de erotismo.
No obstante, en el tercer acto todo se dispara. Todo es excesivo, delirante, monstruoso y perturbador. El juego de posesión entre las dos mujeres da paso a la desesperación por regresar a la esencia de la persona inicial, porque todo cambio radical tiene consecuencias y porque la naturaleza no debería ser manipulada -idea central de Fargeat a lo largo de todo su filme-. El envejecimiento es un acto liberado de resistencia y es digno de asumirse cuando se sabe quemar etapas, retruca la directora. Demi Moore firma una actuación soberbia y rompe el molde de mujer fatal mostrándose vulnerable estética y psicológicamente. Qualley se muestra desfachatada, natural, atrevida; interpreta un alter ego que alcanza la ansiada liberación en un mundo poblado por represores, aunque al final nada es como ella lo desea.
La sustancia es una película que tiene códigos propios del terror y un trasfondo efectivo que evita el panfletismo. Inunda la pantalla de sangre, fluidos y vísceras, pero deja claro un manifiesto que cuestiona y entretiene. Que acusa y se burla del sistema. Que restriega verdades con mucho estilo, aunque por momentos se siente calculada. No sé si Cronenberg tiene en Fargeat a una nueva discípula. Lo que sí es cierto es que su última película está cargada de riesgo. Algo que pocos se atreven a hacer en estos tiempos.